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Señalemos como al pasar —y glosando a Néstor García Canclini (Arte popular y<br />
sociedad en América Latina, Grijalbo, 1977)— que la “puesta en escena” museística<br />
suele descentrar a las piezas de sus lugares de origen, exponerlas en espacios neutros,<br />
haciendo con ello que se desvanezca su sentido primordial. Allí rige casi siempre<br />
una contextualización dependiente de la historia de Occidente y de sus<br />
imperios de turno, por lo que esas obras quedan “fuera de su propia historia”.<br />
Despojadas de referencias semánticas y pragmáticas de origen, se insertan en una<br />
universalidad “ideal” que se sitúa por encima de cualquier origen. En los hechos se<br />
trata de un espacio artificial inventado por los centros imperiales para reunir las<br />
obras sustraídas a lo largo de siglos a sus colonias, legitimando así la apropiación<br />
indebida de bienes culturales que no son fácilmente aceptables, pues desafían los<br />
parámetros del gusto y/o el canon establecido.<br />
El poema oficia desde el inicio como un instrumento cuyo arte devela las particulares<br />
significaciones de esa cerámica en la que “hombre y mujer / forman un solo<br />
bloque enlazado” con “más de mil años en el abrazo”. En busca del contexto primigenio,<br />
el poema primero especula sobre sus posibles usos domésticos : “tal vez /<br />
vasijas que contuvieron agua y saciaron la sed”; de inmediato procede a descorrer<br />
el velo de esa otra sed que devora a los amantes protagónicos, y agrega: “edén sexual<br />
/ de los antiguos mexicanos”.<br />
Hecha “en piedra que fue lodo original, / limo, magma / principio y fin de toda<br />
vida en la tierra”, la pieza moldea una energía deseante que llega hasta el presente<br />
con un puro “[…] placer / sin justificación reproductora”. He allí lo que el poeta<br />
alforja 40 | primavera 2007<br />
denomina con locuacidad como “pornotopia precolombina”. Esto es: una celebración<br />
del goce carnal en sí mismo, rescatado desde una concepción sexual nativa<br />
no mediatizada ni censurada por la religiosidad imperial.<br />
A medida que el lector se interna en el amasijo de barros humanos y de tiempos<br />
espiralados que el poema propone como al pasar, es posible establecer una correlación<br />
con el primer verso del primer poema que abre el libro (un homenaje a<br />
Ramón López Velarde, titulado “Caracol”). Allí se dice: “Tú, como todos, eres lo<br />
que ocultas”, lo que se aplica tanto a la cerámica en cuestión como al poema que la<br />
vuelve a representar.<br />
Como buen poema ekphrástico —aquellos que otorgan verbalidad a otro objeto<br />
de arte cuyo código no es lingüístico—, éste contiene una reflexión estética que se<br />
extiende hacia lo axiológico, abordando el tema de la alteridad, clave del texto.<br />
“Los amantes / llevan más de mil años en el abrazo. / Desde el punto de vista de la<br />
edad clásica no son hermosos. / Pero ellos a su vez encontrarían / poco deseable la<br />
estatuaria griega”.<br />
Mientras se enjuicia al arte occidental “clásico” como patrón de una determinada<br />
mirada estética, lo más relevante es que desde el pensamiento potencial de los<br />
amantes —“mudos” protagonistas de la pieza— se derive una apreciación estética<br />
“otra”, la de los nativos que “encontrarían poco deseable” la belleza de “la estatuaria<br />
griega”. Sin desestimar el arte griego, la evolución estrófica estructura esa sutil<br />
dialéctica, logrando descentrar cualquier (falso) universalismo de índole etnocéntrico.<br />
Y como lo hiciera entre nosotros el pintor Joaquín Torres García, se da vuelta el<br />
mapa de Sudamérica señalando como norte lo que está en el sur pues, como se<br />
sabe aunque no siempre se aplica, lo universal no tiene centro y el centro cambia<br />
según la perspectiva.<br />
La mayor confluencia de tiempos y de culturas provenientes desde distintos<br />
puntos del orbe, con sus paralelas y acaso cíclicas historias de violencia y dominio de<br />
unos imperios por otros, se produce a manera de cierre en la penúltima estrofa:<br />
“Cuando después de tanto amor se produzca al fin / el orgasmo que se inició<br />
cuando Batu Kan / amenazaba al mundo blanco que nos desprecia, / estallará el<br />
planeta.”<br />
La zona de Colima, situada entre las laderas australes del volcán del mismo<br />
nombre y la llanura costera del océano Pacífico, en el México actual, habría<br />
recibido a sus primeros núcleos poblaciones hacia el siglo V a.C. Cuando llegaron<br />
los españoles, veintún siglos después, encontraron un reino habitado por los<br />
otomíes denominado Collimán, que significa “lugar conquistado por nuestros<br />
abuelos” o “lugar dominado por el Dios del Fuego”. Es interesante recordar a<br />
Prometeo, portador del fuego, como una figura de adoración divina por parte de<br />
los antiguos alfareros griegos. Acaso, en forma análoga, los nativos de Collimán<br />
señalan con ese nombre su propia identidad de hacedores de cerámica; una<br />
cerámica conocida por sus vasijas en forma de animales, especialmente de perros,<br />
llamados techichi o tepescuintli, moldeados en las más diversas posturas imaginables.<br />
Juguemos con otra analogía de corte poético. En esta pieza, que a lo largo del<br />
poema se individualizará de entre la colección que integra, la postura de los<br />
m i s c e l á n e a 99