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ordo de la Halbrane. ¡Quiera o no quiera el capitán Len Guy, tendrá que escucharme y<br />

responderme sí o no!<br />

Además, podía acontecer que, a la hora de la comida, el capitán Len Guy fuese al<br />

Cormorán Verde, donde los marinos tienen la costumbre de almorzar y comer durante el<br />

tiempo que las escalas duran. Después de pasar algunos meses en el mar agrada cambiar<br />

un menu, generalmente reducido a galleta y carne en conserva. Hasta la salud lo exige, y<br />

mientras que los víveres frescos son puestos a disposición de las tripulaciones, los<br />

oficiales comen muy a su placer en la posada. No dudaba yo que mi amigo Atkins lo<br />

hubiera dispuesto todo para recibir convenientemente al capitán, al lugarteniente y<br />

también al contramaestre de la goleta.<br />

Esperé, pues, y hasta muy tarde no me sentó a la mesa; cuando lo hice, sufrí un<br />

desengaño.<br />

¡No! Ni el capitán Len Guy ni nadie de a bordo vinieron a honrar con su presencia el<br />

Cormorán Verde. Tuve que comer solo, como lo hacía desde dos meses antes; pues,<br />

como fácilmente se comprende, los clientes de Atkins no se renovaban durante la mala<br />

estación.<br />

Terminada la comida, a las siete y media, y ya de noche, fuime a pasear por el puerto,<br />

por la parte edificada.<br />

El muelle estaba desierto. Las ventanas de la posada daban algo de claridad. Ni un<br />

hombre en tierra de la tripulación de la Halbrane. Los botes se habían reunido y se<br />

balanceaban a impulsos de la marea ascendente.<br />

Aquel schooner era como un cuartel, y los marineros tenían la consigna de acostarse al<br />

caer el sol, medida que debía de contrariar al hablador y bebedor Hurliguerly, muy<br />

amigo, en mi opinión, de recorrer las tabernas en el curso de las escalas. No le vi en los<br />

alrededores del Cormorán Verde.<br />

Permanecí en aquel sitio hasta las nueve. Poco a poco, la masa del navío desapareció<br />

en la sombra. Las aguas de la bahía no reflejaban más que la claridad del farol de proa,<br />

suspendido del palo de mesana.<br />

Volví a la posada, en la que encontré a Fenimore Atkins fumando su pipa junto a la<br />

pnerta.<br />

-Atkins- le dije.- Parece que el capitán Len Guy no gusta de frecuentar esta posada.<br />

-Algunas veces viene, los domingos, y hoy es sábado, señor Jeorling.<br />

-¿Le ha hablado usted?<br />

-Sí- me respondió el hostelero con tono que indicaba una visible contrariedad.<br />

-¿Le ha anunciado usted que una persona a la que usted conoce deseaba embarcarse<br />

en la Halbrane?<br />

-Sí.<br />

-Y ¿qué ha respondido?<br />

-No lo que yo hubiera querido, ni lo que usted desea, señor Jeorling...<br />

-¿Rehusa?<br />

-Casi, casi, si es rehusar el decirme: «Atkins, mi goleta no está en condiciones para<br />

recibir pasajeros. Jamás he admitido ninguno, ni tengo la intención de hacerlo.»<br />

III<br />

EL CAPITÁN LEN GUY<br />

Dormí mal. «Soñé que soñaba», y-ésta es una observación de Edgard Poe- cuando se<br />

sospecha que se sueña, se despierta enseguida. Despertéme, pues, siempre muy<br />

intrigado por aquel maldito capitán Len Guy. La idea de embarcarme en la Halbrane<br />

cuando ésta partiese de las Kerguelen había echado raíces en mi cerebro. Atkins no<br />

había cesado de prodigar alabanzas a aquel navío, el primero que, invariablemente,

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