7 Glorificación de Jesús y María - Revelaciones Marianas
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vicio; estrangular a Satanás, que la tenía apresada; <strong>de</strong>safiar al mundo por amor a su Salvador; ha sabido <strong>de</strong>spojarse <strong>de</strong> todo lo<br />
que no fuera amor; ha sabido ser sólo amor que se consume por su Dios. Y Dios la llama: "<strong>María</strong>". Oye cómo respon<strong>de</strong>:<br />
"¡Rabbuní!". En ese grito está su corazón.<br />
A ella, que lo ha merecido, le doy el encargo <strong>de</strong> ser la mensajera <strong>de</strong> la Resurrección. Y una vez más sufrirá el escarnio,<br />
leve escarnio, como si <strong>de</strong>lirara. Pero no le importa nada a <strong>María</strong> <strong>de</strong> Magdala, a <strong>María</strong> <strong>de</strong> <strong>Jesús</strong>, el juicio <strong>de</strong> los hombres. Me ha<br />
visto resucitado, y ello le produce una alegría que calma todo otro sentimiento.<br />
¿Ves cómo amo a quien fue culpable, pero quiso salir <strong>de</strong> la culpa? Ni siquiera es a Juan al primero que me aparezco. Me<br />
aparezco a la Magdalena. Juan había recibido ya <strong>de</strong> mí el grado <strong>de</strong> hijo. Podía recibirlo, porque era puro y podía ser hijo no sólo<br />
espiritual, sino también dador y receptor -a la Pura y <strong>de</strong> la Pura <strong>de</strong> Dios- <strong>de</strong> los cui-dados o necesida<strong>de</strong>s que están ligados a la<br />
carne.<br />
Magdalena, la resucitada a la Gracia, tiene la primera visión <strong>de</strong> la Gracia Resucitada.<br />
Cuando me amáis hasta el punto <strong>de</strong> vencer todo por mí, Yo tomo vuestra cabeza y vuestro corazón enfermos entre mis<br />
manos traspasadas y espiro en vuestro rostro mi Po<strong>de</strong>r. Y os salvo, os salvo, amados hijos. Y <strong>de</strong> nuevo aparecéis hermosos,<br />
sanos, libres, felices; volvéis a ser los amados hijos <strong>de</strong>l Señor; hago <strong>de</strong> vosotros los portadores <strong>de</strong> mi Bondad en medio <strong>de</strong> los<br />
indigentes seres humanos, aquellos que les dais a ellos testimonio <strong>de</strong> mi Bondad, para convencerlos <strong>de</strong> ella y <strong>de</strong> mí.<br />
Tened, tened, tened fe en Mí. Tened amor. No temáis. Que os infunda seguridad en el Corazón <strong>de</strong> vuestro Dios todo lo<br />
que ese Corazón ha pa<strong>de</strong>cido para salvaros.<br />
Y tú, pequeño Juan (<strong>María</strong> Valtorta), sonríe <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber llorado. Tu <strong>Jesús</strong> ya no sufre. Ya no hay ni Sangre ni<br />
heridas, sino que hay luz, luz, luz y alegría y gloria. Que mi luz y mi alegría estén en ti hasta que llegue la hora <strong>de</strong>l Cielo.<br />
621<br />
Aparición a Lázaro.<br />
El sol <strong>de</strong> una serena mañana abrileña llena <strong>de</strong> visos los bosques <strong>de</strong> rosas y jazmines <strong>de</strong>l jardín <strong>de</strong> Lázaro. Y los setos <strong>de</strong><br />
boj y <strong>de</strong> laurel, el penacho <strong>de</strong> una alta palmera que on<strong>de</strong>a leve en el lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l paseo, el tupidísimo laurel que está junto al<br />
estanque <strong>de</strong> los peces, parecen lavados por una mano misteriosa, <strong>de</strong> tanto como el copioso rocío nocturno ha limpiado y regado<br />
las hojas, tan brillantes y limpias ahora, que parecen cubiertas por un esmalte nuevo.<br />
Pero la casa calla como si estuviera llena <strong>de</strong> muertos. Las ventanas están abiertas, pero ninguna voz llega <strong>de</strong> las<br />
habitaciones (las cuales, con las cortinas cerradas, aparecen en penumbra), y tampoco ningún ruido.<br />
Dentro, pasado el vestíbulo al que dan muchas puertas, todas abiertas - y es extraño ver sin ningún aparejo las salas que<br />
normalmente se usan para banquetes más o menos numerosos-, hay un amplio patio enlosado, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> un soportal en el<br />
que hay, acá o allá, asientos. En éstos, e incluso sentados en el suelo, en esterillas o sobre el mismo mármol, hay numerosos<br />
discípulos. Entre ellos, veo a los apóstoles Mateo, Andrés, Bartolomé, los hermanos Santiago y Judas <strong>de</strong> Alfeo, Santiago <strong>de</strong><br />
Zebe<strong>de</strong>o y los discípulos pastores con Manahén, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> a otros que no conozco. No veo ni al Zelote ni a Lázaro ni a<br />
Maximino.<br />
Por fin veo a este último, que entra con algunos criados y distribuye a todos pan con alimentos varios, o sea, con<br />
aceitunas o queso, o miel, y también leche fresca para quien la quiere. Pero no hay ganas <strong>de</strong> comer, a pesar <strong>de</strong> que Maximino<br />
exhorte a todos a hacerlo. Y es que la postración es profunda. Estos pocos días han excavado sus rostros, térreos a causa <strong>de</strong> la<br />
rojez producida por el llanto. Especialmente los apóstoles y los que huyeron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las primeras horas muestran un aspecto<br />
<strong>de</strong>primido; los pastores y Manahén, sin embargo, están menos postrados, o mejor: menos avergonzados, y Maximino aparece<br />
sólo virilmente afligido.<br />
Entra casi corriendo el Zelote y pregunta:<br />
-¿Está aquí Lázaro?<br />
-No. Está en su habitación. ¿Qué quieres?<br />
-En el lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>ro, junto a la Fuente <strong>de</strong>l sol, está Felipe. Viene <strong>de</strong> la llanura <strong>de</strong> Jericó. Está agotado. No quiere<br />
acercarse, porque... como todos, se siente pecador. Pero Lázaro lo convencerá.<br />
Se levanta Bartolomé y dice:<br />
-Voy también yo...<br />
Van don<strong>de</strong> Lázaro, el cual, cuando lo llaman, sale -lleno <strong>de</strong> aflicción su rostro- <strong>de</strong> la habitación semioscura, don<strong>de</strong> ha<br />
llorado y orado. Salen todos. Cruzan, primero, el jardín; luego, el pueblo por la parte que se dirige ya a las faldas <strong>de</strong>l Monte <strong>de</strong><br />
los Olivos; luego llegan al extremo <strong>de</strong>l pueblo, por la parte don<strong>de</strong> termina el rellano elevado en que está construido. Prosiguen<br />
ya sólo por el camino montano que baja y sube formando escalones naturales por las montañas que <strong>de</strong>scien<strong>de</strong>n gradualmente<br />
hacia la llanura, al este, y suben hacia la ciudad <strong>de</strong> Jerusalén, situada al oeste.<br />
Ahí hay una fuente <strong>de</strong> amplia pila, en la que calman su sed ganados y hombres. El lugar se ve en esta hora solitario y<br />
fresco, porque hay mucha sombra <strong>de</strong> tupidos árboles en torno a la cisterna llena <strong>de</strong> un agua pura que se va renovando<br />
continuamente, <strong>de</strong>scendiendo <strong>de</strong> algún manantial <strong>de</strong> montaña, un agua que al <strong>de</strong>sbordarse mantiene húmedo el suelo.<br />
Felipe está sentado en el bor<strong>de</strong> más alto <strong>de</strong> la fuente, cabizcaído, <strong>de</strong>speinado, cubierto <strong>de</strong> polvo <strong>de</strong>l camino, con unas<br />
sandalias rotas que le cuelgan <strong>de</strong> los pies excoriados.<br />
Lázaro lo llama con piedad:<br />
-¡Felipe, ven a mí! Amémonos por amor a Él. Debemos estar unidos en su Nombre. ¡Hacer esto todavía es amarlo!