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7 Glorificación de Jesús y María - Revelaciones Marianas

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<strong>Jesús</strong> está en la habitación, que una trémula luz clarea (y es que todavía la luz <strong>de</strong>l día es <strong>de</strong>masiado escasa como para<br />

iluminar esta vasta habitación, en la que la cama está en el fondo, muy lejos <strong>de</strong> la única ventana que hay). Llama dulcemente:<br />

-¡<strong>María</strong>! ¡<strong>María</strong> <strong>de</strong> Simón!<br />

La mujer está casi en estado <strong>de</strong> <strong>de</strong>lirio y no da relevancia a la voz. Está ausente, enajenada <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> los torbellinos <strong>de</strong><br />

su dolor, y repite las i<strong>de</strong>as que obsesionan su cerebro, monótonamente, como el tictac <strong>de</strong> un péndulo:<br />

-¡La madre <strong>de</strong> Judas! ¿Qué di a luz? El mundo grita: "¡La madre <strong>de</strong> Judas!"...<br />

<strong>Jesús</strong> tiene dos lágrimas en el lagrimal <strong>de</strong> sus ojos dulcísimos. Me asombran mucho. No creía que <strong>Jesús</strong> pudiera llorar<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su resurrección...<br />

Se agacha. ¡La cama es tan baja para Él tan alto...! Pone la mano en la frente febril, apartando los paños impregnados<br />

en vinagre, y dice:<br />

-Un <strong>de</strong>sdichado. Esto. Nada más. Si el mundo grita, Dios cubre el grito <strong>de</strong>l mundo diciéndote: "Ten paz, porque Yo te<br />

quiero". ¡Pobre madre, mírame! Recoge tu espíritu <strong>de</strong>sorientado y ponlo en mis manos. ¡Soy <strong>Jesús</strong>!...<br />

<strong>María</strong> <strong>de</strong> Simón abre los ojos como saliendo <strong>de</strong> una pesadilla y ve al Señor, siente su Mano en su frente, se lleva las<br />

manos temblorosas a la cara y, gimiendo, dice: -¡No me maldigas! Si hubiera sabido lo que engendraba, me habría<br />

arrancado las entrañas para impedir que naciera.<br />

-Y habrías pecado. ¡<strong>María</strong>! ¡Oh, <strong>María</strong>! No te apartes <strong>de</strong> tu justicia por el pecado <strong>de</strong> otro. Las madres que han cumplido<br />

con su tarea no <strong>de</strong>ben consi<strong>de</strong>rarse responsables <strong>de</strong>l pecado <strong>de</strong> sus hijos. Tú has cumplido con tu <strong>de</strong>ber, <strong>María</strong>. Dame tus<br />

pobres manos. Pobre madre, tranquilízate.<br />

-Soy la madre <strong>de</strong> Judas. Impura estoy como todo lo que ese <strong>de</strong>monio tocó. ¡Madre <strong>de</strong> un <strong>de</strong>monio! No me toques.<br />

Forcejea tratando <strong>de</strong> evitar las Manos divinas, que quieren sujetarla.<br />

Las dos lágrimas <strong>de</strong> <strong>Jesús</strong> le caen a la mujer en la cara, que otra vez está encendida <strong>de</strong> fiebre.<br />

-Yo te he purificado, <strong>María</strong>. Tienes en ti mis lágrimas <strong>de</strong> piedad. Por ninguno he llorado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que consumí mi dolor.<br />

Pero por ti lloro con toda mi amorosa piedad.<br />

Ha logrado tomarle las manos y se sienta, sí, realmente se sienta en el bor<strong>de</strong> la cama, y tiene esas manos temblorosas<br />

entre las suyas.<br />

La piedad amorosa <strong>de</strong> sus fúlgidos ojos acaricia, envuelve, a la infeliz, que se calma y llora quedamente, y susurra:<br />

-¿No me guardas rencor?<br />

-Te tengo amor. He venido por esto. Ten paz.<br />

-¡Tú perdonas! ¡Pero el mundo! ¡Tu Madre! Me odiará.<br />

-Ella piensa en ti como en una hermana. El mundo es cruel. Es verdad. Pero mi Madre es la Madre <strong>de</strong>l Amor, y es buena.<br />

Tú no pue<strong>de</strong>s ir por el mundo, pero Ella vendrá a ti cuando todo esté en paz. El tiempo pacifica...<br />

-Hazme morir, si me quieres...<br />

-Todavía un poco. Tu hijo no supo darme nada. Tú dame un tiempo <strong>de</strong> tu sufrimiento. Será breve.<br />

-Mi hijo te dio <strong>de</strong>masiado... Te dio el horror infinito.<br />

-Y tú el dolor infinito. El horror ha pasado. Ya no tiene utilidad Tu dolor sí; se une a estas llagas mías, y tus lágrimas y mi<br />

Sangre lavan al mundo. Todo el dolor se une para lavar al mundo. Tus lágrimas están entre mi Sangre y el llanto <strong>de</strong> mi Madre, y<br />

alre<strong>de</strong>dor está todo el dolor <strong>de</strong> los santos que sufrirán por Cristo y por los hombres, por amor mío y amor a los hombres. ¡Pobre<br />

<strong>María</strong>!<br />

La recuesta dulcemente, le cruza las manos, la mira mientras se tranquiliza...<br />

Vuelve Ana. Se queda atónita en la puerta.<br />

<strong>Jesús</strong>, que <strong>de</strong> nuevo se ha alzado, la mira diciendo:<br />

-Has obe<strong>de</strong>cido a mi <strong>de</strong>seo. Para los obedientes, paz. Tu alma me ha comprendido. Vive en mi paz.<br />

Baja <strong>de</strong> nuevo los ojos hacia <strong>María</strong> <strong>de</strong> Simón, que lo mira <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un fluir <strong>de</strong> lágrimas ahora más serenas; y le sonríe y<br />

le dice todavía:<br />

-Pon todas tus esperanzas en el Señor. El te dará todas sus consolaciones.<br />

La bendice y hace a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> marcharse.<br />

<strong>María</strong> <strong>de</strong> Simón emite un grito apasionado:<br />

-¡Se dice que mi hijo te traicionó con un beso! ¿Es verdad, Señor? Si es así, <strong>de</strong>ja que yo lo lave besándote las Manos.<br />

¡No puedo hacer otra cosa! No puedo hacer otra cosa para borrar... para borrar...<br />

El dolor le vuelve, más fuerte.<br />

<strong>Jesús</strong>, ¡oh!, no es que le dé a besar las Manos -esas Manos que quedan semicubiertas por la ancha manga <strong>de</strong> la cándida<br />

túnica, que pen<strong>de</strong> hasta la mitad <strong>de</strong>l metacarpo y escon<strong>de</strong> las heridas-, lo que hace es que toma la cabeza <strong>de</strong> la mujer entre sus<br />

manos y se agacha para rozar con los labios divinos la frente ardiente <strong>de</strong> esta mujer <strong>de</strong>sdichadísima entre todas las mujeres. Y al<br />

alzarse le dice:<br />

-¡Mis lágrimas y mi beso! Ninguno ha recibido tanto <strong>de</strong> mí. Quédate, pues, con la paz <strong>de</strong> saber que entre tú y Yo no hay<br />

sino amor.<br />

La bendice y, cruzando rápidamente la habitación, sale <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> Ana, que no se ha atrevido a entrar ni a hablar, sino<br />

que sólo llora <strong>de</strong> emoción. Pero, una vez en el pasillo que lleva a la puerta <strong>de</strong> casa, Ana se atreve a hablar, a hacer la pregunta<br />

que tiene en su corazón:<br />

-¿Mi Yoana?<br />

-Des<strong>de</strong> hace quince días goza en el Cielo. No lo he dicho ahí porque <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong> es el contraste entre tu hija y su<br />

hijo.<br />

-¡Es verdad! ¡Gran congoja! Creo que morirá <strong>de</strong> ello.

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