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Príncipe Eduardo de Tristán de Acunha-unas 2.300 millas-y, como el contramaestre<br />

había asegurado, no sería menester cambiar las amuras. La invariable línea del Sudeste<br />

estaba bien establecida, no exigiendo más que alguna disminución de velas altas,<br />

algunas veces.<br />

El capitán Len Guy dejaba a Jem West el cuidado de maniobrar, y el audaz portavela-<br />

perdóneseme la palabra- no se decidía a coger rizos a las velas sino cuando la<br />

arboladura amenazaba con venirse abajo. Pero yo no sentía ningún recelo ni había<br />

avería que temer con tal marino... Siempre estaba vigilando.<br />

-!Nuestro segundo no tiene semejante!- me dijo un día Hurliguerly- y merece mandar<br />

un barco almirante.<br />

-Efectiva mente- respondí.- Jem West me parece un verdadero marino.<br />

-¡Y qué goleta la nuestra! Puede usted felicitarse y felicitarme, puesto que he<br />

conseguido que el capitán Len Guy variase su resolución en lo que a usted concierne.<br />

-Si es usted el que ha obtenido ese resultado, le doy a usted las gracias, contramaestre.<br />

-Y hay por qué darlas, pues a pesar de las instancias del compadre Atkins, el capitán<br />

dudaba. Pero yo conseguí hacerle entrar en razón.<br />

-No lo olvidaré, contramaestre, no lo olvidaré; pues gracias a su intervención, en vez<br />

de consumirme en las Kerguelen, no tardaré en estar a la vista de Tristán de Acunha.<br />

-Dentro da algunos días, señor Jeorling. Según lo que he oído, en Inglaterra y<br />

Alemania se ocupan actualmente en construir barcos que llevan una máquina en la<br />

panza y ruedas, de las que se sirven como una ánade de sus patas... Bien... Ya veremos<br />

lo que resulta. Mi opinión, sin embargo, es que tales barcos no podrán luchar con una<br />

hermosa fragata de sesenta, impulsada por la brisa. ¡El viento, señor Jeorling, el viento<br />

basta, y un marino no tiene necesidad de ruedas en su casco!<br />

No tenía por qué contrariar las ideas del contramaestre respecto al empleo del vapor<br />

para la navegación. Se estaba en los comienzos. ¿Quién podía prever el porvenir?<br />

Y en aquel momento recordé que la Jane..., aquella Jane de que el capitán Len Guy<br />

me había hablado como si hubiera existido, como si la hubiera visto con sus propios<br />

ojos, había ido, precisamente en quince días, desde la isla del Príncipe Eduardo a<br />

Tristán de Acunha.<br />

Verdad que Edgard Poe disponía a su antojo de los vientos y de la mar.<br />

Por lo demás, durante los quince días siguientes, el capitán Len Guy no me habló más<br />

de Arthur Pym. Parecía como si nunca lo hubiera hecho. Si él había esperado<br />

convencerme de la identidad del héroe de los mares australes, hubiera dado prueba de<br />

mediano talento. Lo repito: ¿cómo un hombre de buen sentido hubiera podido discutir<br />

en serio sobre tal materia? A menos de haber perdido la razón, de ser por lo menos un<br />

monomaníaco sobre este caso especial, como lo era Len Guy, nadie- por décima vez lo<br />

repito-, nadie podía ver otra cosa que una obra de imaginación en la novela de Edgard<br />

Poe.<br />

¡Calcúlese! Según ella, una goleta inglesa había avanzado hasta el 84º de latitud Sur,<br />

y, sin embargo, tal viaje no había tenido la importancia de un gran acontecimiento<br />

geográfico. Arthur Pym, volviendo de las profundidades de la Antártida, no fue<br />

colocado sobre los Cook, los Wedrell, los Biscoe. ¿No se le hubieran tributado los<br />

honores públicos lo mismo a él que a Dirk Peters, los únicos pasajeros de la Jane? ¿Y<br />

qué pensar de aquella mar libre descubierta por ellos? ¿De la extraordinaria velocidad<br />

de las corrientes que los arrastraban hacia el polo? ¿De la temperatura anormal de las<br />

aguas, que la mano no podía resistir? ¿De la cortina de vapores tendida por el horizonte?<br />

¿De la catarata que se entreabre y en la que aparecen figuras sobrehumanas?...<br />

Y, dejando aparte estás inverosimilitudes, ¿cómo Arthur Pym y Dirk Peters habían<br />

vuelto de tan lejos? ¿Cómo su canoa tsalaliana les había traído del círculo polar?

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