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Romeo y Julieta - Biblioteca Virtual Universal

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prudencia que nos sea dable continuar por siempre en reposo y tranquilidad, sin ofrecer<br />

ventaja alguna a nuestros enemigos.<br />

A este punto habían llegado cuando, presentándose la nodriza, les dijo:<br />

-Quien malgasta su tiempo en balde, demasiado tarde lo recobra. Uno y otro os habéis<br />

proporcionado sinsabores, y he ahí, prosiguió señalando a determinado punto de la<br />

habitación, el sitio en que podéis desquitaros. Los amantes no desperdiciaron el consejo, y<br />

redoblando los dulces agasajos, arribaron al colmo de su felicidad.<br />

Habiendo amanecido, apartose <strong>Romeo</strong> del lado de <strong>Julieta</strong> jurándola antes que no dejaría<br />

pasar dos días sin visitarla, en tanto que la suerte le impidiera proclamar su matrimonio a la<br />

faz del mundo. Y cumpliéndose esto así, los dos esposos continuaron viéndose y gozando<br />

de un contento increíble hasta que la fortuna, envidiosa de tal prosperidad, tornose en<br />

adversa y los llevó a un abismo en que pagaron con usura las dichas pasadas, como lo vais<br />

a ver en el curso de esta relación.<br />

Según queda ya dicho, el señor de Verona no había podido llevar a tal punto la<br />

reconciliación de los Montescos y Capuletos que hubiera hecho desaparecer las chispas de<br />

su antiguo rencor, y por esta causa sólo aguardaban las dos familias un ligero pretexto para<br />

atacarse. Las fiestas de Pascua proporcionaron esta ocasión, pues que, habiéndose<br />

encontrado cerca de la puerta de Bursari, delante del viejo castillo de Verona, dos partidas<br />

de las casas ya mencionadas, sin entrar en palabras comenzaron a acuchillarse, instigados y<br />

movidos los Capuletos por un tal Tybal, primo hermano de <strong>Julieta</strong>, el que hacía las veces de<br />

jefe, siendo en extremo atrevido y diestro en el manejo de las armas. Esparcido bien pronto<br />

el rumor de la contienda por los cantones de la ciudad, empezó a acudir gente de todas<br />

partes; el propio <strong>Romeo</strong>, que a la sazón se paseaba con algunos amigos por la población, no<br />

tardó en presentarse en el sitio de la riña, y viendo el desastre que se operaba entre sus<br />

allegados, no pudiendo reprimirse, dijo a sus compañeros: «Separémosles, señores, pues<br />

unos y otros se hallan tan ciegos que va a hacerse general la pelea». Y dando el ejemplo,<br />

precipitose en medio de los combatientes y, sin hacer otra cosa que parar los golpes que le<br />

asestaban, exclamaba sin interrupción: «Basta, amigos; tiempo es ya de que acaben nuestras<br />

rencillas; con ellas ofendemos a Dios grandemente, escandalizamos al mundo entero o<br />

introducimos el desorden en la república». Pero era tal la acritud de los contendientes que,<br />

sin oír la voz de paz, sólo trataban de herirse y descuartizarse. Los espectadores, viendo<br />

cubierta la tierra de brazos, piernas y miembros ensangrentados, se llenaban de terror, no<br />

acertando a darse cuenta de semejante coraje ni a juzgar de qué parte se inclinaba la<br />

victoria. De improviso, encontrándose Tybal con <strong>Romeo</strong>, le asesó una furiosa estocada,<br />

creyendo atravesarle de parte a parte; mas librado <strong>Romeo</strong> por la cota de malla, que a<br />

precaución usaba siempre, sin mostrarse agraviado, le dijo:<br />

-Tybal, comprenderás por la paciencia que hasta el presente he guardado que no me ha<br />

traído aquí el afán de combatir y sí sólo el de mediar entre vosotros, y si a otra cosa<br />

atribuyeras mi falta de acción, harías gran injusticia a mi renombre. Créeme, existe otro<br />

particular respeto que me impone abstención en las actuales circunstancias, y te ruego así<br />

que no abuses, que te des por conforme con la sangre derramada, con la mucha más que<br />

antes de ahora se ha vertido, y que no traspases los límites de mi buen deseo.

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