Vaixell de paper XX PDF - Escola TECNOS
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Durante la última semana <strong>de</strong> enero, empezábamos a notar<br />
los síntomas <strong>de</strong> la <strong>de</strong>snutrición. Mi piel se agarraba a los huesos<br />
y cada vez me costaba más abrir los ojos. Debíamos llevar tres<br />
semanas durmiendo, alimentándonos <strong>de</strong> harina y pasas. Poco<br />
a poco, empecé a <strong>de</strong>bilitarme y, la enfermedad se apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong><br />
mi cuerpo. La fiebre aumentaba, el sudor frío resbalaba por mi<br />
espalda. Mi madre me veló durante toda la noche. Me traía la<br />
poca comida que quedaba sabiendo que se estaba con<strong>de</strong>nando<br />
a morir <strong>de</strong> hambre. Notaba los trapos húmedos que me ponía<br />
en la frente, pero que no ayudaban a bajar mi fiebre. Estaba a<br />
punto <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r el conocimiento.<br />
La alucinación me trasladó siete años atrás. Entonces, papá<br />
y mamá solían salir a pasear por las orillas <strong>de</strong>l río. Yo jugaba<br />
a tirar las piedras lo más lejos posible y me apresuraba a pedir<br />
un <strong>de</strong>seo mientras se sostenían en el aire. Papá escribía poemas<br />
bajo ese sol que iluminaba a mamá, su fuente <strong>de</strong> inspiración. Los<br />
pájaros pintaban el cielo con sus vuelos y el río fluía transparente.<br />
Con él, venían los peces, que le acompañaban hasta el fin <strong>de</strong> su<br />
vida. Me preguntaba sobre la muerte, sobre la soledad, aunque,<br />
por entonces, no me preocupaba.<br />
El tiempo en Lacastra seguía su monotonía lenta y pesada.<br />
El viento, ahora, rozaba también las ruinas <strong>de</strong> aquella casa en la<br />
que un día entró el sol, en la que un día, se dibujaron recuerdos y<br />
sueños en sus pare<strong>de</strong>s. Ahora el hedor <strong>de</strong> la humedad y el musgo<br />
invadía nuestro hogar. Ahora el velo blanco sepultaba aquellas<br />
pare<strong>de</strong>s bajo el monótono olvido.<br />
ESCRIBE<br />
Lara Tudó (1r Batxillerat)<br />
Il·lustració <strong>de</strong> Maria Perarnau (3r ESO)<br />
—Respira hondo. Tranquilízate. No quiero hacerte daño…<br />
pero tienes que relajarte. Ahora, escúchame. No me conoces,<br />
no sabes quién soy ni sabes dón<strong>de</strong> estás, pero sabes que <strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong> unas horas saldrás <strong>de</strong> aquí y volverás junto a tu familia. No<br />
te puedo <strong>de</strong>cir <strong>de</strong> cuántas horas se trata, pero espero que, una<br />
vez pasadas menos <strong>de</strong> veinticuatro horas, no nos volvamos a ver<br />
jamás. Pue<strong>de</strong>s gritar, pero nadie te oirá. Estás secuestrado.<br />
Esa voz que golpeaba mi cabeza no cesó hasta al cabo <strong>de</strong><br />
una hora. Una hora resistiendo a esa persona, un hombre joven,<br />
una voz suave pero agonizante. No le pu<strong>de</strong> ver el rostro, nos<br />
encontrábamos en un lugar oscuro, una habitación maloliente,<br />
perturbadora... ni siquiera le conocía. Cuando al fin se fue, unas<br />
tibias luces alumbraron el cuarto don<strong>de</strong> me encontraba. Parecía<br />
una celda. Sólo tenía una cama y un váter.<br />
Me levanté temblando; hacía frío. Me senté en la cama y<br />
observé que aquella celda no tenía ni una triste ventana por<br />
la que pudiese <strong>de</strong>ducir dón<strong>de</strong> me encontraba, exceptuando la<br />
claraboya. Lo último que recuerdo es estar en mi habitación,<br />
oyendo unos gritos <strong>de</strong> mi madre, unos fuertes golpes, gritos<br />
que aturdían mis oídos…; luego, un punzante dolor <strong>de</strong> barriga,<br />
oscuridad, y, finalmente, la voz <strong>de</strong> ese personaje diciéndome<br />
que estaba secuestrado. Parece ficticio. Intento no tener miedo,<br />
pero no puedo ocultar lo perdido que estoy ahora mismo. No<br />
<br />
sé por qué estoy aquí.<br />
Para ahogar ese gélido ambiente que me ro<strong>de</strong>aba, saqué las<br />
ropas <strong>de</strong> la cama don<strong>de</strong> estaba sentado y me envolví con ellas<br />
lo más rápido que pu<strong>de</strong>. Para mi sorpresa, encontré un papel<br />
doblado <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>lgado colchón. Desplegué ese papel. Una<br />
letra curvada, no muy legible, se divisaba en la parte superior <strong>de</strong><br />
la hoja. Justo cuando quería empezar la lectura, un estruendoso<br />
golpe en la puerta hizo que escondiera el papel <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> mi<br />
camiseta. La puerta se abrió. Una mujer alta, adulta, entró en<br />
la celda. Tampoco sabía yo quién era. Era una mujer pelirroja,<br />
clara <strong>de</strong> piel y con unos pequeños ojos oscuros que se clavaban<br />
en ti como dos lunas llenas. Bastante escuálida, no tenía<br />
músculo, pero su mirada y sus gestos me sugerían que <strong>de</strong>bía<br />
mostrar respeto.<br />
Cerró la puerta <strong>de</strong> hierro, cruzó los brazos y se quedó mirándome.<br />
—Tu padre está viniendo hacia aquí. Si todo va como esperamos,<br />
pronto te irás y olvidaremos todo este asunto. ¿Intuyes<br />
por qué estás aquí? Mi hermano dice que no te vamos a hacer<br />
daño. Yo no quiero llevarle la contraria, pero te aconsejo que no<br />
te fíes <strong>de</strong> su palabra. Sinceramente, a veces hace lo que quiere<br />
y no lo que se tiene que hacer.<br />
Silencio.<br />
—Eres joven. No queremos ensuciar tu mente. Por ahora,<br />
relájate. Duerme, si lo <strong>de</strong>seas. No pue<strong>de</strong>s hacer nada más.<br />
La mujer pelirroja se marchó con un diabólico rictus en la<br />
cara. Me quedé en blanco durante unos instantes. Cuando mi<br />
cerebro retomó la conciencia, me acordé <strong>de</strong>l papelito escondido<br />
<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> mi vestimenta. Lo saqué <strong>de</strong> su escondite y empecé<br />
a leer:<br />
Quien quiera que sea el que esté leyendo esta carta, probablemente<br />
se encuentre en una lúgubre cámara, sin saber cómo<br />
ha llegado hasta aquí y sin saber quiénes son todas esas figuras<br />
que entran y salen <strong>de</strong> la celda; no escribiré mi nombre pero te<br />
diré que soy una chica y que llevo encerrada en esta cámara<br />
seis años <strong>de</strong> mi vida. No conozco el tiempo que falta para que<br />
pueda salir <strong>de</strong> aquí y volver a estar con mi familia; me gustaría<br />
<strong>de</strong>cirte cómo salir <strong>de</strong> aquí, qué hacer para <strong>de</strong>scubrir el motivo<br />
<strong>de</strong> esta clausura, pero tampoco yo comprendo este encarcelamiento.<br />
Recuerdo el momento en que me dijeron que no iba a<br />
sufrir ningún daño: nunca imaginé que mi mente se sometería<br />
a tal tortura emocional.<br />
Hoy es uno <strong>de</strong> los días <strong>de</strong> la semana en el que me llevan a<br />
una sala más pequeña que esta habitación y me dan <strong>de</strong> comer<br />
mientras me hacen un cúmulo <strong>de</strong> preguntas, la mayoría <strong>de</strong> las<br />
cuales no sé respon<strong>de</strong>r. Ellos también me hablan; me hablan <strong>de</strong><br />
mi vida, <strong>de</strong> mi familia. Los seis años en este lugar han hecho que<br />
mi memoria disminuya y que no recuer<strong>de</strong> absolutamente nada<br />
sobre el tiempo que viví seis años atrás. Parece surrealista, pero<br />
te puedo asegurar que no lo es. Me siento in<strong>de</strong>fensa, me siento<br />
pequeña, no poseo la fuerza necesaria para seguir a<strong>de</strong>lante, no<br />
sé lo que me pasará el día <strong>de</strong> mañana. Sólo te advierto.<br />
Tengo frío, no quiero comer. No recuerdo ningún momento <strong>de</strong><br />
calor, ni ningún instante <strong>de</strong> bienestar. Me gustaría saber quién<br />
leerá esta carta, pero dudo que siga viva cuando me saquen <strong>de</strong><br />
aquí. Han pasado ya seis años <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que conocí este lugar tan<br />
enloquecedor y aún sigo preguntándome por qué estoy aquí.<br />
Si <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> veinticuatro horas no regresaras con tu familia,<br />
te pediría que escribieses tus memorias <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> esta hoja;<br />
pue<strong>de</strong> que llegue el día en que notes que tus recuerdos se van<br />
<strong>de</strong>svaneciendo. No quiero darte malas esperanzas. Créeme. Ve<br />
hacia el váter, <strong>de</strong>stapa el <strong>de</strong>pósito y encontrarás un pequeño<br />
lápiz. Escribe. No tengas miedo. Ante todo, mantén los ojos<br />
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