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Romeo y Julieta - Biblioteca Virtual Universal

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Al oír tan triste nueva, no conoció límites el dolor de <strong>Romeo</strong>, pues tal parecía que iba a<br />

abandonarle la vida. Su acendrado amor, tomando creces en tal extremidad, le sugirió de<br />

pronto la idea de que muriendo él junto a su amada, no sólo alcanzaría más glorioso fin,<br />

sino que aquélla (a tal punto llegaba su delirio) se mostraría más complacida. Firme en esto,<br />

después de haberse enjugado el rostro para extinguir las huellas de su pesar, se salió de<br />

casa, prohibiendo seguirle a su criado, y se puso a recorrer los barrios de la población en<br />

busca de remedios para su mal. Y habiéndole, entre otras, llamado la atención la tienda de<br />

un boticario, por lo mal provista de pomos y otros adherentes del oficio, pensando entre sí<br />

que la suma pobreza del dueño le haría prestarse a lo que proyectaba, le llamó aparte y le<br />

dijo en secreto:<br />

-Maestro, he aquí cincuenta ducados: dadme por ellos un tósigo violento, que mate al<br />

que lo tome en un cuarto de hora.<br />

Vencido por la avaricia, el desgraciado le acordó lo que pedía y; fingiendo preparar ante<br />

los que se hallaban presentes una droga ordinaria, compuso el veneno y dijo por lo bajo al<br />

comprador:<br />

-Os doy más de lo que necesitáis, pues sólo la mitad de la poción haría morir en una<br />

hora al hombre más robusto del mundo.<br />

Recibido el veneno, fuese <strong>Romeo</strong> a su casa, y habiendo manifestado a su servidor que<br />

pensaba partir inmediatamente para Verona, le mandó hacer provisión de velas, yesqueros e<br />

instrumentos propios para abrir el sepulcro de <strong>Julieta</strong>, recomendando especialmente que<br />

fuese a esperarle al cementerio de San Francisco, sin hablar a nadie de su desgracia, bajo<br />

pena de la vida. Obedeció Pedro religiosamente y anduvo tan listo que llegó en breve al<br />

sitio designado y tuvo tiempo de prepararlo todo.<br />

<strong>Romeo</strong>, por su parte, abrumada el alma de mortales pensamientos, se hizo traer tinta y<br />

papel, y después de consignar sucintamente por escrito la historia de sus amores, los<br />

detalles de su matrimonio, los auxilios prestados por Fray Lorenzo, la compra del veneno,<br />

hasta su futura muerte, y de cerrar, sellar y poner sobre las cartas la dirección de su padre,<br />

encerró el todo en la bolsa, montó a caballo y llegó en breve, a través de las densas tinieblas<br />

de la noche, a la ciudad de Verona, a tiempo suficiente para reunirse con su criado, que ya<br />

le esperaba en San Francisco provisto de linternas y los demás utensilios recomendados.<br />

-Pedro -dijo <strong>Romeo</strong> a su servidor-, ayúdame a abrir este sepulcro, y así que lo esté, bajo<br />

pena de muerte, ni te acerques a mí ni pongas estorbo a lo que quiero ejecutar. Toma esta<br />

carta, haz que mi padre la reciba al levantarse, pues quizás le sea más agradable de lo que<br />

imaginas.<br />

No acertando a comprender el criado la intención de su amo, se mantuvo a la distancia<br />

necesaria para observarle. Ya abierto el sepulcro, bajó <strong>Romeo</strong> dos escalones, alumbrándose<br />

él mismo, y después de contemplar dolorosamente el cuerpo de la que era el órgano de su<br />

vida, de estrecharle mil veces contra sí, de cubrirlo de lágrimas y besos, sin poder apartar<br />

de él un instante la vista, puso las temblorosas manos sobre el frío estómago de <strong>Julieta</strong>,

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