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Un mar de una profundidad de 1200 a 1500 brazas baña el grupo, alargado por la<br />

corriente ecuatorial que se dirige al Oeste.<br />

Está sometido al influjo de los vientos regulares del Suroeste. Las tempestades rara<br />

vez se desencadenan allí. Durante el invierno, los hielos pasan a menudo su paralelo en<br />

10º, pero jamás bajan al través de Santa Elena.<br />

Las tres islas, dispuestas en triángulo, están separadas por diversos pasos de unas 10<br />

millas, fácilmente navegables. Sus costas están francas, y en torno de Tristán de Acunha<br />

la mar mide 100 brazas de profundidad.<br />

Con dicho ex cabo estableciéronse relaciones desde la llegada de la Halbrane. Él nos<br />

recibió con agrado. Jem West, a quien el capitán Len Guy dejó el cuidado de llenar las<br />

cajas de agua y de hacer provisiones de carne fresca y legumbres varias, no tuvo motivo<br />

más que para alabar la amabilidad de Glass, quien, por lo demás, esperaba ser pagado a<br />

buen precio, como lo fue, en efecto.<br />

Desde el primer día se comprendió que la Halbrane no encontraría en Tristán de<br />

Acunha los recursos precisos para quedar en estado de emprender la campaña<br />

proyectada en el Océano Antártico.<br />

Pero desde el punto de vista de los recursos alimenticios, es cierto que Tristán de<br />

Acunha puede ser útil a los navegantes. Las especies de animales domésticos se han<br />

enriquecido; pues aunque a fines del último siglo el capitán americano Patten,<br />

comandante de la Industry, no había visto allí más que algunas cabras salvajes, hoy<br />

vense cerdos, vacas y aves. El capitán Colquhouin, del brick americano Betsey, hizo<br />

plantaciones de cebollas, patatas y otras legumbres en un suelo fértil que aseguraba la<br />

prosperidad. Esto es, al menos, lo que en su <strong>libro</strong> refiere Arthur Pym, y no hay motivo<br />

para negarle crédito.<br />

Se habrá notado que yo hablo ahora del héroe de Edgard Poe como del hombre cuya<br />

existencia no puedo ya poner en duda. Así es que me extrañaba que el capitán Len Guy<br />

no me hubiera aun interpelado sobre este asunto. Evidente era que las noticias escritas<br />

en el cuaderno de Patterson eran cosa formal, y yo tenía que reconocer mi pasado error.<br />

Además, si alguna duda me hubiera quedado, un nuevo o irrecusable testimonio vino<br />

a añadirse al del segundo de la Jane.<br />

Al siguiente día de anclar desembarqué en Ansiedlung, en una hermosa playa de<br />

negruzca arena. Pensé que tal playa no estaría fuera de su lugar en la isla Tsalal, donde<br />

se encontraba aquel color de duelo, con exclusión del blanco, que causa a los insulares<br />

violentas convulsiones seguidas de postración y estupor. ¿Pero al dar por ciertos tan<br />

extraordinarios efectos no habría sido Arthur Pym juguete de una ilusión? En fin, ya se<br />

pondría en claro la cosa si la Halbrane llegaba alguna vez a la vista de la isla Tsalal.<br />

Encontré al ex cabo Glass, hombre vigoroso, bien conservado, de fisonomía ruda, y en<br />

el que los sesenta años no habían conseguido amenguar la inteligente vivacidad.<br />

Independientemente del comercio con el Cabo y las Falklands, hacía un importante<br />

tráfico de pieles de foca, de aceite de elefantes marinos, y sus negocios marchaban<br />

viento en popa.<br />

Como aquel gobernador, que se nombró tal a sí mismo, y fue reconocido por la<br />

pequeña colonia, parecía muy aficionado a hablar, entabló sin gran trabajo, desde<br />

nuestra primera entrevista, una conversación muy interesante.<br />

-¿Tienen ustedes a menudo navíos que hagan escala en Tristán de Acunha?- le<br />

pregunté.<br />

-Tantos como nos hacen falta, caballero- respondió, frotándose las manos, que colocó<br />

en la espalda, costumbre suya sin duda.<br />

-¿En la buena estación?- añadí.<br />

-Sí, en la buena estación, si es que en estos parajes la hay mala.

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