7 Glorificación de Jesús y María - Revelaciones Marianas
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que está en un sepulcro, que está allí, matado por tanto dolor como le han causado, no puedo olvidar que Él, mi Hijo-Dios, esta<br />
agregado a la suerte <strong>de</strong> los hombres en la oscuridad <strong>de</strong> un sepulcro, Él, tu Viviente.<br />
Padre, Padre, escucha a tu sierva. Por aquel "sí"... No te he pedido nunca nada por mi obediencia a tus <strong>de</strong>signios; era tu<br />
Voluntad, y tu Voluntad era la mía; nada <strong>de</strong>bía exigir por el sacrificio <strong>de</strong> la mía a Ti, Padre Santo. ¡Pero ahora, pero ahora, por<br />
aquel "sí" que dije al Ángel mensajero, oh Padre, escúchame!<br />
Él está libre <strong>de</strong> las torturas, porque todo lo ha consumado con la agonía <strong>de</strong> tres horas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> las vejaciones <strong>de</strong> la<br />
mañana. Pero yo llevo tres días en esta agonía. Tú ves mi corazón y sientes sus latidos. Nuestro <strong>Jesús</strong> dijo que no caía una pluma<br />
<strong>de</strong> ave sin que Tú la vieras; que no moría una flor en el campo sin que Tú consolaras su agonía con tu sol y tu rocío. ¡Oh, Padre,<br />
yo muero <strong>de</strong> este dolor! Haz conmigo como con el ave al que recubres con nuevas plumas, como con la flor a la que calientas y<br />
das <strong>de</strong> beber compasivo. Yo muero <strong>de</strong> frío por el dolor. Ya no tengo sangre en las venas. En el pasado, toda se hizo leche para<br />
nutrir a tu Hijo e Hijo mío; ahora se ha hecho por entero llanto, porque ya no tengo Hijo. Me lo han matado, matado, Padre. ¡Y<br />
Tú sabes <strong>de</strong> qué manera!<br />
¡Estoy exangüe! He <strong>de</strong>rramado mi sangre con Él en la noche <strong>de</strong>l Jueves, en el Viernes funesto. Tengo frío como una<br />
persona <strong>de</strong>sangrada. Ni tengo ya Sol, porque Él ha muerto, mi Sol santo, el Sol mío bendito, el Sol nacido <strong>de</strong> mi seno para alegría<br />
<strong>de</strong> su Mamá, para salud <strong>de</strong>l mundo. Ni siento refrigerio, porque ya no lo tengo a Él, la más dulce <strong>de</strong> las fuentes para su Madre,<br />
que bebía su palabra, que con la presencia <strong>de</strong> Él saciaba su sed. Soy como una flor en arena <strong>de</strong>secada.<br />
Muero, muero, Padre santo. No me da miedo morir, porque Él también ha muerto. Pero... ¿y estos pequeñuelos?, ¿el<br />
pequeño rebaño <strong>de</strong> mi Hijo?, tan débiles, tan asustadizos, tan volubles... ¿qué será <strong>de</strong> ellos, si nadie los sostiene? No soy nada,<br />
Padre; pero, para los <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> mi Hijo, soy como un cuerpo <strong>de</strong> ejército. Defiendo, <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>ré su Doctrina y su herencia como<br />
una loba <strong>de</strong>fien<strong>de</strong> a sus lobeznos. Yo, cor<strong>de</strong>ra, me haré loba para <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r lo que pertenece a mi Hijo y, por tanto, lo que te<br />
pertenece a ti.<br />
Tú lo has visto, Padre. Hace ocho días esta ciudad ha <strong>de</strong>spojado sus olivos, sus casas, sus jardines, a los propios<br />
habitantes, y se ha quedado ronca gritando: "Hosanna al Hijo <strong>de</strong> David. Bendito el que viene en el nombre <strong>de</strong>l Señor". Y,<br />
mientras Él pasaba sobre alfombras <strong>de</strong> ramas, <strong>de</strong> vestidos, <strong>de</strong> telas, <strong>de</strong> flores, los habitantes <strong>de</strong> la ciudad, unos a otros, se<br />
señalaban a <strong>Jesús</strong> y <strong>de</strong>cían: "Es <strong>Jesús</strong>, el Profeta <strong>de</strong> Nazaret <strong>de</strong> Galilea. Es el Rey <strong>de</strong> Israel". Y, cuando aún no se habían ajado<br />
esas ramas y la voz estaba todavía ronca <strong>de</strong> tanto grito <strong>de</strong> alabanza, transformaron su grito en acusaciones y maldiciones y en<br />
peticiones <strong>de</strong> con<strong>de</strong>na a muerte; <strong>de</strong> las ramas arrancadas para la exaltación hicieron palos para golpear a tu Cor<strong>de</strong>ro, y lo<br />
conducían a la muerte. Si todo esto han hecho mientras Él estaba en medio <strong>de</strong> ellos y les hablaba y les sonreía y los miraba con<br />
esa mirada suya que diluye el corazón y que hasta hace estremecerse a las piedras si en ellas recae, y los favorecía y<br />
adoctrinaba, ¿qué harán cuando Él haya vuelto a ti?<br />
Sus discípulos -ya lo has visto-, uno lo ha traicionado, los otros han huido. Bastó que le golpearan para que huyeran<br />
como cobar<strong>de</strong>s ovejas, y no han sabido estar a su lado mientras moría. Uno sólo, el más joven; ha permanecido. Ahora viene el<br />
anciano. Pero ya ha sabido abjurar una vez. Cuando <strong>Jesús</strong> no esté ya aquí mirándolo, ¿sabrá permanecer en la Fe?<br />
Yo no soy nada, pero en mí hay un poco <strong>de</strong> mi Hijo, y mi amor cubre <strong>de</strong> plenitud mi flaqueza y la anula. Me hago así útil<br />
para la causa <strong>de</strong> tu Hijo, para su Iglesia, que no encontrará nunca paz y que necesita echar raíces profundas para no ser<br />
<strong>de</strong>sarraigada por los vientos. Yo seré la que la cui<strong>de</strong>. Como hortelana diligente, velaré para que crezca fuerte y <strong>de</strong>recha en su<br />
amanecer. Luego no me preocupará morirme. Pero no puedo vivir si sigo más tiempo sin <strong>Jesús</strong>.<br />
¡Oh, Padre que abandonaste al Hijo por el bien <strong>de</strong> los hombres, pero que luego lo confortaste, porque ciertamente lo<br />
has recibido en tu seno <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte, no me <strong>de</strong>jes más tiempo en este abandono. Yo lo pa<strong>de</strong>zco y lo ofrezco por el bien<br />
<strong>de</strong> los hombres. Pero consuélame, ahora, Padre. ¡Padre, piedad! ¡Piedad, Hijo mío! ¡Piedad, divino Espíritu! ¡Acuérdate <strong>de</strong> tu<br />
Virgen!<br />
Después, prosternada, <strong>María</strong> parece orar con su postura, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> con su corazón: es verda<strong>de</strong>ramente un pobre ser<br />
abatido: parece esa flor muerta <strong>de</strong> sed <strong>de</strong> que ha hablado.<br />
No advierte tan siquiera la sacudida <strong>de</strong> un breve pero violento terremoto que hace gritar y huir al dueño y a la dueña <strong>de</strong><br />
la casa, mientras Pedro y Juan, pálidos como muertos, arrastran sus pasos hasta la entrada <strong>de</strong> la habitación. Pero, al ver a <strong>María</strong><br />
tan absorta en su oración, olvidada, lejana <strong>de</strong> todo lo que no es Dios, se retiran y cierran la puerta y vuelven, atemorizados, al<br />
Cenáculo.<br />
617<br />
La Resurrección.<br />
En el huerto todo es silencio y titileo <strong>de</strong>l rocío. Encima, un cielo que va adquiriendo color zafiro cada vez más claro,<br />
habiéndose <strong>de</strong>spojado ya <strong>de</strong> su negroazul recamo <strong>de</strong> estrellas, que durante toda la noche había estado velando al mundo. El<br />
alba rechaza, <strong>de</strong> oriente a occi<strong>de</strong>nte, estas zonas todavía oscuras, como hace la ola durante la marea alta, cuando ésta va<br />
avanzando y cubriendo el oscuro litoral y sustituyendo el gris negro <strong>de</strong> la húmeda arena y <strong>de</strong>l arrecife por el azul <strong>de</strong>l agua<br />
marina.<br />
Algunas estrellitas se resisten todavía a morir, y parpa<strong>de</strong>an, cada vez más débilmente bajo la onda <strong>de</strong> luz blancoverdosa<br />
<strong>de</strong>l alba, láctea con tonalida<strong>de</strong>s cenizosas, como las frondas <strong>de</strong> los olivos soñolientos que hacen <strong>de</strong> corona a aquel<br />
montículo poco lejano. Y naufragan luego, sumergidas por la ola <strong>de</strong>l alba, como tierra sobrepujada por el agua. Y ya hay una<br />
menos... y luego otra menos... y otra, y otra: el cielo va perdiendo sus rebaños <strong>de</strong> estrellas... Ya sólo, en el extremo occi<strong>de</strong>nte,<br />
hay tres; luego, dos; luego una, que sigue contemplando ese prodigio cotidiano que es el surgimiento <strong>de</strong> la aurora.