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Romeo y Julieta - Biblioteca Virtual Universal

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FRAY LORENZO. Apartémonos de esta lúgubre, mortal escena, y os lo contaré todo. Si<br />

en lo presente ha ocurrido desgracia por mi falta, que mi vieja existencia, algunas horas<br />

antes de su plazo, sea sacrificada al rigor de las leyes más severas.<br />

PRÍNCIPE. Siempre te hemos tenido por un santo varón. -Que el criado de <strong>Romeo</strong> y<br />

este paje nos sigan. Vamos a salir y a informarnos bien de este triste desastre. -Prudentes<br />

demasiado tarde, lamentad al presente, ancianos, las trágicas consecuencias de vuestros<br />

mutuos odios. ¡Cuántas desgracias terribles ocasionan las discordias privadas! Sea la causa<br />

cualquiera, el inevitable efecto es una calamidad.<br />

(Retíranse todos.)<br />

Tercera historia trágica<br />

Tomada de las obras italianas de Bandello y puesta en francés por Pedro Boisteau,<br />

conocido por Launay<br />

DE DOS AMANTES QUE MURIERON EL UNO DE VENENO Y EL OTRO DE<br />

TRISTEZA.<br />

Durante la época en que el señor de la Escala gobernaba a Verona había en la ciudad dos<br />

familias, que se distinguían sobre las demás por razón de su lustre y riquezas, una de las<br />

cuales se apellidaba de los Montescos y la otra de los Capuletos; mas entre ambas casas,<br />

como siempre acontece respecto de los que se hallan en un idéntico grado de honor, se<br />

levantó cierta enemistad que, si bien ligera y bastante mal fundada, fue tomando cuerpo con<br />

los años, hasta el extremo de ocasionar tramas que acabaron con la vida de muchos. El Sr.<br />

Bartolomé de la Escala, viendo tal desorden en su república, trató por cuantos medios<br />

estaban en su mano de reducir y conciliar los opuestos partidos; pero todo fue en vano: el<br />

rencor de aquéllos se había hecho tan fuerte que nada podía ya obrar la prudencia ni el<br />

consejo. Preciso fue, pues, dejar en esta lucha a las dos casas, y aguardar una oportunidad<br />

más propicia para poner fin a tales reyertas.<br />

Mientras se pasaban así las cosas, uno de los Montescos, que se llamaba <strong>Romeo</strong>, de<br />

edad de veinte a veintiún años, el más bello y más apuesto hidalgo de toda la juventud de<br />

Verona, se enamoró de cierta noble doncella del mismo punto, y en pocos días se dejó<br />

arrastrar tanto de sus gracias que, olvidándose de todo, dedicó a ella exclusivamente sus<br />

atenciones, remitiéndola al efecto cartas, mensajes y presentes continuos. Determinado al<br />

fin a confiarle sin reserva sus sentimientos, hízolo en la primera ocasión; pero la doncella,<br />

educada en los más rectos principios de virtud, contestó de un modo tal a sus declaraciones<br />

y puso semejante coto a sus vehementes afectos, que acabó con toda futura esperanza, sin<br />

hacer gracia de una sola mirada. Sin embargo, cuanto más esquiva la contemplaba el joven,<br />

más crecía su ardor, y por esto, después de haber continuado así por algunos meses, sin<br />

poder reprimir ni hallar remedio a su pasión, determinó al fin salir de Verona, en la idea de

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