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Romeo y Julieta - Biblioteca Virtual Universal

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No debes ignorar, por lo que aquí se dice y por el renombre de que gozo en general, que he<br />

viajado por casi todos los puntos habitables del globo; durante veinte años consecutivos he<br />

mantenido el cuerpo en movimiento perenne, exponiéndolo en los desiertos a merced de las<br />

brutas fieras; en las ondas, al azar de los piratas; y así en la tierra como en el mar a mil<br />

otros peligros y contratiempos. Estas peregrinaciones, no te creas, no, que me han sido<br />

inútiles: aparte del increíble contento que han hecho sentir a mi espíritu, me han<br />

proporcionado otro particular provecho, del que, mediante la gracia de Dios, tendrás<br />

pruebas en breve. Es el de haber aprendido las propiedades secretas de las piedras, metales<br />

y otras cosas ocultas en las entrañas de la tierra, aprendizaje que me sirve de auxiliar<br />

(contra la común ley de los hombres) cuando la urgencia lo pide, y comprendo que no hay<br />

ofensa contra el cielo; pues estando, como estoy, al borde de la tumba, y debiendo dar<br />

pronto cuenta de mis actos, me cuido más de los juicios de Dios que cuando bullía en mi<br />

cuerpo la ardorosa sangre juvenil. Uno de los tantos frutos alcanzados consiste en la<br />

preparación de una pasta, ya probada, que hago de ciertos soporíferos, y la cual, reducida a<br />

polvo y tragada en un líquido, adormece de tal modo al que la toma, y paraliza sus sentidos<br />

y espíritus vitales tan altamente, que no hay médico, por excelente que sea, que dé por vivo<br />

al que se halla sometido a su influjo; siendo lo extraño del caso que no produce el más<br />

simple dolor y que el paciente, después de un sueño dulce, torna a su primitivo ser así que<br />

ha terminado la operación. Desecha, pues, todo femenil temor; ármate de brio, porque solo<br />

en la fuerza de tu alma estriba la salvación o la muerte. Escucha mis instrucciones. He aquí<br />

este frasco; guárdalo cual si fuera tu vida, y en la tarde, víspera de tus esponsales, o en la<br />

madrugada del mismo día, llénalo de agua y bebe su contenido. Un sopor agradable te<br />

invadirá en el acto, y extendiéndose insensiblemente por las partes todas de tu cuerpo, las<br />

dominará con tal vigor que quedarán inmóviles, sin visos de sensibilidad. En ese éxtasis<br />

permanecerás, por lo menos, cuarenta horas; sorprendidos los que te cerquen, juzgándote<br />

muerta, según la inveterada costumbre de la ciudad, te harán llevar al cementerio, que está<br />

cerca de la iglesia, y te colocarán en la tumba do reposan tus antepasados los Capuletos. En<br />

el intermedio, por persona de nuestra devoción se dará aviso en Mantua al señor <strong>Romeo</strong>,<br />

que no dejará de acudir aquí la noche subsecuente, y entre él y yo, abriendo el sepulcro, te<br />

sacaremos de él, y tu esposo, terminado el éxtasis, podrá llevarte consigo sin que lo recelen<br />

tus parientes, y guardarte a su lado hasta el instante feliz en que, lograda la armonía, todos<br />

reciban contento del caso.<br />

Terminado el discurso de Fray Lorenzo, del que <strong>Julieta</strong> llena de atención no había<br />

perdido una sola frase, dio ésta entrada en su alma a una nueva alegría y contestó a aquél:<br />

-Padre, no temáis que me falte valor al poner en práctica lo que me habéis ordenado;<br />

pues, aunque fuese una terrible droga, un veneno mortal lo que me dais, preferiría apurarlo<br />

a caer en las manos de quien no puede poseerme. A más de esto, es deber mío armarme de<br />

fortaleza y arriesgarme a todo, a fin de acercarme a la persona de quien depende<br />

completamente mi vida y toda la ventura que espero en la tierra.<br />

-Anda, pues, hija mía, bajo la guarda de Dios, la repuso el buen padre. Yo le pido que<br />

sea tu guía y que te mantenga en la firmeza que muestras, durante la ejecución de tu obra.<br />

Separada <strong>Julieta</strong> de Fray Lorenzo, se volvió cerca de las once al palacio de su familia,<br />

donde a la entrada se vio con su madre, que la aguardaba impaciente, para preguntarle si

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