Sullivan, Conversaciones inconclusas - Histomesoamericana
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Villa resultó ser una ocasión festiva, aunque Villa declaró una vez<br />
que sólo Dios sabía la paciencia y el buen carácter que se necesitaban<br />
para tratar con esas gentes. Los clientes no estaban familiarizados<br />
con la moderna moneda mexicana, pesos y centavos, así que<br />
Villa tenía que traducir los precios al sistema colonial español de<br />
reales y medios, y la mayoría eran muy quisquillosos para escoger<br />
la mercadería, y la toqueteaban y comentaban hasta el hartazgo con<br />
curiosos y parientes. Aun así, se efectuaban pocas compras, pues un<br />
reciente y abrupto descenso en el comercio del chicle había dejado a<br />
esos mayas con poco dinero. Villa observa que las mujeres eran las<br />
más afectadas, "porque no pueden comprar todo lo que les gusta". 25<br />
Villa se esforzó por ocultar el verdadero propósito de su visita.<br />
Para no despertar sospechas, permaneció poco tiempo en Tuzik y<br />
siguió rumbo a otros pueblos, tal como hacían los verdaderos mercaderes<br />
ambulantes. Villa decía que era oriundo de Progreso, una<br />
localidad del Yucatán, confiando en que nadie hubiera oído mencionar<br />
ese sitio. Declarar la verdad, que venía de Marida, habría equivalido<br />
a sugerir que era un espía del gobierno, pues los mayas sabían<br />
que esa ciudad era la sede gubernamental en Yucatán. 26<br />
Ante otros mercaderes ambulantes que se le cruzaban en el<br />
camino, Villa también guardaba las apariencias. Al fin tomó recaudos<br />
extraordinarios para ocultar que tomaba notas: "A fin de alejar<br />
toda suspicacia, esperaba las altas horas de la noche y una vez en<br />
mi hamaca, me cubría perfectamente con mi cobertor, encendía una<br />
pequeña flash light [linterna] y escribía de manera rápida y abreviada<br />
mis impresiones del día". 27<br />
Los mayas locales vigilaban a Villa durante sus visitas.<br />
Aunque las gentes comunes disfrutaban de la feria que él montaba<br />
en cada aldea, los oficiales parecían observar con cautela. Sobre<br />
uno de ellos, Villa señaló que, como buen indio, cuanto menos hablaba<br />
más miraba, y cuanto más veía menos hablaba. En la aldea<br />
de Xmaben Villa conoció al oficial más influyente de la región, un<br />
capitán, quien, mientras otros se reunían alrededor de los objetos y<br />
globos de Villa, "era el único que guardaba silencio y actuaba con<br />
cautela. Me miraba a cada instante. Cuando se marchó, nos dijo:<br />
'Hasta mañana' [en español]". 28<br />
El capitán quería saber más sobre ese forastero que se llamaba<br />
a sí mismo comerciante. Al día siguiente del arribo de Villa a<br />
Señor, seis de los hombres del capitán llegaron desde el centro sagrado.<br />
Estaban muy bien armados. Decían que iban a comprar naranjas,<br />
pero Villa sospechó que querían vigilarlo. Charlaron amablemente<br />
con Villa, y luego regresaron al centro sagrado. Ese día<br />
Villa se recordó: "Debo emplear gran cautela para no despertar sospechas<br />
entre esta gente". 29<br />
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Durante sus varias semanas de reconocimiento, Villa acumuló<br />
datos sobre las condiciones sociales y políticas de la región, y asimismo<br />
sobre las prácticas religiosas. Las mujeres parecían ser muy<br />
abiertas con él. Eran sus dientas más interesadas y lo visitaban<br />
durante el día mientras los hombres se ausentaban para trabajar<br />
en los maizales. Cuando los hombres se iban, las mujeres eran "locuaces",<br />
"risueñas, atrevidas y toscas en el hablar". Le asombraba<br />
que fueran a charlar con él cubriéndose únicamente con la falda;<br />
"no titubean en hablar a menudo del acto sexual en sus diversos<br />
aspectos. Claro que yo no las aliento a hablar de ello". Villa las encontró<br />
"chismosas, desvergonzadas, lascivas". 30<br />
En su disfraz de mercader amigable, cuando los hombres estaban<br />
presentes Villa disponía de inusitada libertad para observar<br />
diversas interacciones entre ambos sexos. En la aldea de Señor<br />
la choza vecina al gallinero donde me alojo está habitada por una<br />
joven pareja con un niño de meses. Gracias a este ventajoso punto de<br />
observación, he podido advertir la actitud de esa joven pareja. Rara<br />
vez, o, para ser más exacto, nunca he visto afecto tan extremo entre<br />
los indios. Los esposos se acarician tiernamente y pasan la mayor<br />
parte del día en ese apasionado cortejo, que evoca los idilios de las<br />
películas o las novelas. El hombre parece haber olvidado el trabajo,<br />
fascinado por la esposa. 31<br />
Fue un raro atisbo del amor maya. En otra aldea, y en otra<br />
ocasión, Villa presenció una escena más habitual de la vida matrimonial<br />
en las aldeas mayas, pues estuve presente en una riña familiar.<br />
Por razones que ignoro, la esposa de un tal Yum Andres estaba<br />
ese día de tan mal humor que no deseaba atender al marido cuando<br />
él regresó del milpa [maizal], "Si quieres comer pronto, tendrás que<br />
servirte solo", le gritó. "Hay tortillas en la jicara y cebollas en el caanche."<br />
El esposo accedió dócilmente, pero cuando iba a buscar las<br />
cebollas ella se enfureció aun más y rezongó: "Mehen kizin [pequeño<br />
demonio]. Parece que no tienes pies, tan despacio te mueves". La paciencia<br />
de Yum Andres se agotó y el hombre golpeó a la mujer hasta<br />
que ella rompió a llorar llamando a la madre. La madre vino de inmediato,<br />
dispuesta a intervenir. No se llegó a tal extremo gradas a la<br />
discreción de Yum Andres, quien se apartó y comió en silencio. Poco<br />
después me comentó: ''Esas hijas del demonio están locas: sólo quieren<br />
pelear". 32<br />
Ser discreto testigo de los acontecimientos domésticos era una<br />
cosa. Aprender acerca de cuestiones religiosas, militares y políticas<br />
era muy otra. Los mayas locales eran muy parcos cuando se les<br />
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