Romeo y Julieta - Biblioteca Virtual Universal
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constante ídolo de mi existencia. Nuestra alianza, concluyendo la desunión de las dos<br />
familias, traerá a ellas una paz inextinguible».<br />
Fija en esta determinación, cuantas veces pasaba <strong>Romeo</strong> por la puerta de su casa se<br />
presentaba con alegre rostro y le seguía con los ojos hasta verle desaparecer; mas esto duró<br />
solo por espacio de algunos días, siendo la causa que el mancebo, habiendo atisbado cierta<br />
vez a su adorada en la ventana de su aposento, que daba a una calle muy estrecha limitada<br />
en la acera opuesta por un jardín, comenzó desde entonces a pasearse por allí de noche,<br />
cubierto con una capa y bien provisto de armas, excusando pasar por la puerta y abrir<br />
camino a las sospechas.<br />
<strong>Julieta</strong>, que no se explicaba la ausencia del joven, mantenía una continua impaciencia, la<br />
cual, llevándole al sitio de que hemos hablado, se lo hizo descubrir a favor de la claridad de<br />
la luna, casi tocando a su ventana. Alarmada al par que conmovida viéndole tan cerca,<br />
preñados de lágrimas los ojos y con voz interrumpida por los suspiros, se dirigió a él y le<br />
dijo:<br />
-Señor <strong>Romeo</strong>, paréceme que prodigáis mucho vuestra vida, aventurándola en tal hora a<br />
la merced de los que mal os aman, de los que, a encontraros, os harían pedazos y<br />
comprometerían mi honor, que estimo más que la vida.<br />
-Señora -contestó <strong>Romeo</strong>-, mi vida está en manos de Dios, y él sólo puede disponer de<br />
ella. Si alguno intentase quitármela, le haría entender en vuestra presencia cómo sé<br />
defenderla, sin que por decir esto la estime en tanto que, en caso de necesidad, no la<br />
sacrificara gustoso por vos. De perderla aquí, no me pesaría otra cosa que haber perdido<br />
con ella el medio de haceros comprender cuánto os amo y deseo serviros. Para rendiros sólo<br />
homenaje de adoración y respeto hasta el último suspiro la quiero, no para otra cosa.<br />
Conmoviose hondamente <strong>Julieta</strong> al escuchar estas palabras, y dando entrada en su pecho<br />
a la piedad, apoyada la cabeza en la mano y bañado el rostro en lágrimas, dijo a <strong>Romeo</strong>:<br />
-Señor, os suplico que no me recordéis el peligro de que habláis, pues la sola idea de él<br />
me hace estar entre la vida y la muerte. Mi corazón se halla tan unido al vuestro, que el<br />
menor sinsabor que recibierais se haría extensivo a mí: en gracia, pues, de nuestro bien<br />
común, decidme en pocas frases lo que tratáis de hacer. Aguardar privanza alguna contraria<br />
al decoro sería manteneros en un error; si, por el contrario, es santa la voluntad que os<br />
anima, si el afecto que me confesáis se halla basado en la virtud y arde en deseos de<br />
hacerme esposa vuestra, tan amante y dispuesta me encontraréis que, sin tener en cuenta la<br />
obediencia y respeto que debo a mis padres, ni la antigua enemistad de nuestras familias, os<br />
haré dueño y señor perpetuo de mi persona y de cuanto la atañe, y me hallaréis pronta y<br />
dispuesta a seguiros a donde quiera que os plazca.<br />
<strong>Romeo</strong>, que no aspiraba a otra cosa, elevando las manos al cielo y en medio de un<br />
indefinible contento, respondió:<br />
-Pues que me hacéis el honor de aceptarme por esposo, estoy pronto a serlo, y mi<br />
corazón, que ardientemente lo anhela, os quedará en prenda y como seguro testimonio de la