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7 Glorificación de Jesús y María - Revelaciones Marianas

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Amor, y con Él me han arrebatado todo... ¡Oh, mi señor, si eres tú el que se lo ha llevado, dime dón<strong>de</strong> lo has puesto! Y yo iré por<br />

Él... No se lo diré a nadie... Será un secreto entre tú y yo. Mira: soy la hija <strong>de</strong> Teófilo, la hermana <strong>de</strong> Lázaro, pero estoy <strong>de</strong> rodillas<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ti suplicándote, como una esclava. ¿Quieres que te compre su Cuerpo? Lo haré. ¿Cuánto quieres? Soy rica. Puedo<br />

darte tanto oro y gemas como pesa su Cuerpo. Pero <strong>de</strong>vuélvemelo. No te <strong>de</strong>nunciaré. ¿Quieres golpearme? Hazlo. Haciéndome<br />

verter sangre, si quieres. Si sientes odio hacia Él, <strong>de</strong>scárgalo sobre mí. Pero <strong>de</strong>vuélvemelo. ¡Oh, mi señor, no me hagas pobre <strong>de</strong><br />

esta manera, con esta indigencia! ¡Piedad <strong>de</strong> una pobre mujer!... ¿Por mí no quieres? Por su Madre, entonces. ¡Dime! Dime<br />

dón<strong>de</strong> está mi Señor <strong>Jesús</strong>. Soy fuerte. Lo tomaré entre mis brazos y lo llevaré como a un niño a lugar seguro. Señor... señor... ya<br />

lo ves... hace tres días que la ira <strong>de</strong> Dios se <strong>de</strong>scarga sobre nosotros por lo que se hizo al Hijo <strong>de</strong> Dios... No añadas la Profanación<br />

al Delito...<br />

-¡<strong>María</strong>!<br />

<strong>Jesús</strong> aparece radioso al llamarla. Se revela con su esplendor triunfante.<br />

-¡Rabhuní!<br />

El grito <strong>de</strong> <strong>María</strong> es verda<strong>de</strong>ramente "el gran grito" que cierra el ciclo <strong>de</strong> la muerte. Con el primero, las tinieblas <strong>de</strong>l<br />

odio fajaron a la Víctima con vendas fúnebres; con el segundo, las luces <strong>de</strong>l amor aumentaron su esplendor. Y <strong>María</strong>, al emitir<br />

este grito que llena el huerto, se alza y, presurosa, va a los pies <strong>de</strong> <strong>Jesús</strong>, a esos pies que quisiera besar.<br />

<strong>Jesús</strong>, tocándola apenas con 1a punta <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos en la frente, la separa:<br />

-¡No me toques! No he subido con esta figura todavía a mi Padre. Ve don<strong>de</strong> mis hermanos y amigos y diles que subo al<br />

Padre mío y vuestro, a mi Dios y a vuestro Dios, y luego iré don<strong>de</strong> ellos.<br />

Y <strong>Jesús</strong>, absorbido por una luz irresistible, <strong>de</strong>saparece.<br />

<strong>María</strong> besa el suelo don<strong>de</strong> Él estaba y corre hacía la casa. Entra como un rayo -la puerta está entornada para <strong>de</strong>jar paso<br />

al amo <strong>de</strong> la casa, que se dirige hacía la fuente-, abre la puerta <strong>de</strong> la habitación <strong>de</strong> <strong>María</strong> y se <strong>de</strong>ja caer en el corazón <strong>de</strong> Ella,<br />

gritando: -¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado! - y llora llena <strong>de</strong> dicha.<br />

Y, mientras acu<strong>de</strong>n Pedro y Juan y <strong>de</strong>l Cenáculo vienen las asustadas Salomé y Susana y escuchan lo que 1a Magdalena<br />

dice, también vuelven <strong>de</strong> la calle <strong>María</strong> <strong>de</strong> Alfeo y Marta y Juana, las cuales, con respiro entrecortado, dicen que ellas también<br />

han estado allí, y que han visto a dos ángeles que <strong>de</strong>cían ser el Custodio <strong>de</strong>l Hombre Dios y el Ángel <strong>de</strong> su Dolor, y que les han<br />

dado la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir a los discípulos que había resucitado. Y, al ver que Pedro menea la cabeza, insisten diciendo:<br />

-Sí. Han dicho: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado, como dijo estando todavía<br />

en Galilea. ¿No os acordáis? Dijo: “El Hijo <strong>de</strong>l hombre <strong>de</strong>be ser entregado en manos <strong>de</strong> los pecadores y ser crucificado. Pero al<br />

tercer día resucitará”.<br />

Pedro menea la cabeza diciendo:<br />

-¡Demasiadas cosas en estos días! Os han ofuscado.<br />

La Magdalena alza la cabeza <strong>de</strong>l pecho <strong>de</strong> <strong>María</strong> y dice:<br />

-¡Lo he visto! Le he hablado. Me ha dicho que sube al Padre y luego viene. ¡Qué hermoso estaba! - y llora como nunca<br />

ha llorado, ahora que ya no ha <strong>de</strong> torturarse a sí misma para hacer fuerza contra la duda proce<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> todas partes.<br />

Pero Pedro, y también Juan, se quedan muy dudosos. Se miran y sus ojos dicen: "¡Imaginación <strong>de</strong> mujeres!".<br />

Entonces también Susana y Salomé se atreven a hablar. Pero la misma, inevitable diferencia en los <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> los<br />

soldados, que primero están como muertos y luego ya no están; y <strong>de</strong> los ángeles, que en un momento son uno y en otro dos, y<br />

que no se han mostrado a los apóstoles; y <strong>de</strong> las dos versiones sobre el hecho <strong>de</strong> que <strong>Jesús</strong> va allí o que prece<strong>de</strong> a los suyos<br />

hacia Galilea... esto hace que la duda, es más, la persuasión <strong>de</strong> los apóstoles crezca cada vez más.<br />

<strong>María</strong>, la Madre dichosa, calla, sujetando a la Magdalena... No comprendo el misterio <strong>de</strong> este silencio materno.<br />

<strong>María</strong> <strong>de</strong> Alfeo dice a Salomé:<br />

-Vamos a volver allá nosotras dos: Vamos a ver si estamos todas borrachas... - y se marchan rápidas. Las otras se<br />

quedan --comedidamente no tomadas en consi<strong>de</strong>ración por los dos apóstoles- junto a <strong>María</strong>, que guarda silencio, absorta en un<br />

pensamiento que cada uno interpreta a su manera y que ninguno compren<strong>de</strong> que es un éxtasis.<br />

Vuelven las dos mujeres ya más bien ancianas:<br />

-¡Es verdad! ¡Es verdad! Lo hemos visto. Nos ha dicho junto al huerto <strong>de</strong> Bernabé: “Paz a vosotras. No temáis. Id a <strong>de</strong>cir<br />

a mis hermanos que he resucitado y que vayan <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> unos días a Galilea. Allí estaremos todavía un tiempo juntos”. Esto ha<br />

dicho. <strong>María</strong> tiene razón. Hay que <strong>de</strong>círselo a los <strong>de</strong> Betania, a José, a Nico<strong>de</strong>mo, a los discípulos más leales, a los pastores. Hay<br />

que ir, hay que hacer, hacer... ¡Oh! ¡Ha resucitado!... - lloran todas, felices.<br />

-No estáis en vuestros cabales, mujeres. El dolor os ha ofuscado. La luz os ha parecido ángel; el viento, voz; el Sol,<br />

Cristo. Yo no os critico. Os comprendo, pero sólo puedo creer en lo que he visto: el Sepulcro abierto y vacío, y los soldados que<br />

habían sustraído el Cadáver y habían huido.<br />

-¡Pero si lo dicen los propios soldados, que ha resucitado! ¡Si la ciudad está toda revuelta, y los príncipes <strong>de</strong> los<br />

sacerdotes están locos <strong>de</strong> ira, porque los soldados, huyendo aterrorizados, han hablado! Ahora quieren que digan lo contrario y<br />

les pagan por hacerlo. Pero ya se sabe. Y, si los judíos no creen en la Resurrección, no quieren creer, muchos otros creen...<br />

-¡Mmm! ¡Las mujeres!...<br />

Pedro se encoge <strong>de</strong> hombros y hace a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> marcharse.<br />

Entonces la Madre, que sigue teniendo sobre su corazón a la Magdalena (que llora como un sauce bajo un aguacero por<br />

su <strong>de</strong>smesurada dicha), besándole sus rubios cabellos, alza su rostro transfigurado y dice una breve frase:<br />

-Realmente ha resucitado. Yo le he tenido entre mis brazos y he besado sus Llagas - y luego reclina otra vez su cabeza<br />

sobre los cabellos <strong>de</strong> la apasionada y dice: -Sí, la dicha es mayor aún que el dolor. Y no es más que un granito <strong>de</strong> arena respecto<br />

a lo que será tu océano <strong>de</strong> dicha eterna. ¡Oh, bienaventurada que por encima <strong>de</strong> la razón has hecho hablar al espíritu!

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