Romeo y Julieta - Biblioteca Virtual Universal
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sobre todos, sentía tan oprimida el alma que le faltaban llanto y voz, y no sabiendo qué<br />
hacer, mandó por los más expertos doctores de la ciudad, los cuales, enterados del pasado<br />
de la joven, declararon unánimemente que había muerto de melancolía. Si hubo, pues, en<br />
algún tiempo mañana triste, lamentable, desgraciada y fatal, ninguna ciertamente lo fue tan<br />
en alto grado como la que se publicó en Verona la muerte de <strong>Julieta</strong>; tan sentida fue de<br />
grandes y chicos que, en vista de la común lamentación, se hubiera creído, y no sin<br />
fundamento, que estaba en peligro la república.<br />
Y causa había para ello, porque la joven, además de su esplendente belleza y de las<br />
muchas virtudes de que la había dotado naturaleza, era tan dulce, prudente y modesta que<br />
reinaba en los corazones de todos.<br />
En tanto que estas cosas se pasaban, Fray Lorenzo había despachado diligentemente un<br />
buen religioso de su convento, llamado Fray Anselmo, con una expresa carta para <strong>Romeo</strong>,<br />
en la cual, después de referirle cuanto había tenido lugar entre él y <strong>Julieta</strong>, le hablaba de la<br />
virtud del brebaje y le recomendaba venir la noche próxima, en que debía terminar la<br />
operación de aquél, para que recogiese a su esposa y al abrigo de un disfraz la llevase a<br />
Mantua, conservándola a su lado hasta que ocurriese un cambio de fortuna.<br />
Diose prisa el monje, y llegó en breve a su destino; mas como es costumbre de Italia que<br />
los franciscos se acompañen de un hermano de su orden para andar por la ciudad, el de que<br />
hablamos se fue a buscarlo a su convento, encontrándose con que no podía salir después de<br />
haber entrado, en razón de que pocos días antes había muerto un religioso, de peste según<br />
se decía, y los diputados de la sanidad habían prevenido al guardián de los Franciscos que<br />
no permitiese a ninguno de éstos comunicarse con las personas de fuera en tanto que los<br />
señores de justicia no diesen permiso. Causa fue esto de un gran mal, como después veréis;<br />
pues el portador de la carta, que ignoraba el contenido de ella, no pudiendo entregarla<br />
personalmente, prefirió aguardar al día siguiente para hacerlo.<br />
Esto acontecía en Mantua, mientras en Verona tenían lugar los funerales de <strong>Julieta</strong>. De<br />
acuerdo con la antigua usanza del país, que da abrigo en un propio sepulcro a los parientes<br />
más cercanos, la joven fue llevada al común panteón de los Capuletos, erigido en un<br />
cementerio inmediato a la iglesia de los Franciscos, el mismo en que Tybal reposaba.<br />
Terminados en toda forma los fúnebres obsequios, se retiraron los concurrentes, siendo<br />
uno de tantos Pedro, servidor de <strong>Romeo</strong>, el que, como ya antes dijimos, había sido enviado<br />
de Mantua a Verona para servir a Fray Lorenzo y comunicar a su amo cuanto pasara en su<br />
ausencia. Habiendo, pues, este fiel criado visto poner en la fosa a <strong>Julieta</strong>, y creyéndola<br />
muerta a ejemplo de los demás, tomó la posta en el acto y se presentó en casa de su señor, a<br />
quien dijo, todo deshecho en lágrimas:<br />
-Amo mío, os ha sucedido un tan extraordinario accidente que, si no os armáis de<br />
fortaleza, me temo ser el ministro de vuestra muerte. Sí, señor, sabedlo; desde ayer mañana,<br />
salida del mundo, reposa en paz la señorita <strong>Julieta</strong>. Yo la he visto enterrar en el cementerio<br />
de San Francisco.