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7 Glorificación de Jesús y María - Revelaciones Marianas

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Silba a su perro, reúne a las ovejas y se marcha hacia el norte, en don<strong>de</strong> empiezan elevaciones cubiertas <strong>de</strong> olivos y, a<br />

trechos, <strong>de</strong> hierba. Los apóstoles, abatidos, cruzan el puente y entran en la ciudad. Van pegados a las pare<strong>de</strong>s, muy cubiertas sus<br />

cabezas, hasta los ojos, un poco encorvados. Es que ahora las calles, habiendo pasado ya el calor <strong>de</strong> las primeras horas <strong>de</strong> la<br />

tar<strong>de</strong>, vuelven a animarse con gente.<br />

Pero <strong>de</strong>ben cruzar toda la ciudad antes <strong>de</strong> llegar a la casa <strong>de</strong>l Cenáculo, y <strong>de</strong>masiados son los que conocen a los<br />

apóstoles como para que su paso pueda producirse sin inci<strong>de</strong>ntes. Y pronto suce<strong>de</strong> que llega a ellos el latigazo <strong>de</strong> una carcajada,<br />

mientras un escriba -estaba convencida <strong>de</strong> que ya no iba a ver escribas, y me sentía contenta- grita a la gente (numerosa en este<br />

estrecho cruce don<strong>de</strong> gorgotea una fuente): -¡Ésos son! ¡Mirad! ¡Ahí tenéis a los restos <strong>de</strong>l ejército <strong>de</strong>l gran rey! Los<br />

jabatos incapaces <strong>de</strong> pelear. Los discípulos <strong>de</strong>l seductor. Desprecio y escarnio para ellos. ¡Y compasión, la compasión que se<br />

siente por los locos!<br />

Es el principio <strong>de</strong> una barahúnda <strong>de</strong> ultrajes. Hay quien grita<br />

-¿Dón<strong>de</strong> estabais mientras Él sufría su pena?<br />

-¿Convencidos ahora <strong>de</strong> que era un falso profeta?<br />

-¡En vano lo habéis robado y escondido! La i<strong>de</strong>a está apagada. El Nazareno está muerto. El Galileo ha sido fulminado<br />

por Yeohveh. Y vosotros con Él.<br />

También hay quien, con falsa piedad, dice:<br />

-Dejadlos tranquilos. Han recapacitado y se han arrepentido; <strong>de</strong>masiado tar<strong>de</strong>, pero a tiempo <strong>de</strong> huir en el momento<br />

justo.<br />

Y hay quien enar<strong>de</strong>ce a la masa popular (en general compuesta por mujeres, que parecen propensas a ponerse <strong>de</strong> la<br />

parte <strong>de</strong> los apóstoles), diciendo:<br />

-A vosotros, a los que todavía dudáis <strong>de</strong> nuestra justicia: os sirva <strong>de</strong> luz lo que han hecho los más leales seguidores <strong>de</strong>l<br />

Nazareno. Si hubiera sido Dios, los habría fortalecido. Si ellos lo hubieran conocido como al verda<strong>de</strong>ro Mesías, no habrían huido,<br />

porque habrían pensado que una fuerza humana no podía vencer al Cristo. Sin embargo, Él ha muerto en la presencia <strong>de</strong>l<br />

pueblo. Y en vano ha sido robado su cadáver, tras haber agredido a los soldados que estaban <strong>de</strong> guardia y se habían dormido.<br />

Preguntádselo a los soldados, si fue o no así. El ha muerto y su gente está <strong>de</strong>sperdigada. Y gran<strong>de</strong> es ante los ojos <strong>de</strong>l Altísimo el<br />

que libera el suelo santo <strong>de</strong> Jerusalén <strong>de</strong> los últimos vestigios suyos. ¡Maldición a los seguidores <strong>de</strong>l Nazareno! ¡Echemos mano a<br />

las piedras, oh pueblo santo, y sean lapidados éstos fuera <strong>de</strong> las murallas!<br />

Es <strong>de</strong>masiado para la todavía poco estable valentía <strong>de</strong> los apóstoles. Ya se habían retirado bastante hacia las murallas<br />

para no fomentar la algarada con un impru<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>safío a los acusadores. Pero ahora, más que la pru<strong>de</strong>ncia, lo que vence es el<br />

miedo. Y vuelven las espaldas y se salvan huyendo en dirección a la puerta. Santiago 1e Alfeo y Santiago <strong>de</strong> Zebe<strong>de</strong>o, con Juan,<br />

Pedro y el Zelote, más serenos y dueños <strong>de</strong> sí mismos, siguen a sus compañeros sin correr. Alguna piedra los alcanza antes <strong>de</strong><br />

salir por la puerta, y sobre todo, son alcanzados por muchas porquerías.<br />

Los soldados que están <strong>de</strong> guardia y salen <strong>de</strong> sus sitios impi<strong>de</strong>n que los sigan más allá <strong>de</strong> las murallas. Pero los apóstoles<br />

corren, corren, y se refugian en el huerto <strong>de</strong> José, don<strong>de</strong> estaba el Sepulcro.<br />

Hay serenidad y silencio en ese lugar. Suave es la luz bajo los árboles, que en esos días han echado hojas, todavía<br />

escasas, pero tan esmeraldinas, que proyectan un velo <strong>de</strong> color suave bajo los robustos troncos. Se echan al suelo para calmarse<br />

<strong>de</strong> las fuertes palpitaciones. En el fondo <strong>de</strong>l huerto un hombre está cavando, y recalzando verduras, ayudado por un jovencito.<br />

No los ve -se han escondido <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un seto- sino cuando, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber escrutado el cielo y dicho fuerte: «Ven, José, y<br />

trae al burro para atarle a la noria», se dirige hacia ellos, a un rústico pozo escondido entre un grupo <strong>de</strong> zarzas que le dan<br />

sombra.<br />

-¿Qué hacéis? ¿Quiénes sois? ¿Qué queréis en el huerto <strong>de</strong> José <strong>de</strong> Arimatea? Y tú, necio, ¿por qué <strong>de</strong>jas abierta la<br />

cancilla que José quiere que esté cerrada, ahora que la ha puesto? ¿No sabes que no quiere a nadie aquí don<strong>de</strong> fue sepultado el<br />

Señor?<br />

Digo la verdad: envuelta en la pena <strong>de</strong> asistir a la sepultura <strong>de</strong> <strong>Jesús</strong> y en el estupor <strong>de</strong> la Resurrección, nunca me había<br />

percatado <strong>de</strong> si este huerto, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la cerca <strong>de</strong> un seto ver<strong>de</strong> <strong>de</strong> bojes y zarzas, tenía o no una cancilla; pero, en efecto, creo<br />

que haya sido colocada hace poco porque está completamente nueva y la sostienen dos machones cuadrangulares cuyo<br />

revoque no presenta señales <strong>de</strong> largo tiempo. José también, como Lázaro, ha cerrado los lugares santificados por <strong>Jesús</strong>.<br />

Juan se alza, junto con el Zelote y Santiago <strong>de</strong> Alfeo, y, sin miedo, dice:<br />

-Somos los apóstoles <strong>de</strong>l Señor. Yo, Juan; éste, Simón, amigo <strong>de</strong> José; y éste, Santiago, hermano <strong>de</strong>l Señor. El Señor nos<br />

había llamado al Gólgota y habíamos ido. Nos dio la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> ir a la casa don<strong>de</strong> está su Madre. La muchedumbre nos ha<br />

acosado. Hemos entrado aquí en espera <strong>de</strong> la noche...<br />

-Pero... ¿estás herido? ¡Y también tú! ¡Y tú! Venid que os cure ¿Tenéis sed?, ¿hambre? Tú, rápido, saca agua. La primera<br />

agua es pura, luego los cangilones la ponen fangosa. Y da <strong>de</strong> beber. Y luego lava algunas lechugas <strong>de</strong> esas frescas y alíñalas con el<br />

aceite que tenemos para fajar los injertos. No tengo más cosas que daros. No tengo casa aquí. Pero, sí esperáis, os llevo<br />

conmigo...<br />

-No. No. Tenemos que ir don<strong>de</strong> el Señor. Que Dios te lo pague.<br />

Beben y se <strong>de</strong>jan curar. Todos tienen heridas en la cabeza. ¡Apuntan bien los judíos!<br />

-Ve al camino tú y mira a ver sí hay alguno mero<strong>de</strong>ando, pero sin levantar sospechas - le or<strong>de</strong>na el hortelano al<br />

muchacho.<br />

Éste vuelve y dice:<br />

-Nadie, padre. El camino está <strong>de</strong>sierto.<br />

-Ve a dar una ojeada hacia la puerta y vuelve rápidamente.

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