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Tres Tratados (pdf)

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redundancia, es cierto que los astros pueden herirnos o matarnos. Hasta ahora se os ha<br />

enseñado que estamos dirigidos por los astros y que, consiguientemente, encaminamos<br />

esta inclinación hacia la naturaleza particular del planeta que nos domina. Y aunque<br />

sobre el particular, e incluso sobre la manera de resistir y combatir las influencias<br />

astrales, se ha escrito no poco, puedo deciros que todo ello no es sino ganas de perder<br />

el tiempo.<br />

Poco importa el sentido que déis a este proverbio: “El hombre sabio tiene mayor<br />

poder que los astros y dispone y manda sobre ellos, pues nosotros lo interpretamos tal<br />

cual acabamos de enunciarlo.”<br />

Los astros, en efecto, no coagulan, adaptan, forman ni dirigen nada en nosotros, así<br />

como tampoco nos imbuyen de su similitud. Son absolutamente libres en sí mismos,<br />

tanto como podamos serlo nosotros en nuestra propia e íntima determinación y<br />

albedrío.<br />

Notad, sin embargo, que la vida no es posible sin los astros:<br />

en efecto, el frío, el calor, y la digestión de las cosas que constituyen nuestro sustento,<br />

provienen justamente de ellos.<br />

¿Para qué andar, pues, removiendo esas minuciosas e interminables disputas acerca<br />

de si son ellos los que se asemejan a nosotros o nosotros los que nos parecemos a ellos?<br />

Las cosas son así por designio del Creador y no es posible pretender saber lo que está<br />

oculto en el firmamento, dado que ignoramos incluso la utilidad que puedan tener las<br />

propias cualidades de los astros; la gloria del Sol, el arte de Mercurio o la belleza de<br />

Venus, las que, por otra parte, si vamos a decir verdad, no nos sirven para gran cosa<br />

(commodare).<br />

Únicamente aprovecharemos la luz y el calor del Sol, ya que de ello se producen las<br />

frutas y las hermosas estaciones en las que crece y se da todo cuanto la vida<br />

proporciona.<br />

Para terminar este discurso y a fin de que podáis daros cuenta bien de la esencia de<br />

este Paréntesis, os pido que prestéis una especial atención a lo que sigue.<br />

Cuando el feto, que ha sido concebido y que ha nacido bajo la influencia favorable y<br />

generosa de los astros, toma una naturaleza diferente y aun absolutamente contraria a la<br />

que por tal motivo debería corresponderle, obedece indudablemente a alguna razón<br />

Pues bien; os diré que esa razón proviene (defluxit) de la sangre de sus ascendientes, lo<br />

cual está plenamente de acuerdo con todo cuanto sabemos acerca de la generación.<br />

Si la hora prescripta para la acción de cada cual coincide con la de los planetas, ello se<br />

debe a la sangre y nada más. Lo cual no invalida la lógica de que las buenas influencias<br />

vayan a menudo de acuerdo con los buenos resultados, e igualmente las malas<br />

influencias con los malos resultados. Sin embargo, insistimos en que, de las dos<br />

influencias que ahora hemos estudiado —la astral y la generativa—, sólo una posee la<br />

potencia necesaria para actuar de verdadera causa determinante. Y esa es la segunda,<br />

quiere decir, la Entidad del Semen.<br />

Capítulo quinto<br />

(Razón de la diversidad de las formas)<br />

Haremos ahora algunos comentarios acerca de la habilidad o la aptitud que son<br />

discernidas a los cuerpos. Hasta aquí, y según los estudios a los que particularmente os<br />

habéis dedicado, llegásteis a la conclusión de que todas las propiedades y virtudes nos

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