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EL SUSURRO DEL VERDUGO.<br />
Juan Manuel SainzPeña<br />
Segundo Premio<br />
Piedras Negras, México. Noviembre de 1875.<br />
En la mañana del 3 de diciembre de 1843, en la plaza de Saint Alix, el viento helado del<br />
otoño corría como un niño que hiciera travesuras. Movía los nubarrones de la borrasca,<br />
incluso levantaba las faldas almidonadas y sacudía las ramas de los árboles para desaparecer de<br />
repente como por ensalmo y volver al poco a hacer de las suyas, sacudiendo los toldillos de los<br />
tenderetes y poniendo en jaque la estabilidad del patíbulo.<br />
Aloïs Bersí debió observar desde el cadalso el panorama desolador que tenía ante sus ojos.<br />
Aquella última visión del mundo, sí, tuvo que sobrecogerla. Con las manos a la espalda vio que<br />
el gentío, a pesar del tiempo inclemente, se arremolinaba cerca de la guillotina esperando que al<br />
fin la cuchilla cayera y terminara con la vida de quien no había dudado en asesinar a su esposo<br />
para quedarse para sí la inmensa fortuna de su marido, Gerard Doroise, un reputado médico<br />
cuyas únicas pasiones fueron la medicina y ese invento extraordinario llamado fotografía.<br />
Ahora ha pasado tiempo suficiente desde la ejecución de Aloïs —treinta y dos años—, y estoy<br />
desgranando ya el final de mis días a miles de kilómetros de Francia, así que puedo contar cómo<br />
ocurrieron las cosas. Después de todo, ella me pidió que matara a su esposo y me contó todos sus<br />
planes incluso después de que yo accediera a cometer un crimen por el que, por cierto, jamás<br />
tuve que responder ante la justicia.<br />
El susurro del verdugo<br />
I