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Romeo y Julieta - Biblioteca Virtual Universal

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su cama. Acostándose enseguida, comenzaron a asaltarla nuevos pensamientos y a hacerla<br />

sentir tal recelo de muerte que, no pudiendo con su irresolución, se quejaba sin cesar,<br />

diciendo:<br />

-Sí, soy la más desventurada e infeliz mujer que ha venido al mundo. Para mí no hay en<br />

la tierra sino desgracia, miseria y mortal angustia; pues el hado me ha reducido a tal<br />

extremidad que, para poner en, salvo mi honor y mi conciencia, necesito apurar aquí un<br />

brebaje cuya virtud desconozco. ¿Quién me asegura que estos polvos no operen con más<br />

presteza o retardo de lo preciso y que, descubierta por ello mi falta, no se me convierta en la<br />

fábula del pueblo? ¿Quién me responde de que las serpientes, de que otros venenosos<br />

reptiles, huéspedes cotidianos de los sepulcros y las mazmorras, no me ofendan,<br />

teniéndome por muerta? ¿Cómo soportar la fetidez de las pudriciones y osamentas de mis<br />

antepasados, a cuyo lado estaré? ¿Y si es que me despierto antes que <strong>Romeo</strong> y el padre<br />

vengan en mi auxilio?<br />

Y así influida por estas ideas, fue tan adelante su imaginación que se la figuró ver el<br />

aspecto o fantasma de su primo Tybal, herido y chorreando sangre, pronosticándole que iba<br />

a ser enterrada viva en medio de cadáveres y descarnados huesos. Su cuerpo delicado<br />

comenzó entonces a estremecerse, sus blondos cabellos a erizarse, y presa del miedo,<br />

empapada en copioso sudor, se contempló ya entre infinitos muertos, que la daban tirones<br />

por do quiera, desgarrándole las carnes. En tal aberración de espíritu, sintiendo que las<br />

fuerzas la abandonaban poco a poco y que por exceso de debilidad iba a fallar en su<br />

empresa, como furiosa y arrebatada, conteniendo la mente, apuró el líquido del pomo y,<br />

cruzados los brazos, se dejó caer sobre el lecho.<br />

Un instante después el éxtasis la invadió completamente.<br />

Llegada la hora, su camarera, que la había encerrado bajo llave, abrió la puerta y,<br />

creyendo despertarla, comenzó a decirla en voz alta: «Señorita, señorita, basta de sueño; el<br />

conde Paris vendrá a levantaros». Pero la pobre mujer gritaba en balde; pues, aunque los<br />

más horribles y tempestuosos ruidos del mundo hubieran sonado en los oídos de la joven,<br />

sus espíritus vitales se hallaban de tal modo adormecidos, que no la hubieran hecho<br />

incorporar.<br />

Sorprendida la infeliz anciana, comenzó a tocarla, notando que estaba fría como el<br />

mármol; luego, percibiendo que no respiraba, le vino a la mente que se encontraba muerta.<br />

Fuera entonces de sí, corrió en busca de la madre, la cual, frenética; como un tigre que ha<br />

perdido sus cachorros, se precipitó en el cuarto de su hija y al verla en tan lastimoso estado,<br />

juzgándola sin vida, prorrumpió de este modo:<br />

-¡Ah! Muerte cruel, que has puesto fin a toda mi alegría y felicidad, acaba de cebar tus<br />

iras, a fin de que no se aumente mi martirio viviendo en tristeza el resto de mis días.<br />

Dicho esto, se puso a gemir de tal modo que parecía iba a deshacérsele el corazón, y en<br />

fuerza de sus clamores, el padre, el conde y gran número de señores y damas que habían<br />

llegado para honrar la fiesta se enteraron del caso y movieron semejante duelo que, a ver<br />

sus semblantes, hubiera creído cualquiera que era el día del Juicio Final. El señor Antonio,

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