Amor de Viejo. - Bicentenario

VI
ULTIMAS CALAVERADAS
Ya estahari para aspirar los quince dIas que doña Nicanora
habia fijadu a Dorotea para resolverse, y en todo este
periodo no huhu (ila en que don Facundo no diera cuando
menos una prueba de su arnor y de sus finezas, pareciendo
haberse fijado como regla de conducta aquel adagio que
dice: dcidivas quebrantan peñas. El dIa rnás pobre en obsequios
fue aquel en que se iimitó a mandar unos ramilletes
de flores en dos jarrones de fina porcelana. Dorotea, sin ser
un rnonstruo de dureza, tenia forzosamente que sentirse
ieconocida: y asi era en efecto: todas sus repugnancias
habian ido devaneciéndose, todo su odio se habia convertido
en afecto, todo su desprecio habIa tornado un carãcter
de iástirna.
—Pobre don Facundo! —decIa a sus solas—, jqué pena
da que Se halie tan enarnorado!
Cuando ya parecIa coirnada la medida de los favores,
don Facundo encontró oportunidad de hacer uno nuevo
que casi vino a dar ci goipe de gracia a Dorotea.
Sobrevino la siguiente desgiacia a dona Nicanora: en
una de tantas veces en que Se V jO apurada para cubrir su
presupuesto, a ca.usa de que el Gobierno suspendIa los
pagos a las clases pasivas, con frecuencia, empeñó la tnica
casita que tenla.
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