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Relatos ganadores - Ainsa

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El otoño fue triste. Más que nunca. El crío nació muerto y mi hermana Ginta murió de<br />

hemorragias a los dos días. Bajé solo a Maceracandos. Antón de Bielsa no estaba. Se encontraba<br />

en tierras sarracenas a saber a qué. Con la ayuda de los míos le dimos tierra en Escaloneta al<br />

lado de la iglesia junto a pai. Yo celebré. Fue mi primera vez, y ojalá no hubiera tenido que ser<br />

para este fin. El dolor me duró tiempo. Ahora si que estaba solo. Ya no había familia con la que<br />

estar en este mundo. Recé por ellos como nunca lo había hecho. Todo Asán me apoyó en mi<br />

dolor, y l´abate tuvo el detalle de hacer un oficio por sus almas. Creo que más por la mía que por<br />

la de ellos.<br />

Aurelio siguió siendo mi apoyo más fiel en estos días, en los que mi talante estaba<br />

cambiando, quizá por la edad, quizá por lo vivido. Seguimos los dos junto a los libros, a los que<br />

yo amaba cada día más. Me parecían flores en los yermos, auténticas oquedades donde se<br />

escondía el saber. La verdad es que a los referentes a la regla y a los santos, así como a los<br />

antiguos evangelios, los cuidaba bien, sí, y con esmero. Pero no perdía mucho tiempo en<br />

estudiarlos salvo por mi obligación como monje. En cuanto a los demás… eran la vida. Libros de<br />

física, medicina, ciencias y culturas de otras tierras. Volúmenes de la antigua Roma, Plinio el<br />

Viejo, Séneca, se mezclaban con los de Aristóteles de Siracusa sobre ciencias que asemejaban<br />

magia. Libros de historia escritos por prohombres, Musancio, Gaudosio o Aquilino de Narbona.<br />

El que estos volúmenes llegaran a Asán, salvo los pocos recuperados después de los<br />

incendios sarracenos, fue gracias a Sancho, el gran hombre que reconstruyó este cenobio, y<br />

aunque sin exceso de bienes, le procuró el saber del mundo acaecido hasta nuestros días. Tan<br />

vasto que harían falta diez existencias para empezar a comprender.<br />

Un doce de enero, como siempre, y respetando el necrologio d´Asán, se veneramos a San<br />

Beturian, santo que encaminaba nuestras vidas hacia el bien. Galindo sacaba la urna de plata,<br />

incrustada en noble nogal, ayudado por Bernardo, que era el encargado de su custodia. Todos<br />

juntos en el fenal del sur de la iglesia rodeamos la caja de la que emanó el saber y la caridad en

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