Amor de Viejo. - Bicentenario

aquel extraño mareo, extendió los brazos y... catap1um!
cayó inánime sobre el pavimento.
Dorotea no Se atrevió a dare socorro, de suerte cue
tuvo por conveniente dejanlo aill hasta las doce del dIa,
hora en que doña Nicanora vino a avisar que el desayuno
estaba servido.
Despertaron a don Facundo que, rendido por tantas
fatigas, habIa acabado poi- dejarse dominar del sueño, y
se lo ilevaron a la mesa...
Cuãn plácidos se deslizaron para ci honorable sexageflario
los treinta pnimeros dIas de la luna de mid!
Durante este mes, no estuvo en la tielTa sino en el
cielo. De nada se acordaba, de nada querIa hablar, de nada
absolutamente se ocupaba, que no fuera de Dorotea, de su
amot' inmenso, de sus delicias conyugales...
Si de novio habia siclo tan pegajoso, de marido se
hal)ia convert ido en una sombra, en una parte integrante
de la infeliz Dorotea...
Pew pasaron los treint.a (Ilas y don Facundo acabO
pot' despertar de aquel sueño que se hizo más profundo
desde la noche de sus bodas, de aquel sueño que lo habla
envuelto con una capa tan espesa pnivndo1e de todas sus
facultades...
Y ustedes van a yen qué rnodo tan raro tuvo de despertar.
Amaneció este nefasto dIa un poco nebuloso, pues
quién sabe pot' qué rara coincidencia los dIas malos han de
ser nebulosos.
Dorotea, a eso de las diez, se arreglo como para salir
a la caile.
—,Vas a salir? la preguntó don Facundo.
—Si, amigo nib —contestO la joven—, quiero hacer a!gunas
compras.
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