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-La compasión le lleva a usted muy lejos, capitánrespondí, procurando calmarle.-<br />
Sería imposible.<br />
-¡Imposible, caballero! ¿Y si existiese un hecho, si un testimonio irrecusable solicitase<br />
la atención del mundo civilizado; si se descubriese una prueba material de la existencia<br />
de esos desdichados, abandonados en los confines de la tierra, se podía decir:<br />
¡imposible!, a quien hablase de ir en su socorro?<br />
Y en este momento- lo que me evitó responder, pues él no me hubiese oído, el capitán<br />
Len Guy, sollozando, volvióse en dirección Sur, como si procurase agujerear con la<br />
mirada lejanos horizontes.<br />
En resumen: yo me preguntaba en qué circunstancia de su vida el capitán Len Guy<br />
había caído en tal perturbación mental. ¿Era un sentimiento de humanidad, llevado hasta<br />
la locura, el que le impulsaba a interesarse por unos náufragos que nunca habían<br />
naufragado, por la sencilla razón de que nunca habían existido?<br />
El capitán Len Guy se acercó a mí, colocó una de sus manos sobre mi hombro y<br />
murmuró a mi oído:<br />
-¡No, señor Jeorling, no! ¡En lo que se refiera a la tripulación de la Jane, aun no se ha<br />
dicho la última palabra!.<br />
Y se retiró.<br />
La Jane era, en la novela de Edgard Poe, el nombre de la goleta que había recogido a<br />
Arthur Pym y a Dirk Peters sobre los restos del Grampus, y por primera vez el capitán<br />
Len Guy acababa de pronunciarla al final de nuestra conversación.<br />
-El capitán de la Jane se llamaba también Guy- pensé,- el navío era inglés, como<br />
éste... ¿Qué consecuencia, puede deducirse de esta semejanza...? El capitán de la Jane<br />
no ha vivido más que en la imaginación de Edgard Poe..., mientras que el capitán de la<br />
Halbrane está vivo... bien vivo... Ambos tienen de común este nombre, muy corriente en<br />
la Gran Bretaña... Pero sin duda cita identidad de nombres ha turbado el cerebro de<br />
nuestro desdichado capitán. Se habrá figurado que pertenece a la familia del capitán de<br />
la Jane. ¡Sí! ¡Está es la cansa que lo ha llevado al extremo en que está, y la de que<br />
compadezca de tal modo la suerte de los imaginarios náufragos!<br />
Hubiera sido interesante saber si Jem West estaba al corriente de la situación, y si su<br />
jefe le había hablado alguna vez de su locura. Pero tratábase de cosa delirada, por<br />
referirse al estado mental de Len Guy. Aparte de esto, toda conversación con el segundo<br />
de a bordo era difícil, y sobre aquel asunto presentaba ciertos peligros...<br />
Guardé, pues, silencio... ¡Después de todo, yo iba a desembarcar en Tristán de<br />
Acunha, y mi travesía a bordo de la goleta terminaría dentro de algunos días. ¡Pero, en<br />
verdad, confieso que jamás hubiera pensado que algún día debería encontrarme con un<br />
hombre que tomase por realidades las ficciones de la novela de Edgard Poe!<br />
Al siguiente día, 22 de Agosto, desde el alba, habiendo dejado a babor la isla Marión<br />
y el volcán que su extremidad meridional endereza a una altura de 4.000 pies, vimos los<br />
primeros lineamientos de la isla del Príncipe Eduardo, por 46º 55’ de latitud Sur y 37º<br />
46’ de longitud Este. La isla quedó a estribor, doce horas después, sus últimas alturas se<br />
desvanecieron en las brumas de la tarde.<br />
Al día siguiente la Halbrane puso el cabo en dirección Noroeste, hacia el paralelo más<br />
septentrional del hemisferio Sur, que ella debía tocar en el curso de aquella navegación.<br />
V<br />
LA NOVELA DE EDGARD POE.<br />
He aquí, muy sucintamente, el análisis de la célebre obra de nuestro novelista<br />
americano, que fue publicada en Richmond con este título:<br />
Aventuras de Arthur Gordón Pym.