7 Glorificación de Jesús y María - Revelaciones Marianas
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Su sonrisa, la mirada que <strong>de</strong>posita en las flores, en las frondas, o que se alza al cielo sereno, hace aumentar la belleza<br />
<strong>de</strong> todo: y más suaves, y teñidos <strong>de</strong> un esfumado, sedoso colorido rosáceo, aparecen los millones <strong>de</strong> pétalos que forman una<br />
espuma florecida sobre la cabeza <strong>de</strong>l Vencedor; y más vivos aparecen los diamantes <strong>de</strong>l rocío; y más azul el cielo, que refleja sus<br />
Ojos refulgentes; y más festivo el Sol, que pone pinceladas <strong>de</strong> alegría en una nubecita movida por una brisa ligera que viene a<br />
besar a su Rey con fragancias arrebatadas a los jardines y caricias <strong>de</strong> pétalos sedosos.<br />
<strong>Jesús</strong> alza la Mano y bendice. Luego, mientras cantan más fuerte los pájaros y más intensamente el viento perfuma,<br />
<strong>de</strong>saparece <strong>de</strong> mi vista, <strong>de</strong>jándome en un gozo que borra hasta los más leves recuerdos <strong>de</strong> tristezas y sufrimientos y las más<br />
leves vacilaciones sobre el mañana...<br />
618<br />
<strong>Jesús</strong> resucitado se aparece a su Madre.<br />
<strong>María</strong> ahora está postrada rostro en tierra. Parece un pobre ser abatido. Parece esa flor <strong>de</strong> que ha hablado, esa flor<br />
muerta a causa <strong>de</strong> la sed.<br />
La ventana cerrada se abre con un impetuoso golpeo <strong>de</strong> las recias hojas, y, bajo el primer rayo <strong>de</strong>l Sol, entra <strong>Jesús</strong>.<br />
<strong>María</strong>, que se ha estremecido con el ruido y que alza la cabeza para ver qué ráfaga <strong>de</strong> viento ha abierto la ventana, ve a<br />
su radiante Hijo: hermoso, infinitamente más hermoso que cuando todavía no había pa<strong>de</strong>cido; sonriente, vivo, más luminoso<br />
que el Sol, vestido con un blanco que parece luz tejida. Y lo ve avanzar hacia Ella.<br />
<strong>María</strong> se en<strong>de</strong>reza sobre sus rodillas y, uniendo las manos sobre el pecho, dice con un sollozo que es risa y llanto:<br />
«Señor, mi Dios». Y se queda arrobada, contemplándolo con su rostro lavado todo en lágrimas, pero sereno ahora, sosegado por<br />
la sonrisa y el éxtasis.<br />
Pero El no quiere ver a su Madre <strong>de</strong> rodillas como una sierva. Y la llama tendiéndole las Manos, cuyas heridas emanan<br />
rayos que hacen aún más luminosa su Carne gloriosa: « ¡Mamá!». Y no es esa palabra afligida <strong>de</strong> los coloquios y <strong>de</strong>spedidas<br />
anteriores a la Pasión, ni el lamento <strong>de</strong>sgarrado <strong>de</strong>l encuentro en el Calvario y <strong>de</strong> la agonía. Es un grito <strong>de</strong> triunfo, <strong>de</strong> alegría, <strong>de</strong><br />
liberación, <strong>de</strong> fiesta, <strong>de</strong> amor, <strong>de</strong> gratitud. Y se inclina hacia su Madre, que no osa tocarlo, y le pone sus Manos bajo los codos<br />
doblados, la pone en pie, la aprieta contra su Corazón y la besa.<br />
¡Oh, entonces <strong>María</strong> compren<strong>de</strong> que no es una visión, sino que es su Hijo realmente resucitado; que es su <strong>Jesús</strong>, el Hijo<br />
que sigue amándola como Hijo! Y, con un grito, se le arroja al cuello y lo abraza y lo besa, riendo y llorando. Lo besa en la<br />
Frente, don<strong>de</strong> ya no hay heridas; en la Cabeza, que ya no está <strong>de</strong>speinada ni sangra; en los Ojos fúlgidos; en las Mejillas ahora<br />
sanas; en la Boca que ya no está hinchada. Y luego toma sus Manos y besa los dorsos y las palmas, en las radiosas heridas. Y, con<br />
un impulso repentino, se agacha a sus Pies, retira el vestido resplan<strong>de</strong>ciente que los cubre, y los besa.<br />
Luego se levanta, lo mira, no se atreve...<br />
Pero Él compren<strong>de</strong> y sonríe. Retira levemente su vestido en la parte <strong>de</strong>l pecho y dice:<br />
-¿Y esta llaga, Mamá, no la besas; esta que tanto te ha hecho sufrir y que sólo tú eres digna <strong>de</strong> besar? Bésame en el<br />
Corazón, Mamá. Tu beso me borrará el último recuerdo <strong>de</strong> todo lo que significa dolor, y me dará ese gozo que todavía le falta a<br />
mi Gozo <strong>de</strong> Resucitado.<br />
Y toma entre sus manos la cara <strong>de</strong> su Madre y apoya los labios <strong>de</strong> Ella en los labios <strong>de</strong> la herida <strong>de</strong>l Costado, <strong>de</strong> don<strong>de</strong><br />
manan chorros <strong>de</strong> luz vivísima. El rostro <strong>de</strong> <strong>María</strong>, sumergido en ese torrente <strong>de</strong> rayos, aparece aureolado por esa luz.<br />
Ella besa, besa, mientras <strong>Jesús</strong> la acaricia. No se cansa <strong>de</strong> besar. Parece un sediento que ha pegado su boca a la fuente y<br />
<strong>de</strong> la fuente esté bebiendo esa vida que se le escapaba.<br />
Ahora <strong>Jesús</strong> habla.<br />
-Todo ha terminado, Mamá. Ya no tienes que llorar por tu Hijo. La prueba está consumada. La Re<strong>de</strong>nción se ha<br />
producido.<br />
Mamá, gracias por haberme concebido, criado, ayudado en 1a vida y en la muerte.<br />
He sentido llegar a mí tus oraciones, que han sido mi fuerza en el dolor, mis compañeras en mi viaje por este mundo y<br />
más allá <strong>de</strong> este mundo; tus oraciones han estado conmigo en la Cruz y en el Limbo. Eran el incienso que precedía al Pontífice<br />
que iba a llamar a sus siervos para llevarlos al templo que no muere: a mi Cielo. Tus oraciones han venido conmigo al Paraíso,<br />
precediendo como voz angélica al cortejo <strong>de</strong> los redimidos guiados por el Re<strong>de</strong>ntor, para que los ángeles estuvieran preparados<br />
para saludar al Vencedor que volvía a su Reino. El Padre y el Espíritu Santo las han oído y visto, y han sonreído como a 1a flor<br />
más hermosa y al más dulce canto nacidos en e1 Paraíso. Las han conocido los Patriarcas y los nuevos Santos, los nuevos,<br />
primeros, ciudadanos <strong>de</strong> mi Jerusalén. Y Yo te traigo el "gracias" <strong>de</strong> ellos, Mamá, junto con el beso <strong>de</strong> tus padres y su bendición,<br />
y la <strong>de</strong> tu esposo <strong>de</strong> alma, José.<br />
¡Todo el Cielo entona su hosanna para ti, Madre mía, Mamá santa! Un hosanna que no muere, que no es falso como el<br />
que hace unos días la gente entonó para mí.<br />
Ahora voy al Padre con mi figura humana. El Paraíso <strong>de</strong>be ver al vencedor en esa figura <strong>de</strong> Hombre con que ha vencido<br />
al Pecado <strong>de</strong>l Hombre. Pero luego regresaré. Tengo que confirmar en la Fe a quien no cree todavía y necesita creer para llevar a<br />
otros a creer; <strong>de</strong>bo fortalecer a los pequeños, que tendrán necesidad <strong>de</strong> mucha fortaleza para resistir al mundo.<br />
Luego subiré al Cielo. Pero no te <strong>de</strong>jaré sola. Mamá, ¿ves ese velo? Aun <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mi abatimiento, he irradiado po<strong>de</strong>r<br />
milagroso para ti, para darte ese consuelo. Y para ti cumplo otro milagro. Tú me tendrás, en el Sacramento, real como cuando<br />
me llevabas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ti.