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Sullivan, Conversaciones inconclusas - Histomesoamericana

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Los rebeldes recibieron este mensaje tranquilizador:<br />

Pues mi Padre ya me ha dicho,<br />

oh hijos míos,<br />

que los Blancos jamás vencerán,<br />

los enemigos. 4<br />

Pero medio siglo después la guerra continuaba, y cuando<br />

Florentino Cituk habló con las palabras del Dios Verdadero, los<br />

mayas debían pensar que el enemigo, el extranjero, pronto caería<br />

sobre ellos.<br />

Los rebeldes que ocupaban los refugios de la selva nunca se<br />

habían aislado totalmente de los extranjeros. Durante la Guerra<br />

de Castas traficaban con los mercaderes de la Honduras Británica<br />

para obtener municiones y otras vituallas. A veces se internaban<br />

en ciudades del Yucatán controladas por el enemigo para realizar<br />

compras y obtener información. En raras ocasiones recibían misiones<br />

diplomáticas que iban al territorio rebelde para negociar la liberación<br />

de cautivos no indios, o por otras razones. Tales contactos<br />

pacíficos eran contrapuntos ocasionales a las incursiones y represiones<br />

que los rebeldes y sus enemigos lanzaban continuamente.<br />

Sin embargo, la declinación y cesación de actividades hostiles durante<br />

las dos primeras décadas de este siglo produjo eventualmente<br />

to que Cituk supuestamente profetizó: relaciones más frecuentes y<br />

pacíficas entre los rebeldes mayas y diversos extranjeros. Entre los<br />

segundos había un creciente número de exploradores interesados<br />

en la geografía, la historia natural y la historia cultural de la<br />

Península de Yucatán.<br />

Los primeros contactos fueron fugaces, y los rebeldes mayas<br />

permanecieron aislados dentro de una selva que para los demás<br />

era "un lugar de desolación y muerte", que "sólo estaba habitado<br />

por los pájaros, por las fieras y por los indios mayas, más temibles<br />

que las mismas fieras", "un excelente lugar para no visitar". 5 En<br />

parte la selva misma disuadía a los que deseaban visitar el centro<br />

de Quintana Roo, un paisaje vasto y heterogéneo de altas arboledas<br />

y lianas colgantes que protegían el fresco y blando suelo; de matorrales<br />

densos, calientes e infestados de serpientes que cubrían la<br />

dura, ondulante y fracturada superficie de piedra caliza de la península;<br />

de ocasionales maizales y una rara sabana; de cenotes y<br />

lagunas; con pantanos de mangle y tierras de inundación que separaban<br />

la selva de la costa.<br />

La mayoría de los senderos de la selva eran angostos, y la<br />

exuberante vegetación que surgía donde el sol tocaba la tierra picaba,<br />

irritaba y laceraba a los viajeros. Estos senderos eran más<br />

apropiados para hombres a pie que para caballos o muías, demasia-<br />

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do torpes para desplazarse entre tantos árboles caídos, aberturas<br />

de cavernas subterráneas, lomas y riscos abruptos, en la exasperante<br />

plasticidad del suelo humedecido por las lluvias. Con su plaga<br />

de mosquitos en ese territorio afectado por la malaria, la noche<br />

traía poco respiro al fatigado viajero calcinado por el sol agobiante<br />

de un marzo o abril seco como el desierto, empapado por los lluviosos<br />

veranos o calado hasta los huesos por las tormentas invernales<br />

que soplaban desde el norte.<br />

Se podía vivir bien en la selva, escogiendo el sitio apropiado:<br />

cerca de una fuente de limpia agua subterránea, lejos de tierras<br />

que no se secaban bien después de los chubascos de la estación de<br />

las lluvias, cerca del terreno más chato y más húmedo donde los<br />

maizales producían las mejores cosechas. Pero los viajeros, los refugiados,<br />

los exilados, todos los recién llegados, fueran blancos o mayas,<br />

experimentaban lo peor que podía ofrecer la selva. Muchos de<br />

los que se demoraban allí perecían con asombrosa celeridad. Si tales<br />

extranjeros hablaban de "un lugar de desolación y muerte", esto<br />

tenía que ver no sólo con las devastaciones de la guerra sino con los<br />

peligros de la selva tropical<br />

Uno de los últimos exploradores de la región en la preguerra,<br />

el norteamericano John L. Stephens, tuvo un atisbo del futuro<br />

cuando, viajando por el este del Yucatán,<br />

encontré una numerosa partida de indios que regresaban de una<br />

expedición de caza por las selvas de la costa. Desnudos, provistos con<br />

armas largas, con ciervos y jabalíes colgados de la espalda, tenían un<br />

aspecto más temible que otras gentes que hubiéramos visto. Eran algunos<br />

de los indios que se habían rebelado siguiendo la convocatoria<br />

del general Imán, y parecían preparados para dar batalla en cualquier<br />

momento.<br />

El general Imán era uno de los muchos comandantes del Yucatán<br />

que batallaban contra otros miembros de la clase dominante<br />

del estado por desacuerdos acerca de la relación del Yucatán con el<br />

resto de México, de quién debía gobernar el estado y otras cuestiones<br />

políticas de peso. Armaban a reclutas mayas y a cambio les<br />

prometían eximirlos de los impuestos y tributos eclesiásticos, tan<br />

onerosos para la casta india. Con esto los comandantes cometieron<br />

un error fatal. Pero tal vez sólo un forastero como Stepehens podía<br />

ver claramente "que las consecuencias pueden consistir en que los<br />

[mayas] se encuentran, tras siglos de servidumbre, nuevamente en<br />

posesión de armas, y con creciente conocimiento de su fuerza física".<br />

Era "una cuestión de gran peso para las gentes de ese país, cuya<br />

solución ningún hombre puede predecir". 6 La respuesta no tardó<br />

en llegar, y la guerra que siguió restringiría los movimientos y las<br />

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