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Nuestros pueblos - El avisador malagueño

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Es otra de esas joyas de mi colección, como el disco de pizarra “Los leones rojos” que es el primer himno<br />

dedicado a la selección española de fútbol, las botas de Juanito,<br />

las de Just Fontaine, la camiseta de Pelé en la película<br />

“Evasión o Victoria”, la del ídolo del Málaga, Viberti o el balón<br />

tan preciado de la final de la Eurocopa 2008. Pero volviendo<br />

al futbolín, éste era en definitiva, una forma más para poder trasladar<br />

este juego a cualquier lugar y así poder entretener a aquellos<br />

jóvenes que deseaban, ante las adversas circunstancias de lo que<br />

significó la post guerra, el poder practicar ese juego, el fútbol.<br />

Años más tarde (1952) cuando “Finisterre” se instaló en Guatemala,<br />

éste perfecciono el futbolín hasta lograr una auténtica obra de<br />

arte, las pionera barras telescópicas se harían de acero sueco y la<br />

mesa de caoba de Santa María, la más fina del mundo. Dada la<br />

habilidad y delicadeza de los indios para la juguetería, Guatemala<br />

era un lugar idóneo que ofrecía, además, embarques a los océanos<br />

Atlántico y Pacífico y estaba cerca de un centro de comunicaciones<br />

tan importante como el canal de Panamá. <strong>El</strong>lo le animó a otras innovaciones, como las cajas de música<br />

y el baloncesto de mesa, con una pelota con aplicaciones metálicas que permitían la atracción por<br />

magnetismo.<br />

Pero cuando el futbolín ya empezaba a venderse bien en Centroamérica,<br />

Castillo Armas invadió Guatemala y nuestro gallego inventor,<br />

tuvo que exilarse por su militancia izquierdista y la competencia<br />

que hacia el negocio al monopolio estatal de máquinas tragaperras.<br />

Las mismas dificultades encontró en otros países: el futbolín<br />

pudo ser un gran negocio en Estados Unidos, pero para ello habría que<br />

haber tenido que llegar a acuerdos con la mafia.<br />

En cuanto a México, donde se instaló en 1956, fue pirateado de<br />

inmediato sin posibilidad de control de royalties, por lo que decidió<br />

dedicarse a la edición de libros de arte y la obra de los exiliados.<br />

Fue así como empezó a publicar a León Felipe, a quien había<br />

reencontrado allí. Y cuando regresó a España en los años 60 se encontró<br />

con la sorpresa de que el país estaba lleno de futbolines. Aunque él<br />

no sabía que por entonces, su prototipo de la colonia Puig había conocido<br />

una fulminante expansión en plena guerra civil, y los fabricantes<br />

valencianos lo habían convertido en la posguerra en el juego nacional<br />

por excelencia. Su invento, que había nacido en un hospital de sangre y en otros países, se utilizaría para<br />

que los niños recuperasen reflejos y movimientos, eran ya los tiempos en las que nuestra selección le ganaba<br />

la final de la Copa de Europa a Rusia. “Finisterre” no pudo por menos de asombrarse de la transformación<br />

sufrida por lo que él había concebido como algo lleno de matices a base de jugadores de madera y<br />

que habíamos convertido en un intercambio de trancazos entre dos bandos de futbolistas ya de plomo y<br />

balones de marmolina. Quizás empezó a entenderlo todo mejor cuando recibió aquella citación del Tribunal<br />

del Orden Público que le recordaba que no en vano había transcurrido una guerra. Se supone que era<br />

difícil ejecutar con delicadeza algo que, después de todo, era hijo de aquel conflicto, y cuyos jugadores<br />

(fundidos en un metal que había segado la vida de más de un español) algo tenían de soldaditos de plomo<br />

que pateaban aquellas bolas compactas como si fueran “balas de cañón”. Nuestro inventor se trasladaría a<br />

Aranda de Duero (Burgos), donde continuó escribiendo mientras era miembro de la Real Academia Gallega.<br />

Después fijaría su residencia en Zamora, donde gestionaría la herencia del poeta León Felipe como<br />

albacea testamentario. Falleció en Zamora, en su casa del barrio de Pinilla, a la edad de 87 años, el día 9<br />

de febrero de 2007. Sus cenizas fueron esparcidas en el Río Duero a su paso por la ciudad de Zamora y en<br />

el Atlántico en Finisterre. <strong>El</strong> futbolín tiene otros nombres en el mundo, en Argentina lo denominan “metegol”;<br />

en Bolivia “canchitas”; en Chile “taca-taca”; en México “fuchito”; en Uruguay “futbolito”, en<br />

Portugal “matraquilho”, etc. Quién no discute que, en muchos casos, una desgracia alimenta la inventiva.<br />

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