Vaixell de paper XX PDF - Escola TECNOS

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26 Harta ya de trabajar sin parar, se fue de casa, huyó por un caminito, oscuro y un tanto tenebroso. Al verse sola, sintió miedo y lloró. De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella. Y empezó ha hablar - ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca. - Me he ido de casa no lo podía soportar más…- le contestó Casilda - Espero que te vaya bien por aquí- le dijo el lobo mientras daba media vuelta y se iba. Casilda al ver que el lobo se había ido se tranquilizó un poco más; sin embargo, en realidad, el lobo no se fue sino que se escondió detrás de un árbol y la siguió. Se hizo de noche y Casilda no pudo evitar tener miedo y echarse a llorar. Llorando y andando pasó la noche, hasta que, al amanecer, llegó delante de una preciosa casita. Entró sin dudarlo, porque después de pasar la noche en el bosque pensó que no podía haber nada peor. La casita estaba decorada con muy buen gusto pero había algo un poco peculiar: los muebles eran pequeñísimos. Como estaba agotada, subió a la habitación y juntó todas las camas y al instante se quedó dormida. El lobo, que aún la seguía, trepó con una escalera larguísima, trepó hasta el tejado para colarse por la chimenea. Pero Casilda encendió la chimenea porque tenía un poco de frío. El lobo descendió por el interior de la chimenea, pero cayó encima del fuego. Escapó de allí y no volvió. Por la tarde llegaron siete enanitos, ni uno más ni uno menos. Al ver que en sus camitas estaba la joven, la despertaron y le preguntaron por qué estaba allí, así que ella les contó su triste historia. Casilda pensó que después de oír su trágica historia, los enanitos la dejarían quedarse allí con ellos, pero no fue así. Los enanitos eran muy pobres y le dijeron que si quería comida se tenía que ir. Le dijeron que si cogía el caminito de detrás, iría a parar a un bosque cerca de un castillo y que allí seguro que alguien tendría cuidado de ella. Se quedó toda la noche para descansar y por la mañana se fue. Cogió el camino que los enanitos le indicaron y anduvo hasta llegar a un claro, entonces había dos caminos que escoger. Ella cogió el que bajaba y continuó andando hasta que vio una casita muy dulce, hecha de caramelos, chocolate, galletas... Casilda, que ya hacía dos días que no comía, fue corriendo hasta la casita y empezó a comérsela. De repente, salió una anciana, la invitó a pasar y le ofreció comida. Pero esa anciana era una bruja que la obligó a trabajar. La bruja le había ordenado que calentara bien el horno y una vez lo encendió le pidió a la bruja si estaba bien, así que ella abrió la puerta y miró. En ese instante Casilda le dio una patada y la encerró dentro del horno. De ese modo se escapó. Se hizo de noche y Casilda estaba otra vez sola y asustada. Estaba a punto de dormirse cuando vio una lucecita que se movía y se le acercaba. -¿Quién eres?- le preguntó Casilda. - Soy tu hada madrina, me llamo Campanilla- dijo ella. - Entonces, ¿tú eres quien me salvó del maleficio?- preguntó Casilda. - Sí, y como sé que ahora estás pasando un mal momento, te propongo que me sigas- dijo Campanilla. - Y, ¿a dónde vamos? -volvió a preguntar. - Vamos al País de Nunca Jamás - contestó Campanilla, y añadió - sólo tienes que abrir tus alas y volar. Así que se fueron al país de Nunca Jamás, dejó todos sus amigos, su familia, sus recuerdos, sus problemas… y vivió sin pesadilla alguna. VIVIR POR VIVIR Eva Tomàs (4t ESO) Il·lustració d’Anna Merino (2n ESO) No sonreía. Su vida era un sinónimo de amargura desde que supo que nunca más volvería a sentir, cuando se dio cuenta de que nada de lo que tenía iba a servirle ya, de que todos sus esfuerzos habían sido en vano. Todo aquello... perdido. Y no sabía lo que vendría después. Es curioso cómo cambian las cosas en unos segundos. Puedes llegar a ser la persona más feliz del universo, sentir que te vas a comer el mundo... y, diez segundos después, sólo eres capaz de sentir que el mundo se te va a comer a ti. Eso fue lo que sintió ella cuando se enteró de que su vida se acababa. Pensaba que ya no quería seguir, sentía que su cuerpo ya no le respondía... ”Para qué, si igualmente voy a acabar siendo una máquina estropeada... Qué más da ahora o más tarde.” Se sumergió en un mundo de silencio, prohibiéndose pensar, prohibiéndose sentir. Comía porque debía comer, bebía porque debía beber, dormía porque debía dormir, vivía porque debía vivir. Sobrevivir por sobrevivir, de manera mecánica, sin pensar cada gesto, sin fijar la mirada, sin esperar nada. Sus ojos llenos de lágrimas secas, su corazón latiendo silencioso, como si todos los lugares de su cuerpo se hubiesen vestido de luto. Por ella. Olvidándose de su mente y de su alma. Se sentaba en la cama y dejaba que su organismo viviera por ella. Por qué. Por quién. La felicidad. Un engaño. El Sol. Una ilusión. La alegría, la pasión, las ganas de vivir, dibujar una sonrisa y deleitarse con la puesta de sol. ¿Nada de eso importaba ya? Cada mañana esos pensamientos cruzaban su mente, cada mañana su alma intentaba convencerla de que sí había algo por lo que luchar, de que siempre quedaba algo, aunque fuera un mero recuerdo, un reflejo de lo que había tenido. Pero al menos lo había tenido. Y ella, cada mañana, se quitaba todas esas ideas de encima. No era que no le gustaran. Lo que daría ella por tener fuerzas para luchar. Lo que daría ella para salir de aquel cuerpo endemoniado que la había obligado a acabar con todo. Dejar volar su alma, buscar la felicidad... Pero no podía, estaba convencida de que si lo intentaba, la frustración sería aún mayor, y entonces sí que sería de lo más doloroso cuando todo terminara. Por eso se limitaba a esperar. La gente la miraba y veían en ella pura desesperación. Algunos se compadecían, otros se horrorizaban, otros le quitaban importancia. Pero ninguno lo entendía. “No quiero morir, no penséis eso de mí. Sólo es que no quiero sufrir... y si para ello tengo que dejar de vivir, lo haré. Pero no penséis que quiero morir.” Una batalla se estaba produciendo en su interior. Pensamientos positivos, pensamientos negativos. Luz y oscuridad, blanco y negro, vida y muerte. Ella no sabía qué bando escoger. “¿Me he vuelto loca?” “No. Los locos no se preguntan si están locos o no.” Y así era su mente, llena de pequeñas guerras interminables, de preguntas sin solución, de ideas que iban de un lado a otro, sin dirección, tan rápido que mareaban. Una espiral de sensaciones que sólo una persona que ha decidido no volver a hablar puede soportar en su mente. Escuchaba. Pero jamás contestaba. -Tienes que seguir... ¡Tienes que luchar! Vamos, habla. Dime qué sientes. La voz lejana de un ser querido. Se sobresaltó un poco. Su primer deseo había sido que nadie se acercara más a ella para no destrozarle la vida también. Pero, ¿y los que ya la querían...? ¿Debía contestar? -No voy a dejar que te hundas. Mírame. Háblame. Vuelve a ser quien eras, vuelve a sonreír.
Y no sonreía. El tacto. Otro sobresalto. Las manos de un ser querido. -¿Me estás escuchando? Vamos. “Claro que sí.” Claro que lo escuchaba. ¿Iba a poder despegar los labios para pedirle que se fuera y viviera? -Contéstame. No puedo vivir si tú no estás bien. ¿Cómo? Hizo un esfuerzo casi sobrehumano para hablar. -No. -¿Has hablado? ¿Me has contestado? Dime que sí. -Sí. -Gracias a Dios...No te rindas. Te quiero. -Yo también te quiero... Olvida que he dicho eso. Vete y no vuelvas a mirarme nunca más. No tires tu vida por la borda. Qué fácil resultaba volver a hablar. A expresar sus sentimientos. -¿Por qué te rindes? -Debo hacerlo. -No es verdad. Puedes vivir. -Sí... ¿pero por cuánto tiempo? -¿Acaso importa...? ¿Te habías preocupado alguna vez de eso? ¿Alguna vez has pensado que cuando sales de casa puede que no vuelvas nunca más? -Voy a morir. -También yo. Todos. Siempre has sabido que morirás. ¿Pero por eso te has hundido? No. Has escogido vivir todo lo que puedas. ¿Y qué cambia ahora? ¿El tiempo? Eso es relativo. -Todo lo que tengo... No sirve de nada. ¿No lo ves? Ahora me doy cuenta de que la vida no es nada. -Y entonces, ¿qué hay en realidad? Si no te aferras a la vida, entonces, ¿qué te queda? Todo sirve de algo. Es verdad, al final lo acabas perdiendo todo. Si lo miras así, tú tienes razón. Lo pierdes, sí... pero, ¿y mientras lo tienes? ¿Eso no cuenta? -Si sigo como si nada, después será más doloroso. -Mejor ser feliz el tiempo que te queda y sufrir luego, que pasarse todo este tiempo flagelándote y esperando la muerte. No te vas a morir antes por eso. -Quieres que viva. -Sí. -Y que sea feliz. -Sí. Entonces calló. Después de todo, sus palabras sí tenían sentido. Podía vivir y morir sufriendo. Esto último era inevitable. Pero lo de vivir. Eso podía cambiarlo. Y ahora se daba cuenta de cuánto lo deseaba. Pero esas barreras...Necesitaba tirarlas al suelo para poder ganar. -Tú quieres vivir- adivinó él. -Pero siento que no puedo. Que no debo. -Tienes que escapar de tu cárcel. Vamos, hazlo. Basta con desearlo. Cerró los ojos con fuerza. Asistía a una batalla inmensa y feroz. Alma contra cuerpo... Vida contra muerte. Y ahora sabía de qué lado estaba. “Basta con desearlo... Basta con desearlo... Sal de tu cárcel...”. Sintió su mano en la de él. Se aferró fuerte al contacto con su piel. “¡¡Vamos!! Por él. Por ti.” Y de repente, sintió que estallaba. Las barreras se rompieron en mil añicos de cristal. Cortaban, pero era libre. La presión cesó. Durante un momento, no escuchó nada. Sólo... el latido de su corazón. Volvió a sentir el peso de los párpados sobre los ojos. Volvió a sentir sus labios, capaces de curvarse en una sonrisa. Volvió a sentir sus manos, capaces de acariciar. Y su mente...Capaz de volar. Lo había conseguido. Así que... barreras. ¿Ella misma las había construido? Posiblemente. Sólo sabía del cierto que había estado a punto de dejarse ganar por la desesperanza, y que la simple llamada del amor había sido capaz de hacer un minúsculo agujero en el grueso cristal detrás del que se escondía, para colarse en él e intentar derribar los muros desde el interior. -Eh. ¿Estás ahí? -Sí. Ahora sí, por primera vez estoy aquí. Yo. Yo misma. Entera. -Estás sonriendo. -Puede ser... Ya no me cuesta. -Lo has conseguido. -Gracias a ti. Miró a su alrededor. Se encontraba en su cama, la que había sido su refugio en los momentos de desesperación, y el lugar donde ahora empezaba un nuevo periodo de su vida. Iba a ser corto, lo sabía. Pero esperaba que fuera el mejor de su vida. -¿Vas a vivir? -No he hecho todo esto para nada. Siento que... soy nueva. -En parte lo eres... Vencer a la mente es difícil. Y más si es la de uno mismo. -No hables. -¿Qué? -Sólo... abrázame. Una corriente de energía positiva corrió por sus venas cuando sintió sus brazos a su alrededor. Ahora la muerte podía venir en paz. Ya no la temía...Sintió las lágrimas acumularse en sus ojos, lágrimas de verdad, y ahora no las retuvo. Simplemente, las dejó caer. Un rayo de sol se filtró por la ventana de improviso. Las lágrimas continuaron resbalando por sus mejillas, como si no notaran la repentina felicidad que ese rayo había producido en ella. Y no pudo evitar sonreír. SOÑAR Xavi Kearns (3r ESO) Il·lustració de Neus Lapiedra (2n batxillerat) Dicen que tus sueños pueden significar ciertas cosas. Por ejemplo, dicen que soñar que vuelas es un símbolo de libertad, y que ofrece buenos presagios. O que soñar que estamos cayendo sin obstáculos significa que nos espera una vida amorosa saludable y placentera. O que soñar con dinero, o soñar que ganas mucho dinero, significa que llegarás al éxito. Soñar. Es aquel tiempo en el que podemos ser lo que queramos ser, en el que nuestra imaginación sustituye al tacto, a la vista, al olfato y al oído... a todos los sentidos. Durante este tiempo, nuestra alma se libera y podemos olvidarnos de los problemas. Somos capaces de hacer cualquier cosa, de acabar con el hambre del mundo, de acabar con sus guerras… Es aquel tiempo en el que podemos dejar de tener enemigos. Aquel en el que somos capaces de ayudar a alguien cercano o lejano. No hay límites. Pero este tiempo sólo existe en nuestra imaginación. La imaginación. La que tuvo aquel hombre que un día decidió que quería ir a la Luna, aquél que quería volar y correr más rápido que el viento, o aquel hombre que quería poder desplazarse sin tener que caminar. La imaginación que tuvo aquel otro que quería ver el fondo del mar, o el que quería mantener 27
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