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Romeo y Julieta - Biblioteca Virtual Universal

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que un cambio de sitio pudiera en algo variar sus sentimientos. «¿De qué me vale -se decía-<br />

amar a una ingrata que de tal modo me desdeña? A todas partes la sigo, y no hace más que<br />

huírseme; yo no me siento bien sino cuando estoy a su lado, y ella no halla contento sino<br />

ausente de mí. Quiero no verla más en lo adelante; pues, no viéndola, quizás este fuego<br />

mio, que toma alimento y sostén de sus ojos, se amortiguará poco a poco.» Pero todos estos<br />

planes quedaban en un segundo deshechos, y así, no sabiendo el joven por qué resolverse,<br />

pasaba noches y días en quejumbres extraordinarias; pues Amor le había tan bien impreso<br />

en el alma la hermosura de la doncella, le estrechaba tan fieramente, que, no pudiendo<br />

resistirle, sucumbía bajo su peso y se acababa insensiblemente, como la nieve al sol.<br />

Sus padres y deudos, que esto veían, lamentaban hondamente su desastre; pero, sobre<br />

todo, un íntimo compañero suyo, de alguna más edad y experiencia, el cual tanto le amaba<br />

que se hacía partícipe de su martirio; por lo cual, viéndole así entregado a sus desvaríos<br />

amorosos, le dijo:<br />

-<strong>Romeo</strong>, me admira en gran manera que consumas los mejores años de tu vida en<br />

solicitar una persona que te excusa y menosprecia, sin hacerse cuenta de tus excesivas<br />

dilapidaciones, sin cuidarse de tu dicha, de tus lágrimas, ni de la vida miserable que llevas,<br />

capaz de mover a piedad los más duros corazones; ruégote, por lo tanto, en nombre de<br />

nuestra antigua amistad y por tu propio bien, que aprendas a dominarte en lo futuro y a no<br />

entregar tu corazón a persona tan ingrata; pues, a lo que puedo inferir por las cosas que han<br />

pasado entre vosotros, o ella tiene amor por alguno, o ha formado el propósito de no querer<br />

a nadie. Eres joven, rico en bienes de fortuna, de mejor parecer que ningún otro hidalgo de<br />

la ciudad, tienes instrucción, eres hijo único. ¡Qué angustia para tu pobre, anciano padre,<br />

para tus demás parientes, el verte así lanzado en este abismo de vicios, en la edad<br />

precisamente en que debieras hacerles esperanzar en ta virtud! Empieza a reconocer el error<br />

en que has vivido hasta aquí, aparta ese amoroso velo, que te tapa los ojos y que te impide<br />

seguir la recta senda por que han marchado tus progenitores; y si en amar te empeñas, pon<br />

tu afecto en persona distinta, elige una mujer que lo merezca y no siembres más tus penas<br />

en fructífera. La época en que las damas de la ciudad se reúnen se halla próxima: quizás en<br />

medio de esa sociedad pueda tu vista fijarse tan agradablemente en alguna, que te haga al<br />

cabo olvidar tus precedentes pasiones.<br />

Habiendo escuchado el joven atentamente las persuasivas palabras de su amigo,<br />

comenzó a moderar su ardor y a conocer que las exhortaciones hechas no tendían sino a<br />

buen fin, disponiéndose, por lo tanto, a asistir a todas las concurrencias y festines de la<br />

ciudad, sin conservar preferencia determinada por ninguna dama. Y pensado que lo hubo,<br />

lo puso en planta por dos o tres meses consecutivos, creyendo de este modo extinguir las<br />

chispas de su antigua llama.<br />

Llegó a poco tiempo de esto la fiesta de Navidad, en que, según costumbre, se daban<br />

bailes de máscaras; y como Antonio Capuleto era el jefe de su casa y uno de los más<br />

encumbrados señores de la ciudad, concertó un festín, convidando, para mejor<br />

solemnizarlo, a toda la nobleza de ambos sexos, en la que se hallaba comprendida la mayor<br />

parte de la juventud de Verona. La familia de los Capuletos, como se ha dicho al principio<br />

de esta historia, se hallaba en desavenencia con la de Montescos, razón por la cual ninguno<br />

de los de ésta asistió a la fiesta, exceptuando el adolescente <strong>Romeo</strong>, que, disfrazado de

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