Arthur Rimbaud - Personal Telefónica Terra
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DELIRIOS<br />
II<br />
Alquimia del verbo<br />
A mí. La historia de una de mis locuras.<br />
Llevaba largo tiempo alardeando de poseer todos los paisajes<br />
posibles y encontrando irrisorias todas las celebridades de<br />
la pintura y de la poesía moderna.<br />
Me gustaban las pinturas idiotas, dinteles, decorados, telones<br />
de saltimbancos, emblemas, estampas populares; la literatura<br />
pasada de moda, latín de iglesia, libros eróticos sin ortografía,<br />
novelas de nuestras abuelas, cuentos de hadas, libritos<br />
infantiles, óperas viejas, estribillos bobos, ritmos ingeniosos.<br />
Soñaba cruzadas, viajes de exploración cuyo relato no tenemos,<br />
repúblicas sin historia, guerras de religión sofocadas, revoluciones<br />
de costumbres, desplazamientos de razas y continentes:<br />
creía en todos los encantamientos.<br />
¡Inventé el color de las vocales! — A, negra; E, blanca; I,<br />
roja; O, azul; U, verde. — Ajusté la forma y el movimiento de<br />
cada consonante y, con ritmos instintivos, me precié de inventar<br />
un verbo poético accesible, algún día, a todos los sentidos.<br />
Me reservaba la traducción.<br />
Fue al principio un estudio. Escribía silencios, noches, acotaba<br />
lo inexpresable. Fijaba vértigos.<br />
Lejos de los pájaros, de los rebaños, de las aldeanas,<br />
¿qué bebía yo, de rodillas en el brezal<br />
rodeado de tiernos bosques de avellanos,<br />
en una neblina de tarde fría y verde?<br />
¿Qué podía beber, en este joven Oise,<br />
— ¡olmos sin voz, césped sin flores, cielo cubierto! —<br />
beber de los odres amarillos, lejos de mi choza<br />
querida? Algún licor sudorífico.<br />
Yo era un equívoco letrero de albergue.<br />
— Una tempestad vino a ahuyentar el cielo. Al atardecer<br />
el agua de los bosques se perdía en las arenas vírgenes,<br />
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