Sullivan, Conversaciones inconclusas - Histomesoamericana
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En cuanto a las ruinas, se habían reforzado muchas de las antiguas<br />
estructuras para impedir un mayor deterioro, mientras que<br />
otras se habían restaurado devolviéndoles algo de su condición original.<br />
El efecto de dicha restauración era notable. El Ministerio de<br />
Educación de México trabajaba en la pirámide más alta de Chichén<br />
Itzá, el Castillo, reinstalando en dos de sus cuatro lados las tallas<br />
de piedra que habían permanecido tiradas durante siglos, reponiendo<br />
dos grandes cabezas de serpiente en la base de la escalera<br />
norte de la pirámide y otras más pequeñas que flanqueaban el pórtico<br />
de un templo totalmente refaccionado en la cúspide. Los mexicanos<br />
también habían restaurado las paredes caídas del Gran<br />
Campo de Pelota, así como la esquina sudeste del Templo de los Jaguares.<br />
La Institución Carnegie, entretanto, se había puesto a trabajar<br />
en un "sencillo y poco interesante túmulo" al nordeste del Castillo.<br />
Cortaron y quemaron los matorrales que habían crecido en el<br />
túmulo desde que un arqueólogo, Alfred Maudslay, lo había despejado<br />
más de treinta años atrás. Se cavaron trincheras de exploración<br />
en el túmulo para revelar su interior y su estructura subyacente.<br />
Se alzaron las columnas caídas, se reconstruyeron las paredes,<br />
se ensamblaron e instalaron objetos esculpidos, incluyendo las<br />
columnas-serpiente del templo y los frisos de piedra, las máscaras<br />
y paneles que habían adornado el exterior del templo y la pirámide<br />
baja sobre la cual se erguía. Más de cien bloques pintados de piedra<br />
se retiraron para ponerlos a buen recaudo en lo que había sido la<br />
iglesia de la hacienda. Tras muchas temporadas de esfuerzo, lo que<br />
había sido un amorfo montón de escombros tapados por la selva se<br />
transformó en el "más complejo y magnífico edificio de la ciudad",<br />
el Templo de los Guerreros con su contiguo Patio de las Mil Columnas.<br />
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Otras estructuras ruinosas recibieron un tratamiento similar.<br />
El trabajo era agotador, prolongado y a veces peligroso, por no mencionar<br />
el coste. Estaba auspiciado por el gobierno mexicano y la<br />
Institución Carnegie (más algunos patrocinadores privados de los<br />
Estados Unidos) aunque la restauración casi carecía de mérito<br />
científico. La ciencia estaba en la arqueología, en lo que se podía<br />
aprender sobre cada túmulo desarmándolo pieza por pieza, capa<br />
por capa, hasta que sólo quedaban los elementos desmantelados de<br />
esa antigua estructura desperdigados en el suelo o almacenados en<br />
depósitos y museos. El arqueólogo, desde luego, debía registrar meticulosamente<br />
la posición, las dimensiones y las características de<br />
cada fragmento extraído. La reconstrucción informativa de la ruina<br />
era menos urgente: sólo se podía realizar en el papel según la versión<br />
del artista (y hoy, desde luego, con diseños gráficos efectuados<br />
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Morley, Cituk, Zuluuby Vdla en Chichén Itzá, diciembre de 1935<br />
con ordenador). Morley seguía la firme política, al dirigir la restauración,<br />
de que ninguna piedra caída se colocara en un sitio a menos<br />
que los restauradores estuvieran seguros de que allí debía estar, es<br />
decir, a menos que ya supieran cómo debían lucir el edificio, el friso,<br />
las bandas de piedra tallada alrededor de un templo.<br />
La destrucción de grandes restos arquitectónicos —carnicería<br />
o autopsia— quedaba totalmente descartada, al igual que hoy; des-<br />
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