Romeo y Julieta - Biblioteca Virtual Universal
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palabra empeñada hasta que Dios me permita mostrarlo con la evidencia. Para dar, pues,<br />
comienzo al asunto, ir mañana a consultar con Fray Lorenzo, quien, no sólo es mi padre<br />
espiritual, sino mi consultor ordinario en negocios de interés privado, y tan pronto como le<br />
hable (si no lo lleváis a mal) acudiré a este propio sitio y a idéntica hora, a fin de instruiros<br />
de nuestros planes.<br />
Y esto dicho y convenido, se apartaron los dos amantes sin que <strong>Romeo</strong>, a excepción del<br />
consentimiento prestado, hubiera alcanzado otro favor.<br />
Fray Lorenzo, de quien más adelante se hará amplia mención, era un antiguo doctor en<br />
teología, de la orden de religiosos menores, el que además de su vasta instrucción canónica<br />
era muy versado en filosofía, escudriñador profundo de los secretos de la naturaleza, y<br />
hasta tenido, en tal concepto; como inteligente en materias de magia y en otras ciencias<br />
reservadas, lo que en nada realmente atacaba su reputación. Y se había, por su discreto<br />
proceder y sus bondades, tan bien ganado la voluntad de los ciudadanos de Verona, que era<br />
casi el único confesor de ellos. Chicos y grandes le reverenciaban y querían, los altos<br />
magnates le pedían su voto en las circunstancias difíciles y le dispensaban entero favor,<br />
especialmente el señor de la Escala y las familias de los Montescos y los Capuletos.<br />
El joven <strong>Romeo</strong>, según queda dicho, desde su más tierna edad profesaba una gran<br />
afección a Fray Lorenzo y le hacía depositario de sus menores secretos; así es que, tan<br />
pronto como dejó a <strong>Julieta</strong>, se fue derecho a San Francisco y puso en noticia del buen padre<br />
cuanto pasado y convenido había, añadiéndole, por conclusión, que, antes de faltar a su<br />
promesa, se hallaba dispuesto a elegir una muerte vergonzosa. Enterado el digno religioso,<br />
hizo al joven cuantas observaciones el caso requería exhortándole a pensar con más<br />
detenimiento; mas vencido por su pertinacia y, por otro lado, halagando la idea de que el tal<br />
matrimonio pudiera quizás concluir la desunión de las dos familias, accedió al fin a sus<br />
instancias bajo condición de tomarse un día para convenir el medio de llevarlo a cabo.<br />
Mientras así obraba <strong>Romeo</strong>, <strong>Julieta</strong>, por su parte, no se descuidaba, y como, a excepción<br />
de su nodriza que en clase de camarera la acompañaba de continuo, no tenía otra persona a<br />
quien abrir su corazón, confió a la expuesta todo su secreto, viniendo al fin a alcanzar que<br />
le prometiese su ayuda y fuese a inquirir de <strong>Romeo</strong> lo convenido entre él y Fray Lorenzo.<br />
El enamorado joven, que otra cosa no deseaba, la informó al instante de lo resuelto; díjola<br />
que el padre había remitido para el día en que estaban la decisión del caso; que, en<br />
consecuencia de ello, hacía apenas una hora acababa de verle, y que el proyecto era, en<br />
resumen, que la joven pidiese permiso a su familia para ir a confesar el sábado próximo a<br />
cierta capilla de la iglesia de San Francisco, donde debía quedar secretamente celebrado su<br />
matrimonio.<br />
Instruida <strong>Julieta</strong> de todo, se condujo con tal discreción que alcanzó el permiso de su<br />
madre, y sólo acompañada de la nodriza y de una joven amiga suya se fue a la iglesia el día<br />
convenido, haciendo avisar su llegada a Fray Lorenzo. Éste, que se hallaba a la sazón en el<br />
confesonario, vino al instante en su busca, y bajo pretexto de confesarla se la llevó a su<br />
celda, donde estaba <strong>Romeo</strong>. Una vez allí, cerró tras sí la puerta y dijo a la doncella: