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correspondiente la solicitud formal de intervención. Bueno, así no lo dijo Silvio, para él la cosa se<br />
dejó macerar.<br />
Al Colorado no le importó que la cosa se mampochara, eso dijo, que nadie parecía tener<br />
prisa allí, que en otras ocasiones había tiros con eso de la vez, y se había echado un cigarrico,<br />
tranquilo, como a él le gustaba, pero al acabar tuvo que recordarles, a ver a quién le tocaba,<br />
quién iba ahora.<br />
― Que pase Janín, que tendrá prisa.<br />
Los demás rieron la socarronería. Janín no tenía prisa. De hecho, Janín tenía todo el<br />
tiempo del mundo, que andaba siempre mano sobre mano. A Janín la ironía le importaba un<br />
pimiento, el caso era que se colaba un par de veces, dame pan y llámame tonto, pensó, y cuando<br />
acabó el cigarro, el Colorao le comenzó a untar la barba con el jabón y después afilo la navaja en<br />
el cuero, como siempre hacía.<br />
Silvio Cacho recordaba también que uno de aquellos días, iba ya para dos años, apareció<br />
un buen día un perito de cultura que anduvo media mañana al retortero del mural, tomando<br />
muestras y medidas, sacando fotografías y comprobando los daños con que la desidia había<br />
herido la obra de aquel paisano que alcanzó la fama por su arte y que paseó con orgullo el<br />
nombre de su pueblo allí donde quiera que estuvo y en toda ocasión que se le presentó.<br />
― El informe del perito decía...<br />
Rufino no pudo explicar lo que en su opinión decía el informe del perito. Porque era<br />
cierto que hubo informe. Pero nadie lo conocía, sólo de oídas. Tampoco pudo explicarlo porque<br />
alguien le interrumpió desconsideradamente.<br />
― Ya estamos. Yo no he visto ese informe... Quién lo ha visto, a ver.<br />
El que había hablado era Janín, y el Colorao en enderezó la cabeza, cogiéndole con las<br />
dos manos de las sienes, que se estuviera quieto, coño, y que cerrara el pico no fueran a abrir allí