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tico «Tus pecados te son perdonados», le acusaban de que<br />

estaba blasfemando porque sólo Dios tiene semejante<br />

autoridad (Marcos 2:7) y Él no negó que fuese así,<br />

como lo entendían los judíos, pero afirmó por medio<br />

de un milagro su autoridad, como Dios hecho hombre<br />

que era.<br />

C. Pero es que el sacerdote lo hace en nombre de<br />

Dios, son representantes suyo.<br />

R. Pero tengo que decirle que ésta no era la costumbre<br />

de los cristianos primitivos. Puedo citarle trozos<br />

y sermones de grandes escritores de los primeros<br />

siglos, como San Basilio, San Juan Crisóstomo, San<br />

Agustín y otros, en los cuales éstos declaran que es a<br />

Dios solo, en secreto, sin ningún testigo humano, que<br />

hay que presentar nuestras confesiones. En las biografías<br />

my detalladas, que tenemos, de grandes cristianos<br />

de los primeros siglos, no hallamos noticia alguna de<br />

que fueran a confesarse con un sacerdote. Si los cristianos<br />

primitivos hubiesen entendido las palabras de<br />

Jesús «A los que les remitiéreis los pecados les serán remitidos»,<br />

en la forma en que la Iglesia Católica dice, encontraríamos<br />

ya en los Hechos de los Apóstoles, y en<br />

todas las historias posteriores de grandes cristianos,<br />

mención de esta práctica tan esencial en un mundo de<br />

pecadores. Pero no es esto lo que hallamos, sino totalmente<br />

lo contrario. Cuando Pedro reprendió a Simón<br />

el Mago, diciéndole que estaba en «hiel de amargura y<br />

ataduras de maldad», no le conminó a confesarse inme-<br />

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