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1 - Abiding Life Ministries International

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La experiencia cristiana<br />

Recuerdo con toda claridad el momento en que llegué a conocer a Jesucristo como mi<br />

Salvador personal: ¡Ese sí que fue un día maravilloso! Verdaderamente, la experiencia fue un<br />

salir de las tinieblas para pasar a la luz. ¿Quién puede describir el misterio de Dios viviendo<br />

dentro de uno y el encanto resultante del compañerismo y la comunión con Él? Recuerdo que<br />

me acostaba tan feliz y sonriente, que al otro día despertaba todavía sonriendo. Mi alegría y mi<br />

paz eran inmensas. Mi semblante había cambiado –yo lo sabía– y, además, todos los que me<br />

conocían lo habían advertido. Memorizar las Escrituras era un deleite que no demandaba ningún<br />

esfuerzo; la oración algo incesante, y una permanente alabanza a Dios por la maravilla de su<br />

creación lo que marcaba el compás del día. Ansiedad, pesimismo, temor... eran todas cosas de<br />

un pasado que de pronto parecía muy lejano, apenas si un vago recuerdo. Para decirlo<br />

brevemente: Dios me amaba y yo lo sabía, me complacía en ello y “permanecía” 1 en ello. ¡Qué<br />

maravilla el ser un hijo de Dios!<br />

Entonces fue que sucedió. Una mañana de primavera, en mi primer año de universidad,<br />

un amigo me planteó una pregunta muy sencilla: “Michael, ¿qué crees que el Señor te está<br />

llamando a hacer?”<br />

Hasta aquel momento jamás había pensado en el tema, en absoluto, pero para mi propia<br />

sorpresa me encontré respondiendo: “Dios me está llamando a servir a los cristianos<br />

desalentados”. Fue en ese instante que entendí cuál era el plan de Dios para mi vida. No le di<br />

muchas vueltas al asunto, aunque sí me sorprendía un tanto el pensar que pudieran existir<br />

“cristianos desalentados”. A menudo he pensado que de haber sabido lo que tal llamado<br />

implicaba, habría regateado con el Señor pidiéndole un ministerio diferente, porque en ese<br />

momento no sabía yo que a fin de ministrar a cristianos en esas condiciones, debía<br />

primeramente experimentar el desaliento y el fracaso en mi propia persona.<br />

La transición a la vida de fracaso y derrota que me acompañó durante los siguientes<br />

nueve años se produjo en un tiempo relativamente corto. ¡Al cabo de pocos meses la oración<br />

había llegado a ser un esfuerzo, la Biblia había perdido su atractivo, pecados imposibles de<br />

vencer me asediaban por todos los flancos y la conciencia emocional de la presencia de Dios en<br />

mi vida había desaparecido!<br />

Traté de hacer frente a mis fracasos y desalientos de diferentes maneras. Por ejemplo, leí<br />

una cantidad de libros sobre autoayuda y de técnicas, que me ofrecían liberación instantánea.<br />

Toda esa literatura describía elocuentemente mi situación, pero no obstante me dejaba tan<br />

impotente como antes para escapar de ella. Cuanto más leía, mayores eran mi frustración, ira y<br />

depresión. Allí se me contaba del grandioso ejemplo de Jesús, de cómo Él oraba, ayunaba,<br />

ayudaba a los demás, adoraba, era una persona consagrada, alimentaba a los hambrientos y,<br />

además, se destacaba su manera de amar a la gente. ¡Y después se me ordenaba hacer lo mismo!<br />

¿No se daban cuenta esos autores que yo no necesitaba motivación, que yo quería ser como<br />

1 Cada vez que se utilicen las expresiones “permanecer” o “la vida que permanece”, se referirán al concepto<br />

expresado en Juan 15.4-7. Por favor deténgase y léalo en este momento.<br />

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