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Atrás quedaron incontables esfuerzos e iniciativas de muchas personas, algunas probablemente lo<br />
realizaran para tener paz en sus conciencias y otras para hacer méritos ante los demás, sin embargo, lo<br />
verdaderamente importante fueron los resultados, porque... bien está lo que bien acaba y afortunadamente<br />
don Francisco Masó, continuó dirigiendo la institución. En crónica escrita, Martín Gil en 1903 dijo de él<br />
lo siguiente: “Filántropo perfecto, digno de imitarse por todos los que sienten amor a la caridad, continuó<br />
en esta hermosa obra con fe, entusiasmo y voluntad bien templada”.<br />
Don Narciso Díaz de Escovar, en fecha del tres de octubre de 1912 realizó la crónica de la colocación<br />
de una lápida conmemorativa dedicada a don Francisco Masó, acto al que asistió toda la Málaga de<br />
la época. En ella se resaltaba la labor que realizaban las virtuosas manos de las Hermanas de la Caridad<br />
con los allí acogidos y nos descubría el nombre del asilado más antiguo, Miguel Fernández, que llevaba<br />
veinte años en el establecimiento, a quien se le dio el honor de descorrer el paño que cubría la lápida.<br />
Todo camino era bueno para obtener fondos con que mantener el asilo; realizaban tómbolas y pedían<br />
donativos en metálico o en especie a particulares y sociedades; se organizaban almuerzos donde la<br />
clase alta malagueña era invitada a su asistencia, para ver cómo la comida era servida a los acogidos por<br />
jóvenes de ilustres apellidos.<br />
De entonces hasta el día de hoy, en estos casi<br />
cien años, otros continuaron la excelente labor de<br />
don Francisco, como don Antonio Baena Gómez o<br />
el doctor Gálvez Ginachero quienes recibían iguales<br />
promesas de ayuda las que tardaban en llegar o<br />
nunca lo hacían, padeciendo las consecuencias de<br />
importantes problemas económicos.<br />
Hace tiempo que ya no hay monjas para cuidar<br />
a los residentes, las últimas que había se hicieron<br />
mayores y volvieron a sus conventos, evitando<br />
que llegasen otras más jóvenes debido a la carencia<br />
de vocación. Una de las primeras veces de las que<br />
acudí a este antiguo convento, hace ya muchos<br />
años, cuando aún estaba atendido por ellas, me llamó<br />
la atención que una anciana fuese introduciendo<br />
en las grietas del edificio medallas de la Virgen, que<br />
llevaba en sus bolsillos. Ante mi extrañeza y pregunta<br />
de saber porqué lo hacía, ella misma me dijo<br />
que “era para que, gracias a la ayuda e intercesión<br />
de María, su Madre, el edificio no se cayese”.<br />
En una visita, hace aproximadamente dos<br />
años, su directora doña Cristina Rueda Moreno, me<br />
mostró la realidad que mantenía la residencia de<br />
ancianos: muchas eran las necesidades de toda índo-<br />
le y mayores las carencias; continuaban sobreviviendo<br />
a duras penas, igual que desde sus comien-<br />
zos. Actualmente, con grandes esfuerzos se ha logrado construir un ala con cincuenta habitaciones para<br />
los residentes, y aunque sus precariedades económicas no han desaparecido, se han mitigado bastante las<br />
de ayuda a la conservación y recuperación del histórico recinto, gracias a la magnífica colaboración que<br />
desde hace un año está recibiendo del taller hogar de los Ángeles, que dirige doña Mónica Angulo Beltrán<br />
y los 30 aprendices que en dicho taller se están especializando en los oficios de albañilería, fontanería,<br />
electricidad y jardinería.<br />
Patio interior<br />
Bien dirigidos por sus monitores, la labor de equipo coordinado y responsable que están realizando<br />
estos jóvenes de entre 16 a 23 años, es realmente digna de mención, y con su ayuda y esfuerzo, que de<br />
alguna manera quedará patente en los registros históricos del recinto, están ayudando a conservar un patrimonio<br />
que tuvo sus orígenes en 1556.<br />
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