7 Glorificación de Jesús y María - Revelaciones Marianas
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cabeza y saltaron sangre y masa cerebral contra la pared <strong>de</strong> su casa, don<strong>de</strong> ahora lloran los huérfanos. Pero es que ella había<br />
recibido un don: el Maestro había curado a su marido, inmundo por una enfermedad horrenda. Y ella quería al Maestro por eso.<br />
Ha amado hasta morir por Él. Le ha precedido en el seno <strong>de</strong> Abraham, <strong>de</strong>cís vosotros. También Analía le precedió, y habría<br />
sabido morir igual ella, si la muerte no la hubiera visitado antes. Y también una madre, más arriba, lavó con su sangre la calle,<br />
con la sangre <strong>de</strong> su vientre abierto por su hijo brutal, porque <strong>de</strong>fendía al Maestro. Y una anciana murió <strong>de</strong> dolor, al ver pasar<br />
herido y maltratado a Aquel que había <strong>de</strong>vuelto los ojos a su hijo. Y un anciano, un pordiosero, murió, porque se irguió en<br />
actitud <strong>de</strong> <strong>de</strong>fensa y recibió en su cabeza la piedra que estaba <strong>de</strong>stinada a la cabeza <strong>de</strong> vuestro Señor. Porque ¿vosotros lo<br />
creíais vuestro Señor, no? Los valientes <strong>de</strong> un rey mueren en torno a él. Sin embargo, ninguno <strong>de</strong> vosotros ha muerto. Estabais<br />
lejos <strong>de</strong> los que le pegaban. ¡Ah, no! Uno murió. Se quitó la vida. Pero no por dolor. No por <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r al Maestro. Primero lo<br />
vendió, luego indicó quién era con un beso, luego se suicidó. No tenía más perspectivas. No podía crecer ya en maldad. Era<br />
perfecto. Como Belcebú. El mundo lo habría apedreado para eliminarlo <strong>de</strong> la faz <strong>de</strong> la Tierra. Yo creo que esta mujer piadosa,<br />
que murió por evitar golpes al Mártir, y la anciana Ana, que murió por el dolor <strong>de</strong> verlo en esas condiciones, y el anciano<br />
pordiosero y la madre <strong>de</strong> Samuel y la virgen que murió, y yo, que no sé subir al Templo porque siento pena <strong>de</strong> los cor<strong>de</strong>ros y<br />
tórtolas que inmolan, ¡oh, sí, yo creo que habríamos tenido el valor <strong>de</strong> lapidarlo, y que no habríamos vacilado al verlo lacerado<br />
por nuestras piedras!... Él lo sabía, y ha ahorrado al mundo la fatiga <strong>de</strong> matarlo; y, a nosotras, el ser verdugos para vengar al<br />
Inocente...<br />
Los mira con <strong>de</strong>sprecio. Su <strong>de</strong>sprecio se ha ido haciendo cada vez más visible, a medida que iba hablando. Sus ojos,<br />
gran<strong>de</strong>s y negros, mientras miran al grupo que no sabe, que no pue<strong>de</strong>, reaccionar, tienen la dureza <strong>de</strong> los <strong>de</strong> una ave rapaz...<br />
Emite, silbante entre dientes, la última palabra: « ¡Villanos!», y recoge sus cántaros y se marcha, contenta <strong>de</strong> haber escupido su<br />
<strong>de</strong>sdén contra los discípulos que han abandonado al Maestro...<br />
Éstos están anihilados, cabizcaídos, enervados, <strong>de</strong>smayados sus brazos... aplastados bajo el peso <strong>de</strong> la verdad. Meditan<br />
en las consecuencias <strong>de</strong> su cobardía... Guardan silencio... No se atreven a mirarse unos a otros. Incluso Juan y el Zelote, los dos<br />
que son inocentes <strong>de</strong> esta culpa, están como los <strong>de</strong>más, quizás por el dolor <strong>de</strong> ver tan humillados a sus compañeros y por la<br />
imposibilidad <strong>de</strong> medicar la herida provocada por las sinceras palabras <strong>de</strong> la mujer...<br />
La calle ya está en penumbra. La Luna, ya en sus últimos días, se alza tar<strong>de</strong>, por lo cual el crepúsculo se entenebrece<br />
rápido. El silencio es absoluto. Ni un ruido ni una voz humana. Y, en el silencio, el frufrú <strong>de</strong>l Cedrón reina solo. De manera que,<br />
cuando la voz <strong>de</strong> <strong>Jesús</strong> resuena, se sobresaltan cual si hubiera sido un sonido estremecedor, cuando en realidad es muy dulce al<br />
<strong>de</strong>cir:<br />
-¿Qué hacéis en este lugar? Os esperaba entre los olivos... ¿Qué hacéis ahí contemplando cosas muertas cuando os<br />
espera la Vida? Venid conmigo.<br />
<strong>Jesús</strong> parece venir <strong>de</strong>l Getsemaní hacia ellos. Se <strong>de</strong>tiene al lado <strong>de</strong> ellos. Mira la mancha en que están todavía fijas las<br />
miradas aterradas <strong>de</strong> los apóstoles, y dice:<br />
-Esa mujer está ya en la paz. Y ha olvidado el dolor. ¿Inactiva respecto a sus hijos? No. Doblemente activa. Y los<br />
santificará porque es lo único que pi<strong>de</strong> a Dios.<br />
Se encamina. Lo siguen en silencio.<br />
Pero <strong>Jesús</strong> se vuelve y dice:<br />
-¿Por qué os preguntáis en vuestro corazón: "¿Y por qué no pi<strong>de</strong> conversión para su marido? No es santa, si lo<br />
aborrece...". No lo aborrece. Perdonó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el momento en que él la mataba. Pero es un alma que ha entrado en el Reino <strong>de</strong> la<br />
Luz y ve con sabiduría y justicia, y ella ve que no hay conversión ni perdón para el marido. Por eso vuelve su oración hacia quien<br />
pue<strong>de</strong> recibir <strong>de</strong> su oración un bien. No es mi sangre, no. ¡Aunque <strong>de</strong> hecho perdí mucha también en esta calle!... Pero los pasos<br />
<strong>de</strong> los enemigos la esparcieron, mezclada con tierra e inmundicias, y la lluvia la coló, disuelta, entre los estratos <strong>de</strong> tierra. Pero<br />
queda mucha, visible todavía... Porque fluyó tanta, que ni pasos ni agua podrán cancelarla fácilmente. Iremos juntos y veréis mi<br />
Sangre <strong>de</strong>rramada por vosotros...<br />
-¿A dón<strong>de</strong>? ¿A dón<strong>de</strong> quiere ir? ¿A1 lugar <strong>de</strong> su llanto? ¿A1 Pretorio? - se preguntan.<br />
Y Juan dice:<br />
-Pero Claudia se ha marchado dos días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l sábado, enojada, se dice, temerosa incluso <strong>de</strong> la presencia <strong>de</strong> su<br />
marido... Me lo ha referido el astero. Claudia separa su responsabilidad <strong>de</strong> la <strong>de</strong> su consorte. Porque ella le había advertido <strong>de</strong><br />
no perseguir al Justo, pues que era mejor ser perseguido <strong>de</strong> los hombres que no <strong>de</strong>l Altísimo, cuyo Mesías era el Maestro. Y no<br />
están tampoco ni Plautina ni Lidia. Han seguido a Claudia a Cesárea. Y Valeria se ha marchado con Juana a Béter. Si estuvieran<br />
ellas, podríamos entrar. Pero ahora... no sé... Falta también Longinos, al que Claudia ha querido en su escolta... - dice Juan.<br />
-Irá al lugar don<strong>de</strong> viste la hierba mojada <strong>de</strong> sangre...<br />
<strong>Jesús</strong>, que va <strong>de</strong>lante, se vuelve y dice:<br />
-A1 Gólgota. Allí hay tanta Sangre mía, que la tierra parece duro mineral ferroso. Y ya alguien os ha precedido...<br />
-¡Pero es lugar impuro! - grita Bartolomé.<br />
<strong>Jesús</strong> exterioriza una sonrisa compasiva y respon<strong>de</strong>:<br />
-Todo lugar <strong>de</strong> Jerusalén es impuro <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l atroz pecado; y, sin embargo, vosotros no sentís incomodidad en estar,<br />
aparte <strong>de</strong> la <strong>de</strong>l miedo a la gente...<br />
-Allí han muerto siempre los bandidos...<br />
-Allí he muerto Yo. Y para siempre lo he santificado. En verdad os digo que, hasta el final <strong>de</strong> los siglos, no habrá lugar<br />
alguno más santo que ése, y convergerán las muchedumbres <strong>de</strong> toda la Tierra y <strong>de</strong> todas las épocas para besar esa tierra. Y ya<br />
alguien os ha precedido, sin temer vejaciones ni venganzas, sin temer contaminarse. Y quien os ha precedido tenía doble razón<br />
para temer esto.<br />
-¿Quién es, Señor? - pregunta Juan, al cual Pedro hurga con el codo en el costado para que pregunte.