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Arthur Rimbaud - Personal Telefónica Terra

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Acabé por encontrar sagrado el desorden de mi espíritu.<br />

Estaba ocioso, presa de pesada fiebre: envidiaba la beatitud<br />

de los animales, — las orugas, que representan la inocencia<br />

de los limbos, los topos, ¡el sueño de la virginidad!<br />

Se me agriaba el carácter. Decía adiós al mundo de una<br />

especie de romances:<br />

Canción Desde La Torre Más Alta<br />

Que venga ya, que venga<br />

el tiempo que enamore.<br />

Tuve tanta paciencia,<br />

que para siempre olvido;<br />

miradas y sufrimientos<br />

al cielo se marcharon.<br />

Y la sed malsana<br />

me oscurece las venas.<br />

Que venga ya, que venga<br />

el tiempo que enamore.<br />

Igual la pradera<br />

al olvido entregada,<br />

agradada y florida<br />

de incienso y cizaña,<br />

ante el hosco zumbido<br />

de las sucias moscas.<br />

Que venga ya, que venga<br />

el tiempo que enamore.<br />

Amé el desierto, los vergeles calcinados, las tiendas mustias,<br />

las bebidas entibiadas. Me arrastraba por las callejas malolientes<br />

y, con los ojos cerrados, me ofrecía al sol, dios del<br />

fuego.<br />

«General, si todavía asoma un viejo cañón por tus murallas<br />

en ruinas, bombardéanos con bloques de tierra seca. ¡A las vidrieras<br />

de los espléndidos almacenes! ¡A los salones! Haz que<br />

la ciudad se trague su propio polvo. Oxida las atarjeas. Llena<br />

los camarines de arenilla de rubí ardiente…»<br />

¡Oh! ¡El insecto beodo en el meadero del albergue, enamo-<br />

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