Arthur Rimbaud - Personal Telefónica Terra
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«Antes, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se<br />
abrían todos los corazones, donde todos los vinos corrían.<br />
Una noche, me senté a la Belleza en las rodillas. — Y la<br />
hallé amarga. — Y la insulté.<br />
Me armé contra la justicia.<br />
Me escapé. ¡Oh bujas, oh miseria, oh odio! ¡A vosotros se<br />
confió mi tesoro!<br />
Logré que se desvaneciera en mi espíritu toda la esperanza<br />
humana. Contra toda alegría, para estrangularla, di el salto sin<br />
ruido del animal feroz.<br />
Llamé a los verdugos para, mientras perecía, morder las<br />
culatas de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme en la<br />
arena, la sangre. La desgracia fue mi dios. Me tendí en el lodo.<br />
Me sequé al aire del crimen. Y le hice muy malas pasadas a la<br />
locura.<br />
Y la primavera me trajo la horrorosa risa del idiota.<br />
Habiendo estado hace muy poco a punto de soltar el último<br />
¡cuac!, se me ocurrió buscar la clave del festín antiguo, donde<br />
había tal vez de recobrar el apetito.<br />
La caridad es la clave. — ¡Esta inspiración demuestra que<br />
soñé!<br />
«Seguirás siendo hiena, etc.», exclama el demonio que me<br />
coronó de tan amables adormideras. «Gana la muerte con todos<br />
tus apetitos, y tu egoísmo y todos los pecados capitales.»<br />
¡Ah! Ya aguanté demasiado — Pero, querido Satán, te lo<br />
suplico, ¡menos irritación en la pupila! Y mientras llegan las<br />
pequeñas cobardías rezagadas, tú que aprecias en el escritor la<br />
carencia de facultades descriptivas o instructivas, te arranco<br />
unos cuantos asquerosos pliegos de mi cuaderno de condenado.<br />
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