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Maceracandos<br />
Enrique Fernández Martínez<br />
Accésit Temática Sobrarbe<br />
Era el año mil cuando mi madre me parió entre miedos de historias de monstruos<br />
y de apocalipsis en la masada de Escaloneta, fajas abajo de las bordas de Muro y dando vista al<br />
Castillo del Señor, al fondo, en las terrazas de Maceracandos.<br />
Aunque la gente dice que un ninón recién parido no tiene memoria, yo siempre identifico<br />
el olor de sebo derretido en la lámpara con mi venida a la valle, a la miseria. Mi mai me parió<br />
sobre paja de centeno y cuatro paños de cáñamo bien viejos, tan viejos que yo era el décimo en<br />
limpiar mi sangre con ellos, y el segundo que conseguí vivir.<br />
Las crabas se asomaban subiendo la escalera, toda llena de sirrio, para ver el<br />
acontecimiento en el rincón lleno de humo donde yo empezaba a dar alentadas en la vida.<br />
Aquel olor, mezcla de vida y de miseria, se me grabó en las sienes, y muy pronto, quizá en<br />
aquel instante, al olor se le unió la rabia contra el mundo. Pero, ¡qué mundo! Era lo único que<br />
me hacía un poco benévolo en mi rabia de miseria.<br />
El paisaje de enfrente a la masada era, y es, ya que él no cuenta el tiempo a nuestra<br />
manera, sobrecogedor. Te llenaba de latidos de planeta ser parte del mismo.<br />
El pico d´Aso sobresalía entre sus hermanos cercanos cerrando la vista por el Norte. Por<br />
oriente, el Sol peleaba cada mañana por brillar por encima de la peña, la gran Peña que protegía<br />
de los rigores del invierno a los hombres santos de Asán.<br />
Entre ellos y mi lugar, el Zinca escurría sus aguas de los altos para ver otros mundos,<br />
como escapando de su cuna. Río fiero cuando quería, pero nunca traidor en sus avenidas, no<br />
como el Bellos, que remontaba la angostura de las Cambras hacia poniente, y que de vez en<br />
cuando vomitaba todo el agua de los montes de golpe, sin aviso. Malos caminos eran esos que