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1 - Abiding Life Ministries International

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La libertad para fracasar<br />

El único camino para salir del fracaso es la fe. No nos revolcamos en la autocompasión y<br />

la culpa sino que permitimos que el fracaso nos lleve a un punto de verdadera dependencia, lo<br />

cual traerá aparejada una máxima productividad en la medida en que Cristo viva su vida a través<br />

de nosotros. Los lamentos y las recriminaciones son para los incrédulos, no para quienes<br />

caminan en la justicia y la perfección de Cristo.<br />

Cuando fracasamos, debemos entender el carácter de Dios, quien hace que todas las<br />

cosas cooperen para bien (vea Romanos 8.28). En ese comprender el carácter de Él hay un<br />

secreto que todo aquel que le sirve debe llegar a conocer: la naturaleza de Dios es la compasión.<br />

¡El ser humano arrepentido, no importa cuán profundo haya caído, puede contar con que Dios lo<br />

escucha y se conmueve por su gran compasión!<br />

La advertencia hecha a Israel fue que si se olvidaba del Señor y adoraba a ídolos sería<br />

destruido, pero que si al estar afligidos por haber tenido esa conducta buscaban al Señor,<br />

entonces Dios les oiría. “Porque el SEÑOR tu Dios es un Dios compasivo, que no te abandonará<br />

ni te destruirá” (Dt. 4.31, NVI). En el libro de Oseas, Dios presenta su acusación contra Israel:<br />

son infieles, no se arrepienten, son malvados, rebeldes, idólatras, viven en el engaño y están<br />

corrompidos. Por lo tanto, el juicio de Dios debe alcanzarlos y ellos deben ser quebrantados,<br />

oprimidos, perder la nación, perder sus hijos, ser llevados como esclavos, que su tierra sea<br />

devastada y ser rechazados. Pero preste atención a lo que Dios dice: “¿Cómo podré dejarte,<br />

Efraín? ¿Cómo podré abandonarte, Israel? ¿Podré destruirte como destruí la ciudad de Admá, o<br />

hacer contigo lo mismo que hice con Seboím? ¡Mi corazón está conmovido, lleno de compasión<br />

por ti! No actuaré según el ardor de mi ira: no volveré a destruir a Efraín, porque yo soy Dios,<br />

no hombre. Yo soy el Santo, que estoy en medio de ti, y no he venido a destruirte” (Os. 11.8-9,<br />

énfasis del autor). Tenemos libertad para fracasar porque Dios es un Dios de compasión. En más<br />

de sesenta lugares del Antiguo Testamento se lo describe de esta manera.<br />

Fue la compasión de Dios la que afectó tanto al profeta Jonás; él sabía que Dios no<br />

destruiría a Nínive si la gente se arrepentía. Jonás pensaba que Nínive debía ser aniquilada aun<br />

cuando sus habitantes se arrepintieran; ¡sus maldades no podían pasarse por alto! “¡Oh SEÑOR!<br />

¿No era esto lo que yo decía cuando todavía estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a huir a<br />

Tarsis, pues bien sabía que tú eres un Dios bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de<br />

amor, que cambias de parecer y no destruyes” (Jon. 4.2, NVI). Nuestro Padre no puede cerrar<br />

sus oídos a un corazón arrepentido, no importa la seriedad del pecado.<br />

Algo que observamos repetirse una y otra vez es lo que denomino el “ciclo compasivo<br />

de Dios”. Es decir, siempre que somos castigados por Dios, nuestro sufrimiento resultante<br />

despierta su compasión, de manera que Él nos atrae nuevamente a sí mismo. “Porque el Señor<br />

no desechará para siempre; antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus<br />

misericordias” (Lm. 3.31-32).<br />

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