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Jamás he encontrado, en el curso de mis viajes al través de todos los Océanos, carácter<br />

parecido. Jem West había nacido en la mar, y desde su infancia había vivido a bordo de<br />

una gabarra, de la que era patrón su padre y sobre la que vivía toda la familia. Nunca, en<br />

ninguna época de su existencia, había respirado más aire que el salino de la Mancha, del<br />

Atlántico o del Pacífico. Durante las escalas, él no desembarcaba más que para las<br />

necesidades de su servicio, fuese éste del Estado o del comercio. Si se trataba de<br />

abandonar un navío por otro, llevaba a éste su equipaje y ya no se movía. Marino por el<br />

alma, este oficio era toda su vida. Cuando no navegaba en lo real, lo hacía con la<br />

imaginación. Después de haber sido mozo, grumete, marinero, llegó a ser contramaestre<br />

segundo, después primero... y, al fin, lugarteniente de la Halbrane, y desde diez años<br />

antes desempeñaba las funciones de segundo a las órdenes del capitán Len Guy.<br />

Jem West no tenía la ambición de llegar más alto: no buscaba hacer fortuna; no se<br />

ocupaba ni de comprar ni de vender un cargamento. De arrumarle sí, porque el arrumaje<br />

es de primera consideración para que un barco marche bien. Respecto a los detalles de<br />

la navegación, de la ciencia marítima, la instalación del aparejo, la utilización de la<br />

energía velera, la maniobra en todas sus partes, los anclajes, la lucha contra los<br />

elementos, las observaciones de longitud y latitud, todo, en suma, lo que concierne a ese<br />

admirable aparato que se llama el barco de vela, Jem West lo entendía como ninguno.<br />

He aquí ahora al lugarteniente en la parte física: estatura regular, más bien delgado,<br />

todo nervios y músculos, miembros vigorosos, de una agilidad de gimnasta, mirada de<br />

marino de sorprendente penetración, el rostro curtido, los cabellos recios y cortos, las<br />

mejillas y la barbilla imberbes, las facciones regulares, la fisonomía denotando energía,<br />

audacia, y la fuerza física en su máximum tensión.<br />

Jem West hablaba poco, solamente cuando se le preguntaba. Daba sus órdenes con<br />

voz clara, en palabras precisas, que no repetía, mandando de forma de ser obedecido en<br />

el acto..., y se le comprendía.<br />

Llamo la atención sobre este tipo de oficial de la marina mercante, devoto en cuerpo y<br />

alma del capitán Len Guy y de la goleta Halbrane. Parecía ser uno de los órganos<br />

esenciales de su navío; que este conjunto de madera, hierro, tela y cobre recibiese de él<br />

su vital potencia; que existiese identificación completa entre el uno creado por el<br />

hombre y el otro, creado por Dios. Y si la Halbrane tenía corazón, palpitaba éste en el<br />

pecho de Jem West.<br />

Completaré mi reseña sobra el personal citando al cocinero de a bordo, un negro, de la<br />

costa de África, llamado Endicott, de unos treinta años de edad, y que desde hacía diez<br />

desempeñaba sus funciones a las órdenes del capitán Len Guy. El contramaestre y él se<br />

entendían a maravilla, y hablaban con gran frecuencia como buenos camaradas. Preciso<br />

es decir que Hurliguerly pretendía poseer maravillosas recetas culinarias, que Endicott<br />

ensayaba a veces, sin atraer jamás la atención de los indiferentes del comedor.<br />

La Halbrane había partido en excelentes condiciones. Hacía un frío intenso, pues bajo<br />

el paralelo cuarenta y ocho Sur, en el mes de Agosto todavía reina el invierno en esta<br />

parte del Pacífico. Pero la mar era buena, franca la brisa a Estesudeste. Si el tiempo<br />

continuaba así- lo que era de suponer y de desear- no cambiaríamos ni una vez nuestras<br />

amuras, y solamente bastaría con arriar blandamente las escotas para ir a Tristán de<br />

Acunha,<br />

La vida a bordo era muy regular, muy sencilla, y- lo que es aceptable en la mar- de<br />

una monotonía no desprovista de encantos. La navegación es el reposo en el<br />

movimiento, el balanceo en el sueño, y yo no me quejaba de mi aislamiento. Tal vez<br />

había un punto en el que mi curiosidad quería ser satisfecha: la razón de que el capitán<br />

Len Guy hubiese vuelto sobre su primera negativa. Tiempo perdido fuera interrogar al<br />

lugarteniente sobre un asunto que para nada se relacionaba con su servicio, pues ya he

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