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Romeo y Julieta - Biblioteca Virtual Universal

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pasolas por sus yertos miembros y, no hallando el menor síntoma de vida, sacó de su bolsa<br />

el veneno y, habiéndolo apurado casi todo, exclamó:<br />

-¡Oh <strong>Julieta</strong>! Mujer que el mundo no merecía, ¿cuál más grata muerte pudiera elegir mi<br />

corazón que la que sufre a tu lado? ¿Cuál más glorioso sepulcro que tu propia tumba? ¿Cuál<br />

más digno, más sublime epitafio para conservar la memoria de lo presente que este mutuo,<br />

lastimoso sacrificio de nuestras vidas?<br />

Y así afanado en su pena, palpitándole el corazón por la violencia del tósigo que le<br />

acababa, errantes los ojos, descubrió a Tybal, que aún no corrupto yacía cerca de <strong>Julieta</strong>, y<br />

hablándole cual si estuviera vivo, le dijo:<br />

-Primo Tybal, sea cualquiera el sitio en que estés, imploro ahora tu perdón por haberte<br />

privado de la vida. Si estás sediento de venganza, ¿qué otra más grande o cruel satisfacción<br />

pudieras esperar que ver al que mal te ha hecho envenenado por su mano propia y sepulto<br />

contigo?<br />

Expresado así su pensamiento, sintiéndose desfallecer poco a poco, se puso de rodillas<br />

y, con voz casi extinta, murmuró:<br />

-¡Señor Dios, que para redimirnos bajaste del trono de tu Padre y te encarnaste en el<br />

vientre de la Virgen, yo te pido que tengas compasión de esta pobre alma afligida, pues<br />

harto conozco que el cuerpo es tierra únicamente!<br />

Y, presa de un dolor terrible, se dejó caer con tal ímpetu sobre el cuerpo de <strong>Julieta</strong> que el<br />

ya extenuado corazón, incapaz de resistir ese violento y último esfuerzo, le flaqueó de una<br />

vez, haciendo volar el alma.<br />

Fray Lorenzo, conocedor del período fijo en que debía efectuarse la operación de su<br />

narcótico, sorprendido de no tener respuesta a la carta enviada a <strong>Romeo</strong> por el hermano<br />

Anselmo, salió de San Francisco y, con instrumentos a propósito, se dirigió a abrir la tumba<br />

de <strong>Julieta</strong>. La claridad que en ésta brillaba despertó, empero, su terror, detúvose<br />

instintivamente, y entonces, presentándosele Pedro, le aseguró que su amo se hallaba en el<br />

sepulcro y que no había cesado de lamentarse en dos horas. Recelosos, ambos penetraron<br />

en el panteón y, encontrando sin vida a <strong>Romeo</strong>, se entregaron a tan profundo duelo cual<br />

pueden sólo comprender los que han sentido verdadera amistad por alguno.<br />

En tanto que esto hacían, terminó el éxtasis de <strong>Julieta</strong>, y vuelta en sí, dudosa por el<br />

esplendor que la rodeaba de si era sueño o sombra lo que miraba, reconoció a Fray<br />

Lorenzo, y le dijo:<br />

-Padre, ruégoos en nombre de Dios que me habléis, pues no sé lo que me pasa.

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