Vaixell de paper XX PDF - Escola TECNOS
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una persona com ella, capaç <strong>de</strong> fer bocins el cor d’ ell sense ni<br />
immutar-se.<br />
Esperança<br />
Encara conservava l’esperança. Tenia l’esperança que tot<br />
fos un malson, que <strong>de</strong> cop, es <strong>de</strong>spertaria i la veuria a ella al seu<br />
costat, feliç. Tenia l’esperança que, <strong>de</strong>sprés <strong>de</strong> tot, ella encara<br />
l’estimava. Era una falsa esperança, ja que l’havia traït: res<br />
continuava com abans.<br />
El petó<br />
El record d’aquell petó tan tendre, que abans li havia semblat<br />
dolç, per a ell ara era tan amarg com els seus sentiments.<br />
Però el petó també havia <strong>de</strong>ixat una petjada, que ni l’aigua més<br />
dolça podia esborrar. Una petjada que ara li impedia dormir a<br />
les nits, preocupat per saber quan s’esborraria <strong>de</strong>l tot <strong>de</strong>l terra<br />
<strong>de</strong>l seu jardí.<br />
El final<br />
Tot aquell munt <strong>de</strong> farses, s’havien acabat:<br />
Ell ho sentia molt, però entremig <strong>de</strong>ls dos, ella havia acabat<br />
construint un mur format per menti<strong>de</strong>s i secrets. Un mur tan<br />
gruixut com un mur <strong>de</strong> pedra, però que al darrere hi tenia prepara<strong>de</strong>s<br />
les promeses més perilloses, preparant-se, mentre miraven<br />
encuriosi<strong>de</strong>s com ell somiava amb elles i tenia la falsa esperança<br />
que no atacarien. Però elles estaven apunt per atacar, amb aquells<br />
petons que semblaven tan dolços, però que es podien convertir<br />
en les més perilloses armes. I <strong>de</strong>sprés d’haver atacat i ferit, havia<br />
arribat aquell final que ell tan esperava.<br />
UNA VEZ MÁS<br />
Judith Pérez (1r ESO)<br />
Il·lustració <strong>de</strong> Alba Molina (2n ESO)<br />
Una vez más, estamos todos sentados alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l fuego. Mi<br />
hermano, el abuelo y yo. El crepitar <strong>de</strong> las llamas suena amortiguado<br />
en la chimenea, lo que me induce a quedarme dormida.<br />
Sin embargo, siento que no puedo. No precisamente ahora que<br />
el abuelo va a explicar, por enésima vez, la historia <strong>de</strong> mi madre.<br />
La bella y dulce Nicole, una luz que muchos <strong>de</strong>finían como<br />
intensa, una luz cegadora, una luz que, <strong>de</strong> repente, se apagó.<br />
Ocurrió un atar<strong>de</strong>cer <strong>de</strong> abril, cuando ella paseaba por la plaza<br />
<strong>de</strong> Notre Dame y contemplaba con sus bonitos ojos oscuros la<br />
fachada <strong>de</strong> la catedral. En aquel entonces, mi hermano Léo ya<br />
tenía 3 años y yo, Corine, acababa <strong>de</strong> nacer. Fue esa inolvidable<br />
tar<strong>de</strong> cuando una enfermedad llamada tuberculosis le arrebató<br />
la vida a mi madre. Mamá empezó a toser y toser un líquido<br />
extraño, una sustancia color carmín: sangre. Todo lo que intentaron<br />
para salvarla fue en vano ya que no había cura para ella.<br />
Y así fue como la vida <strong>de</strong> mi madre se esfumó. Muchos creen<br />
que mi padre, Pierre, murió <strong>de</strong> pena, otros dicen que se marchó.<br />
No lo sé, no me acuerdo. Pero Léo y yo nos fuimos a vivir con<br />
el abuelito y, cada viernes, nos sentábamos con él alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l<br />
fuego para escuchar historias <strong>de</strong>l pasado, <strong>de</strong> su niñez y, algunas<br />
veces, la historia <strong>de</strong> mamá. Así que aquí estoy ahora, imaginando<br />
a mi madre, a mi padre e, inevitablemente, a la muerte.<br />
Mi abuelito Jeannot es un anciano honesto, agradable aunque<br />
bastante <strong>de</strong>scuidado. Anda ya un poco encorvado y siempre lleva<br />
una poblada barba blanca que me recuerda al mago Merlín:<br />
lo podría <strong>de</strong>finir como entrañable. Hay un tema <strong>de</strong>l que jamás<br />
hablo con él: Pierre, mi padre. No sé por qué, no me atrevo a<br />
preguntar. De todos modos no puedo echarle <strong>de</strong> menos, casi ni<br />
le conocí.<br />
Des<strong>de</strong> don<strong>de</strong> estoy sentada, a la <strong>de</strong>recha <strong>de</strong> mi abuelo, puedo<br />
ver claramente la expresión <strong>de</strong> mi hermano: alejada, ausente. En<br />
estas últimas semanas nos hemos ido distanciando y, tal vez por<br />
eso, sólo yo me doy cuenta <strong>de</strong> que no está prestando atención a<br />
la historia <strong>de</strong>l abuelo. Noto que sus pensamientos están en otro<br />
lugar, un lugar al que no llego, un lugar que no puedo enten<strong>de</strong>r,<br />
y eso me oprime <strong>de</strong> forma brutal el corazón.<br />
Cuando el abuelo terminó, me levanté sin <strong>de</strong>cir nada y fui a<br />
mi habitación. Entré, cerré la puerta con cuidado y me senté en<br />
la cama. Estuve llorando largo rato y al final entró el abuelo para<br />
calmarme, susurrando palabras <strong>de</strong> consuelo que apenas sentí.<br />
Esa noche escuché ruidos en la habitación <strong>de</strong> mi hermano<br />
pero no hice caso, yo también tenía pesadillas. Pero también<br />
la noche siguiente y la otra… Así qué el lunes, al anochecer,<br />
cuando se volvieron a repetir esos sonidos, me levanté sigilosamente<br />
y caminé a hurtadillas hasta la habitación <strong>de</strong> mi<br />
hermano. Al entrar sentí un escalofrío y miré a mí alre<strong>de</strong>dor:<br />
Léo no estaba. Miré por la ventana abierta justo en el momento<br />
en que mi hermano doblaba la esquina. Salté a la calle y corrí<br />
con todas mis fuerzas <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> él hasta llegar al parque. En la<br />
<strong>de</strong>nsa oscuridad, matizada por la tenue luz <strong>de</strong> la luna, entreví a<br />
Léo sentado en un banco hablando con un hombre. Parecía un<br />
pintor, llevaba una bata muy gastada con muchos colores estampados<br />
en ella. Me acerqué a ellos y me senté al lado <strong>de</strong> Léo.<br />
Mi hermano me acarició el pelo, el pintor me sonrió. El hombre<br />
empezó a contarnos una historia extraña y a la vez fascinante<br />
que me cautivó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer momento. Trataba <strong>de</strong> una muchacha<br />
alegre, encantadora, soñadora y vivaz, que un día, sin