Amor de Viejo. - Bicentenario

—Contestar la cartita de don Facundo.
—,En qué sentido?
—Dándole calabazas.
—Mira, ,por qué no hacemos una cosa, Dorotea?
—( Que cosa?
— &Por qué no detienes la contestación a esa earth
unos ocho o quince dIas, mientras lo pensamos mejor?
—Es que ya lo tengo muy bien pensado.
—Sin embargo, nadie te urge, y en estos asuntos de
porvenir es necesario obrar con cordura. Yo no me opongo
a que rechaces la pretension de don Facundo, pero creo
necesario al menos, ya que nos dispensa su amistad, que
obremos de modo que no se ofenda. Está bueno que perdamos
el pretendiente, pero no perdamos también al amigo.
—Hum!
—,Te resuelves?
—Si. Cuidaré, pues, de no decirle una palabra, ni del
retrato, ni de la cartita, durante quince dIas. Le dire a
lo más, que te entregué todo sin verlo y tU te arreglarás
con él como puedas. Te advierto, sin embargo, que no
he de cambiar de resolución.
—Estamos conformes. Aguarda, y Dios dispondrá lo
que ha de suceder.
Y madre e hija se separaron.
Dorotea se quedO en el estrado pegada al cartOn de
una novela.
Doña Nicanora se encerrO en su comedor en miniatura
para arreglar su despensa.
La primera no se volviO a acordar de don Facundo, o
si se acordó, fue para confirmarse en el propósito de dare
calabazas, transcurridos que fueran los quince dIas. La
segunda, mientras acomodaba sus semillas, pensaba lo siguiente:
—Serla una fatalidad que este partido tan bueno se
nos escapara. Un hombre rico... con esto queda dicho
todo. El que tiene dinero es virtuoso, es noble, es enten-
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