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ODETTE ALONSO YODÚ<br />
LA CIUDAD COMO ESCENARIO EN LA LÍRICA LÉSBICA<br />
Divinas perversiones<br />
No cabe duda: la ciudad es el escenario por excelencia de la diversidad en todos<br />
los sentidos y de la variedad sexual en particular. Desde la lírica sáfica<br />
hasta sus más jóvenes y recientes cultivadoras, la poesía lésbica ha nacido<br />
y se ha nutrido en esos ambientes citadinos, cuna de todas esas divinas perversiones.<br />
Gracias a Pierre Louÿs, el autor de Las canciones de Bilitis, conocemos la ciudad<br />
primera de la lírica lésbica, aquella urbe espléndida que dio vida, hacia el siglo VII antes<br />
de Cristo, a una poesía que contrastaba con la virilidad del ideal homérico, una<br />
poesía espiritual, dispuesta a cantar con delicadeza y refinamiento los sentimientos<br />
que se confinaban a los espacios privados. De ella nos dice Pierre Louÿs (Las<br />
canciones de Bilitis, Ediciones 29, col. Ucieza, Barcelona, 2003, pp. 10-11):<br />
Lesbos era entonces el centro del mundo. A medio camino entre la bella Ática y la<br />
fastuosa Lidia, la isla tenía por capital una ciudad más iluminada que Atenas y más<br />
corrompida que Sardes […]. Las calles estrechas y siempre atestadas por una multitud<br />
resplandeciente de telas coloreadas, túnicas de púrpura y de jacinto, cyclas de<br />
seda transparente, basaras arrastrantes en el polvo de los zapatos amarillos. Las<br />
mujeres llevaban en las orejas unos grandes aretes de oro engastados de perlas brutas<br />
y en los brazos brazaletes de plata maciza groseramente cincelada en relieves […] La<br />
animación de Mitylene no cesaba con el día, pues nunca era tarde para que se oyera,<br />
por las puertas abiertas, los sones de alegres instrumentos, los gritos de las mujeres y el<br />
ruido de las danzas. […] En una sociedad en la cual los maridos por la noche están<br />
tan ocupados en el vino y las bailarinas, las mujeres fatalmente debían acercarse y<br />
buscar entre sí el consuelo de su soledad. De ahí vino que aquéllas se enternecieran<br />
en esos amores delicados, a los cuales la antigüedad daba ya su nombre, y que mantuvieran,<br />
pese a lo que opinen los hombres, más pasión verdadera que viciosa búsqueda.<br />
Creo que fatalmente no es el adverbio más apropiado para referirse a “esos amores<br />
delicados [con] más pasión verdadera que viciosa búsqueda”. Creo que ni Safo ni<br />
Bilitis ni las servidoras de las musas, aquellas compañeras de las poetas lesbianas, las<br />
de Lesbos, usarían o pensarían siquiera en describir sus amores con ese adverbio.<br />
Creo que su poesía y la posterior, la que llega hasta nosotras, la que seguimos cultivando<br />
en honor a ellas, no merece ese adverbio fatal. ¡Cosas de hombres éstas de<br />
calificarnos desde su más absoluta ignorancia especulativa!<br />
Los escenarios urbanos han sido, desde Mitylene hasta hoy, el más fecundo caldo<br />
de cultivo para las relaciones lésbicas y la poesía que las canta. La ciudad como<br />
alforja 40 | primavera 2007<br />
espacio físico, los oficios de ciudad, los hobbies y los ambientes citadinos, la comida,<br />
los atuendos, los afeites, los modos y maneras de las urbes, han encontrado y<br />
encuentran lugar privilegiado en la poesía escrita por mujeres para otras mujeres.<br />
Alrededor del año 1800, Wu Tsao, en su poema “Para la cortesana Chi’ng Lin”,<br />
describía ambientes que remontaban a las servidoras de las musas en Lesbos:<br />
Sobre tu esbelto cuerpo<br />
Repiquetean los adornos de jade y de coral de tu cinturón […]<br />
Tú brillas intensamente como una lámpara perfumada<br />
Entre las sombras circundantes.<br />
Jugamos juegos del vino<br />
Y una a la otra nos recitamos poemas […]<br />
Luego una a la otra nos pintamos hermosas cejas.<br />
La mención de la ciudad como espacio físico que cobija<br />
a estos amores es el primer nivel, el más inmediato,<br />
de inserción de esta lírica en el contexto urbano.<br />
Así, por ejemplo, en “Ella pasó por aquí”, Djuna<br />
Barnes (Estados Unidos, 1892-1982) le dice a la<br />
muchacha que se ha marchado “toda vestiditos, ceceando<br />
por la ciudad” que se la robará “como un<br />
penique entre la multitud”. La misma neoyorkina<br />
multitud en la cual soñó Laura Ruiz (Cuba, 1966)<br />
besar a su novia:<br />
Yo sólo quería construir un camino por donde ir y<br />
venir. Un camino que vigilar hasta que consintieras<br />
ser besada en el invierno del Central Park, con el mismo<br />
miedo con que en un cine de isla acaricié tus<br />
muslos cuando Scarlett O’Hara —que no era Vivian<br />
Leigh sino tú— levantó los ojos y dijo mirándome:<br />
“Lo pensaré mañana.”<br />
La misma ciudad en que Dina Piera di Donato (Venezuela)<br />
canta a la “Sargento Josanna Jeffrey”: “mi<br />
centinela de trenzas escarchadas / más bella que<br />
Central Park en invierno / tatuado de azafrán / firmado<br />
Christo […] Josanna mía mi aliento de bambú”, la<br />
novia negra del Bronx, suicidada después de un año en<br />
la insensata guerra de Bagdad. Las mismas “calles bulliciosas”,<br />
en uno u otro continente —qué más da—,<br />
de las cuales Elsa Gidlow (Gran Bretaña, 1898-1986)<br />
ha “sustraído a una hermosa muchacha de sus deslucidos<br />
sueños […] para un sacrificio que le ofreceré a<br />
la noche”.<br />
Esa deambulante —citadina al fin— puede conver-<br />
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