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El mando del brick, un verdadero cascajo mal reparado, se dio al señor Barnard, padre<br />

de Augusto.<br />

Su hijo, que debía acompañarle en aquel viaje, animó a su amigo para que fuese con<br />

ellos. Cosa más del gusto de Arthur Pym no podía haberla; pero su familia, su madre<br />

sobre todo, nunca se hubiera decidido a dejarle partir.<br />

No era esto lo bastante para contener a un mozo emprendedor, poco cuidadoso de<br />

someterse a la voluntad paternal. Las instancias de Augusto le abrasaban el cerebro, y<br />

resolvió embarcarse secretamente en el Grampus, pues el señor Barnard no le hubiera<br />

autorizado para desafiar la prohibición de su familia. Fingió que su amigo lo había<br />

invitado a pasar algunos días en su casa de New-Bedfort, despidióse de sus padres y se<br />

puso en camino. Cuarenta y ocho horas antes de la partida del brick se deslizó a bordo y<br />

ocupó un escondite preparado por Augusto, sin que ni la tripulación ni el señor Barnard<br />

supiesen nada.<br />

El camarote de Augusto comunicaba por una trampa con la cala del Grampus, llena de<br />

barriles, toneles y los mil diversos objetos que forman un cargamento. Por esta trampa<br />

Arthur Pym había llegado a su escondite, una sencilla caja, una de cuyas paredes se<br />

corría lateralmente. Esta caja contenía colchones, mantas, una cántara con agua, y<br />

víveres, galleta, conservas, carnero asado, algunas botellas de cordiales y licores..., tinta<br />

también.<br />

Arthur Pym, provisto de una linterna, bujías y fósforos, permaneció tres días y tres<br />

noches en su escondrijo. Augusto Barnard no pudo ir a visitarle hasta el momento en<br />

que el Grampus iba a aparejar.<br />

Una hora después Arthur Pym comenzó a sentir el balanceo del brick. Muy molesto<br />

en el fondo de la caja, salió de ella, y guiándose en la obscuridad por una cuerda tendida<br />

en la sala hasta la trampa del camarote de su amigo, consiguió orientarse en medio de<br />

aquel caos. Después volvió a su caja, comió y se quedó dormido.<br />

Transcurrieron varios días sin que Augusto Barnard volviese. O no había podido bajar<br />

a la cala, o no se había atrevido a ello por temor a revelar la presencia de Arthur Pym, e<br />

imaginando que aun no era oportuno momento para poner en autos a su padre.<br />

Entretanto, en aquella atmósfera cálida y viciada, Arthur Pym comenzaba a sufrir.<br />

Intensas pesadillas turbaban su cerebro. Deliraba. En vano buscaba, al través del<br />

amontonamiento de la cala, algún sitio donde respirar más a gusto. En una de estas<br />

pesadillas creyó verse entra las garras de un león de los Trópicos, y en el paroxismo del<br />

espanto iba a hacerse traición con sus gritos, cuando perdió el conocimiento.<br />

La verdad es que no soñaba. No sentía Arthur Pym sobre su pecho un león, pero sí un<br />

perro. Tigre, su terranova, que había sido introducido a bordo por Augusto Barnard, sin<br />

ser visto por nadie, circunstancia bastante inverosímil- hay que convenir en ello.- En<br />

aquel momento el fiel animal, que había podido reunirse a su amo, le lame el rostro y<br />

las manos con todas las señales de una extravagante alegría. El prisionero tenía, pues,<br />

un compañero. Desgraciadamente, mientras le duró el síncope, el compañero se había<br />

bebido toda el agua del cántaro, y cuando Pym quiso aplacar la sed que le consumía, no<br />

restaba una gota. Su linterna se había apagado, pues el desmayo duró varios días; no<br />

encontró ni los fósforos ni las bujías, y resolvió ponerse en contacto con Augusto<br />

Barnard. Salió de su escondrijo, y, guiado por la cuerda, llegó hasta la trampa, por más<br />

que su debilidad fuera extraordinaria, efecto de la sofocación o inanición. Pero en el<br />

curso de su trayecto, una de las cajas de la sala, desequilibrada por el balanceo, cayó,<br />

cerrándole el paso. ¡Qué de esfuerzos empleó en franquear aquel obstáculo y qué<br />

inútilmente, puesto que al llegar a la trampa colocada bajo el camarote de Augusto<br />

Barnard, no le fue posible levantarla! Al introducir su cuchillo por una de las junturas,<br />

sintió que una pesada masa de hierro gravitaba sobre la trampa, como si se hubiera

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