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1 - Abiding Life Ministries International

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solo que en diferentes grados. Aun el creyente que ha renacido y que tiene al Espíritu de Cristo<br />

puede erigir una pared de incredulidad que impide el gobierno de Cristo sobre el alma; en ese<br />

momento, el creyente también sufre de insania.<br />

Muchas personas que escriben sobre guerra espiritual y las estratagemas de Satanás, han<br />

señalado que él hace que su voz le suene a una persona exactamente como la propia. Su<br />

propósito al hacer esto es llevar a los humanos a creer que los pensamientos se originan dentro<br />

de ellos mismos y que son en realidad sus propios deseos. Permítame ilustrarlo: Satanás no se<br />

acercaría a un hombre para decirle: “Deje a su esposa y búsquese una mujer más joven”. En<br />

cambio, al tener acceso a los pensamientos del hombre dice: “Tengo ganas de dejar a mi<br />

esposa”. Esto tiene el propósito de crear confusión, dado que el enemigo quiere que creamos<br />

que toda tentación es, en realidad, lo que nosotros deseamos. Una vez que él ha logrado ese<br />

engaño, cada vez que le decimos no a una seducción, creemos que estamos negándonos algo que<br />

realmente deseamos y que nos sentimos con “derecho” a obtener. Seguimos acariciando el<br />

pensamiento hasta que lo hacemos verdaderamente propio y nos resulta imposible resistir,<br />

entregándonos al pecado en poco tiempo. “Cada uno es tentado cuando sus propios malos<br />

deseos lo arrastran y seducen. Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado; y el<br />

pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte” (Stg. 1.14-15, NVI).<br />

¿Tentación es igual que deseo? Si eso fuese cierto, ¡entonces el hombre más malvado<br />

que jamás caminara sobre la faz de la tierra fue Cristo Jesús, quien fue tentado en todas las<br />

cosas! “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras<br />

debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (He.<br />

4.15). Sin embargo, hay cristianos que siempre confiesan sus tentaciones como si fuesen<br />

pecados.<br />

Expliqué este principio a mi esposa y estuvo de acuerdo. Luego, le pregunté si alguna<br />

vez ella había sido tentada a cometer adulterio; pareció ofendida al responderme: “¿Qué clase de<br />

mujer crees que soy?” Le expliqué que su respuesta confirmaba que ella todavía creía que<br />

tentación y deseo eran lo mismo. Aunque el enemigo puede poner prácticamente cualquier<br />

pensamiento en nuestra mente casi en cualquier momento, estos no representan nuestros deseos<br />

sino, en realidad, el verdadero carácter de él.<br />

Un amigo una vez me dijo que hay solamente dos clases de personas que tratan con las<br />

ovejas: ¡pastores y carniceros! Me explicó que la voz del carnicero, aunque pueda sonar como la<br />

de uno mismo, siempre será hiriente, dura, condenatoria, criticadora, causante de confusión y<br />

depresión, y por sobre todo hostigadora. Si no recibe tratamiento perseverará, a tal punto, que<br />

aquel que escucha creerá estar oyendo su predisposición propia. En cambio la voz del Pastor es<br />

dulce, cariñosa y enseñadora; ofrece orientación, reconforta mi espíritu (aun cuando me esté<br />

llevando al reconocimiento de algo que no es bueno, o que es pecado) y trae consigo vida y<br />

libertad. Esta sencilla identificación de las voces que oigo me ha resultado de suma utilidad.<br />

Un día, mientras compartía las verdades de la Palabra con una mujer, el Espíritu Santo la<br />

llevó a la certeza de querer que Cristo entrara en su vida. Después que ella hubo orado y pedido<br />

al Señor que perdonara sus pecados y entrara, le sugerí inclinar su cabeza, cerrar su mente a toda<br />

distracción, contemplar el lugar en el que ahora Cristo moraba, tratar de escuchar su voz, y<br />

luego decirme lo que Él le decía. Al cabo de un momento su rostro se iluminó con una amplia<br />

sonrisa; Él le había dicho que le era aceptable y que la amaba. No bien terminó de expresarlo su<br />

expresión se transformó y rompió en llanto. No la dejé seguir adelante y le dije: “Esto es lo que<br />

usted acaba de oír: ‘Debo esforzarme por agradar a Dios, pero yo sé muy bien que le voy a<br />

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