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Romeo y Julieta - Biblioteca Virtual Universal

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-Montesco, aquí presente, me ha dicho que deseáis tomarle por esposo y que él también<br />

quiere haceros su mujer; ¿persistís ambos en dicho propósito?<br />

Y como los dos amantes contestasen de acuerdo, viendo conformes sus voluntades y<br />

previas las competentes recomendaciones, pronunció las sacrosantas palabras, invitando a<br />

los nuevos esposos a que conferenciasen libremente si tenían algo que decirse. <strong>Romeo</strong>,<br />

precisado a salir, aprovechose del permiso que le daban, y después de pedir a <strong>Julieta</strong> que le<br />

enviase al ama por la tarde, la previno que iba a proveerse de una escala de cuerdas a fin de<br />

penetrar en su habitación a través de la ventana y poder comunicarle a solas sus<br />

pensamientos.<br />

Arregladas así las cosas, separáronse los dos amantes, llena el alma de increíble contento<br />

y de la más dichosa esperanza. Tan pronto como <strong>Romeo</strong> llegó a su casa, contó cuanto se<br />

deja dicho a un servidor suyo, llamado Pedro, en cuya experimentada fidelidad tenía<br />

confianza extrema, mandándole hacerse de una escala de cuerdas, provista a los extremos<br />

de fuertes garfios de hierro; y <strong>Julieta</strong>, por su parte, cuidó de enviar la nodriza a la hora<br />

convenida, la que pudo así recoger el utensilio citado y traer con él a su señora la seguridad<br />

de la próxima visita del mancebo.<br />

Preciso es creer, por lo que otros en idéntica situación han sentido, que la distancia del<br />

tiempo debió parecer en extremo larga a los apasionados, que cada minuto se trocó para<br />

ellos en una hora, y que, si hubiesen podido mandar al cielo, como Josué al sol, la tierra se<br />

habría instantáneamente cubierto de las más oscuras sombras.<br />

Llegado el instante, engalanose <strong>Romeo</strong> con su más suntuoso traje, y favorecido por su<br />

buena estrella, se sintió poseído de tal vigor al acercarse al sitio que daba aliento a su alma<br />

que, sin el menor embarazo, franqueó la muralla del jardín, y hallando ya pendiente de la<br />

ventana la escala consabida, subió por ella a la habitación de <strong>Julieta</strong>. Ésta, que con tres<br />

cirios de cera virgen había puesto su estancia como el día para mejor distinguir, se arrojó<br />

incontinenti al cuello de <strong>Romeo</strong>, e incapaz de proferir palabra, toda suspirante y siempre<br />

unidos sus labios a los de su bien, quedó como desfallecida en brazos de éste, enviándole<br />

tiernas miradas que le hacían vivir y morir a un propio tiempo. Al cabo, volviendo de su<br />

éxtasis, dijo al joven:<br />

-<strong>Romeo</strong>, ejemplo de virtud y gallardía, sed bien venido a este sitio en que, por causa de<br />

vuestra ausencia, temiendo por vos, he derramado tantas lágrimas que casi se ha agotado su<br />

manantial. Puesto que ahora os tengo en mis brazos, por satisfecha me doy de lo que he<br />

sufrido, y dispongan como quieran sobre el porvenir la muerte y la fortuna.<br />

A lo cual, todo enternecido, contestó <strong>Romeo</strong>:<br />

-Señora, aunque no alcance a comprobaros la influencia y poder que ejercéis sobre mí, si<br />

puedo asegurar que los tormentos sufridos por vuestra ausencia me han sido mil veces más<br />

dolorosos que la muerte, la cual, a no haberme esperanzado de continuo en esta hora<br />

venturosa, habría tronchado el hilo de mis días. El presente instante compensa, empero, mis<br />

pasadas aflicciones, y me hace más feliz que si fuera señor del mundo. Sí, olvidemos las<br />

antiguas miserias; demos expansión a nuestras almas, y obremos con tal discreción y

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