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otra parte, no tendrá usted más que aguardar algunos días. La estación de la pesca va a<br />

comenzar... Navíos de comercio, balleneros, harán escala en Christmas-Harbour..., y le<br />

será a usted fácil embarcarse en alguno de ellos, con la seguridad de ir al sitio que a<br />

usted convenga..., Yo siento mucho, caballero..., siento vivamente..., y quedo a sus<br />

órdenes...<br />

Pronunciadas estas últimas palabras, el capitán Len Guy se retiró, y la conversación<br />

terminó de distinto modo al que yo suponía... Quiero decir, de una manera política<br />

aunque seria.<br />

Como de nada sirve empeñarse en lo imposible, abandoné la esperanza de navegar en<br />

la Halbrane, guardando rencor a su maldito capitán. Y ¿por qué no confesarlo? Mi<br />

curiosidad se había despertado. Comprendía que en el alma del marino había un<br />

misterio, y me hubiera gustado penetrarle. El imprevisto cambio de nuestra<br />

conversación; aquel nombre de Arthur Pym, pronunciado de tan inopinada manera; las<br />

preguntas sobre la isla de Nantucket; el efecto producido por la noticia de que en los<br />

mares australes se efectuaba una campaña dirigida por Wilkes; la afirmación de que el<br />

navegante, americano no avanzaría más hacia el Sur que... ¿De quién había querido<br />

hablar el capitán Len Guy? Todo esto era materia de reflexión para un espíritu tan<br />

práctico como el mío.<br />

Aquel día, Atkins quiso saber si el capitán Len Guy se había mostrado más asequible.<br />

¿Había yo obtenido autorización para ocupar uno de los camarotes de la goleta? Tuve<br />

que confesar al posadero que no había sido más afortunado que él en mis negociaciones,<br />

lo que no dejó de sorprenderle por no comprender la negativa, la terquedad del capitán...<br />

No le reconocía. ¿De dónde procedía aquel cambio? Y cosa que más directamente la<br />

tocaba- ¿por qué, en contradicción con lo que durante las escalas sucedía, el Cormorán<br />

Verde no había sido frecuentado ni por los tripulantes ni por los oficiales de la<br />

Halbrane? Parecía que la tripulación obedecía a una orden. Dos o tres veces solamente<br />

el contramaestre fue a instalarse en el salón de la posada, y esto fue todo. De aquí, gran<br />

descorazonamiento en Atkins.<br />

En lo que se refiere a Hurliguerly, comprendí que, a pesar de sus imprudentes<br />

promesas, ya no tenía por qué conservar conmigo relaciones, cuando menos inútiles. No<br />

puedo decir si había intentado convencer a su jefe; pero, caso afirmativo, seguramente<br />

que su insistencia le había valido duros reproches.<br />

Durante los tres días siguientes, 10, 11 y 12 de Agosto, hiciéronse los trabajos de<br />

aprovisionamiento y reparación de la goleta.<br />

Veíase a la tripulación ir y venir por el puente, visitar la arboladura, efectuar las<br />

maniobras corrientes, estirar los obenques y brandales que se habían aflojado durante la<br />

travesía, pintar de nuevo los altos y los empalletados deteriorados por los golpes del<br />

mar, reenvergar las velas nuevas, remendar las viejas, que podrían aun utilizarse con el<br />

buen tiempo, calafatear aquí y allá los huecos del casco y del puente a fuerza de<br />

martillazos.<br />

Este trabajo se cumplía con regularidad, sin esos gritos, esas interpelaciones, esas<br />

cuestiones propias entre los marinos en escala. La Halbrane debía de estar bien<br />

mandada; su tripulación bien organizada, muy disciplinada, hasta silenciosa. Tal vez el<br />

contramaestre debía de formar contraste con sus camaradas, pues me había parecido<br />

muy dispuesto a la risa, a la broma, a hablar sobre todo, a menos que no diera gusto a la<br />

lengua más que cuando descendía a tierra.<br />

En fin, se supo que la partida de la goleta se había fijado para el 15 de Agosto, y la<br />

víspera de este día no tenía yo aun motivo para pensar que el capitán Len Guy hubiera<br />

vuelto sobre la negativa tan categóricamente formulada.

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